Valporno es el nombre del primer libro de la escritora chilena Natalia Berbelagua. Se trata de un conjunto de relatos que, como aquí nos explica, no están reunidos por azar. Entrevistamos a Berbelagua a propósito del Primer Concurso de Libro de Cuentos de La Pollera con Biblioteca Viva, que tiene como requisito que las narraciones presentadas funcionen reunidas como un todo. Hablamos también con Berbelagua sobre literatura erótica, narrativa confesional y sobre el siguiente paso que deben dar las editoriales independientes.
—Háblemos de Valporno (Emergencia Narrativa), tu primer libro: un conjunto de relatos con un eje común.
—Valporno es un libro de cuentos pero al mismo tiempo es una ciudad con sus propias leyes donde impera casi siempre la madrugada. Diría que es una localidad trasnochada donde sus personajes están en una constante resaca moral, que entrega al lector postales de sujetos que están solos y viven lo real de una manera única, ligándose a lo perverso o a lo no tradicional como una suerte de vía de escape. Hay mujeres que salen los domingos a dar paseos a bares y terminan en actos de bondad extrema, otra que sale otro domingo y en un acto de fe termina colgando los calzones en un mausoleo como ofrenda de amor, una pareja que se erotiza con una plaga, una niña que sale con su madre y un militar a una parrillada y se aterra con los animales muertos, la historia de una nieta que está obsesionada con saber la historia de su familia y termina dando con el esqueleto de un ciervo, una mujer obesa y celópata que se venga del marido, una mujer que hace el aseo y que presencia un aborto en un mall, un mecánico que se hace pasar por pianista para abusar de una menor de edad.
Son 20 relatos donde lo que prima es la naturalidad del absurdo y la originalidad de sus participantes al estar expuestos a situaciones que los sacan de sus límites, cosas que no harían regularmente. Hay un motor, o un disparo: es la realidad la que aprieta el gatillo para que salgan disparados a enfrentar la catástrofe del mundo. Los hilos conductores están en la perversión de sus actos, en el erotismo de sus ritos, en el miedo y los celos, la paranoia, la obsesión por no tener futuro, por encontrar motivos y amantes.
—¿Cómo se convirtió esta historia, con aires de novela, en una serie de relatos?
—Lo que me preguntas tiene que ver con la forma, y Valporno es el resultado de una novela que no me animé a escribir. Coincidió con que en ese tiempo leía bastantes cuentos, y me llamaba poderosamente la atención que para escribir un buen cuento hay un riesgo mayor de arruinar la obra por la brevedad de las páginas y lo acotado de la historia. En una novela se permiten más disgresiones y los personajes pueden cambiar de foco o de intereses con mayor facilidad. Yo diría que en los buenos cuentos que he leído prima un gran conflicto central que se va desgranando en otros conflictos pequeños que están bajo la superficie. Asimismo, implica una pericia de cierre. Me pasa mucho que comienzo un cuento y lo escribo hasta la mitad y funciona perfecto, pero al tomar aire se quiebra todo. Los finales abiertos también son complejos porque tienen la responsabilidad de dejar a un lector en la mitad de un camino desconocido, a solas. Las palabras finales son como sentencias.
Valporno es el resultado de una novela que no me animé a escribir.
Y Valporno también puede leerse como una novela. Los personajes son parte de mi cosmovisión, de un lugar en mi mente donde todos conviven a su manera. A mi juicio los buenos libros pueden leerse de todas las formas posibles y los géneros no son más que convenciones, porque un buen libro narrativo es en suma un buen libro de prosa, una novela, varios cuentos, en sí mismo es un poema. La literatura es una sola. Los temas orbitan, los personajes giran alrededor del gran planeta que es el argumento central.
—¿Qué libros de cuentos de estas características te han gustado?
—Claus y Lucas, de Agota Kristof, es un gran ejemplo de lo que hablo. Cada capítulo es un cuento y al mismo tiempo cada cuento conforma una gran novela, esos personajes podría haberlos leído en dramaturgia o poesía y jamás me hubiese aburrido, por su complejidad y las fricciones que ocurren dentro de ellos. Agota Kristof fue una mujer impresionante, una de las mujeres extraordinarias de los últimos tiempos. También me gusta La buena gente del campo, de Flannery O´Connor, porque ese cuento reúne un pueblo completo en un par de páginas, gran parte de la idiosincracia provinciana de norteamérica está ahí.
El gaucho insufrible de Roberto Bolaño, está en un libro de cuentos pero era una novela corta; La Antología de Spoon River, de E.L Masters, está lleno de epitafios y se supone que son poemas, contiene hasta un mapa de esa ciudad necrológica, pero en el fondo es una novela porque entre lápida y lápida hay vínculos, relaciones. También me gustan Fauna y desplazamientos, de Mario Levrero, que son dos novelas cortas agrupadas en un solo libro. Una podría ser un capítulo de la otra y formar una gran obra, y también son cuentos largos, porque cumplen con la sutileza del cuento en el desarrollo de la trama. También me gustan los cuentos de Clarice Lispector porque te llevan a una dimensión desconocida, a un terreno diferente. A veces no ocurren grandes cosas, pero tienen una potencia agazapada que te confunde, atormentan o calman.
Eros y Tánatos
—¿Por qué te atrajo la literatura erótica?
—La literatura erótica también es una forma de pensar el mundo, todo el tiempo utilizamos los sentidos al enfrentarnos a lo real. Lo erótico es un filtro de los conflictos. Se absorbe y reelabora todo no de manera muy mental, sino desde una perspectiva más animal. El erotismo tiene un silencio muy seductor narrativamente hablando. Las buenas novelas eróticas tienen tensión y silencio, hay un universo completo escondido que explota en un beso, o en pocos diálogos que al final van repitiéndose. Por eso es tan difícil escribir de erotismo. Los amantes repiten el mismo discurso. Barthes ya lo dijo en los 70 en Fragmentos de un discurso amoroso.
—¿Has leído erótica best seller, como «50 sombras de Grey»?
—Creo que los best sellers extraen de la literatura más densa o más compleja los elementos centrales, pero no profundizan. Es lo que ocurre con 50 sombras de Grey, que se queda en la anécdota del sufrimiento humano y de cómo ese sufrimiento colinda con el placer.
Me desmarco totalmente de los best sellers porque mi trabajo nunca ha apuntado a ser algo masivo, todo lo contrario. Valporno fue un trabajo muy de nicho y aun estoy sorprendida por la buena recepción que tiene, pero jamás fue escrito para abarcar una gran cantidad de público. El trabajo previo a la escritura de los cuentos, o lo que ocurrió en paralelo fue una lectura tipo buceo, un nadar en un lugar muy inhóspito, porque la verdadera literatura erótica es en todo caso un asunto iniciático. Nadie sigue siendo el mismo después de leer a Sade, o Bataille, o Loüys o a Aretino. Cada uno de esos autores te recuerdan el momento de tu iniciación sexual, te hacen volver al vértigo, te hacen pensar en la muerte.
—El sexo y la muerte, hilos conductores de tus libros, abarcan lo que Karl Jaspers entendería como situaciones límites. Por qué tratarlos, o mejor dicho, cómo tratarlos.
—He tratado de salirme de ese vínculo que supuestamente tiene el sexo y la muerte, el orgasmo como situación límite, la pérdida del control del cuerpo, la muerte como un acto de belleza. Mientras más lo pienso me acerco más a la conclusión de que son situaciones distintas. Son experiencias humanas que no se parecen, por más que se les quiera encontrar el punto de unión.
En Valporno estuve muy interesada en ver a los sujetos como velas a punto de apagarse, que transitan por los espacios a toda velocidad y siguen ahí. También en cómo humanamente mezclamos todo en un cajoncito mental. En ese mueble que tenemos en la cabeza, cómo puede convivir el amor, el asco y lo perverso, y se puede elegir uno de ellos para cada ocasión. En ese desorden me encontré con la muerte de frente, varias veces, y por eso quise dedicarle un libro entero: La bella muerte.
En La bella Muerte abordé este encuentro siempre intempestivo con una figura sin rostro pero que tiene una profunda carga social. La visité varias veces, me pregunté porqué me llama tanto la atención, porqué siento paz en lugares donde la gente regularmente siente miedo. Fui a las historias de decesos familiares, a la muerte de personajes famosos, vi fotos de las tumbas de muchos poetas o músicos.
Creo que el hecho de abarcar esas situaciones límites correspondió a un escarbar en mis propios límites, en irse a lo más profundo, nuevamente a bucear y salir después de un rato a tomar aire. Ya no me interesan tanto los temas sino las formas. Ahora más que ese contenido que se me da por naturaleza, esa mezcla de crudeza, absurdo y una idea estética, estoy mirando los envases, los esqueletos, las estructuras. Por eso salió el libro Domingo. Por la observación de decenas de diarios de vida y la comprobación de que en el séptimo día estaba todo lo que yo quería mostrar. Creo que vivo en un constante domingo y eso hay que tratarlo con la simpleza que requiere. Ampliando lo cotidiano, mostrando lo que se ve en la calle, en esas postales que se van quedando. Es mi ojo el que capta.
—¿Cuál es tu relación con el morbo? «Domingo» me recuerda a los últimos libros de Claudio Bertoni. A sus volúmenes de diarios autoeditados y «Adiós». Háblame sobre la intimidad y los límites de la realidad y la ficción.
—La narrativa confesional o autobiográfica es un poco morbosa en sí misma porque las frustraciones, la culpa y los miedos del autor quedan expuestos, abiertos. Lo que llama la atención o el mayor desafío está en la selección de ese material personal que en un libro ya es un asunto impersonal. La escritura del diario tiene un sentido clarísimo, no es solo un desahogo sino que un trabajo pensado para que se lea después de que uno muere. Por eso la escritura de vida se entrelaza con esta escritura de muerte, y el juego aparece en la forma, en presentar el texto como si eso fuese lo que en realidad ocurre. Hay otro problema que surge en el armado de estos libros, que se provoca cuando el lapsus de años es muy grande. Hay una escritura adolescente que choca con un yo más reflexivo o con más experiencia. Ahí es cuando se toma la decisión de intervenir los textos antiguos con la voz del ahora o dejarlos con esa supuesta inocencia o ignorancia que conllevan.
La narrativa autobiográfica es un poco morbosa porque las frustraciones, la culpa y los miedos del autor quedan expuestos.
Ya que hemos estado hablando de los cuentos, estoy convencida de que escribir diarios es escribir el mismo cuento con distintas técnicas y cambiándole el nombre, hay una repetición y una reafirmación de algo, de que uno existe. Es un ejercicio de construirse reescribiendo la historia personal pero dándole un vuelco de ficción. Es jugar con ambas cosas. En el diario, lo íntimo, la infancia, los vínculos infértiles son grandes ejes. También está el concepto del tiempo. Pierdo tiempo del ahora escribiendo del pasado y proyectando el futuro, y cuando se lee lo que se ha escrito uno se da cuenta del brutal paso del tiempo y de cómo la muerte o el amor (en esto se parecen un poco) pueden destruir a un sujeto y su historia completa, incluso la de su descendencia. A veces escribiendo el diario me tiembla la mano, y pienso: ¿Y si no quemo estos diarios? ¿Cómo será cuando alguien los lea, necesita saber esto?, pero después lo pienso mejor y creo que en la intimidad no puede existir el freno, hay que dejarse llevar, y si en un futuro alguien los lee y le transgrede lo que está escrito es porque se hizo con honestidad. Aunque también hay que cuidarse del morbo propio. Es lo que no hizo José Donoso en sus diarios, y de los cuales ya intuimos sus consecuencias.
—¿Cuál es tu relación con la literatura infantil? ¿Cuáles fueron tus referentes de infancia? ¿Piensas publicar algo en esa área?
—De niña tuve un libro de cabecera que me regaló mi mamá, que fue Antología de la infancia, donde venían cuentos, canciones, adivinanzas. Como todo libro de niño terminó rayado entero, sin páginas, pero me aprendí los cuentos de memoria y los juegos también. Después, como a los seis años recuerdo haber estado paseando con mi abuela por el centro y arrastrarla a entrar a una charla de Zig-Zag sobre Pablo Neruda. Nos regalaron un libro, una antología de tapa verde que también rayé y del que me aprendí algunos poemas de memoria. Leí los libros típicos, los cuentos de princesas con lobos, después los cambié por lo diarios de huérfanas como las historias de las hermanas Brontë y el jardín secreto. Todo ese imaginario se mezcló con los libros de adulto que leía, como las novelas de Corín Tellado, la Ilíada y Madame Bovary. Ahora he visto unos libros preciosos que ya me hubiese gustado tener, como Caza de conejos de Levrero.
Los libros que me parecen más interesantes para niños son los escritos por autores que no se dedican a eso y tal vez publican solo una obra en ese género. El día que escriba algo para la infancia irá en esa línea, pero para eso tengo que sacarme otro libro de la cabeza, uno que aun no escribo, que tiene solo un capítulo y que tiene que ver con mi trabajo en un hogar del Sename. Todo lo que yo sabía sobre la infancia no era lo real, hay una gran tarea ahí. Cuando la termine tal vez pueda hacer ese libro infantil con el que he soñado, que ojalá pueda cumplir un rol social.
—¿Crees que la literatura en los lugares conflictivos o de crisis como los hogares de niños puede ayudar en algo?
—Algo que creo a raíz de mi experiencia, es que pocos de esos niños juegan en realidad, están viviendo situaciones tan dolorosas que lo que llamamos juego no es tal, porque están todo el tiempo repitiendo situaciones violentas que vivían en sus casas. Son muy pocos los espacios en los que logran reír de verdad, mostrar los dientes de verdad en una sonrisa amplia y feliz. También están muy medicados, entonces no son ellos en esencia, están bajo el adormecimiento de una pastilla que les anula gran parte de su personalidad.
Si yo pudiera usar la literatura para algo, sería para enseñar a reír más seguido.
Creo que la literatura es una herramienta de aprendizaje, si yo pudiera usar la literatura para algo, sería para enseñarles a reír más seguido. Cuando trabajaba ahí había un caso que me conmocionó, porque me vi reflejada en ella. Una de las niñas del hogar era buena lectora, le gustaba y comprendía bien, pero en el colegio en el que estaba nadie se preocupaba de motivarla con la lectura, y en el hogar no había silencio y tampoco libros, entonces empecé a prestarle los mismos libros que me gustaron a mí, los de las hermanas Brontë y para que no se aburriera tan fácil le dije que me los fuera a contar a la oficina a medida de que los iba leyendo. Iba a instalarse todas las tardes, tenía mucha ansiedad. Después de que se cerró el hogar siempre he pensado en ella, cómo hubiese sido su vida en otro escenario, en un círculo de amor donde se le respetara, tuviera su lugar de niña y con acceso a lo que más le gustaba.Yo creo que las políticas públicas deben ir en esa dirección. Todas las discusiones las llevan al asunto del IVA y a los profesores, cuando los escritores y los artistas también tienen un rol social, el ministerio de cultura tiene que ser un puente entre esos dos mundos. Hacen falta talleres, hace falta que las editoriales donen un porcentaje de sus libros a asuntos sociales y que acerquen a sus autores.
Y creo que las editoriales deben respetar a la gente que publica con ellos, y no me refiero solo a las transnacionales, también hablo de las independientes. No puede ser, y no es justo en ningún caso que no tengas que pagar por tu edición pero que no te paguen tus derechos de autor. Esto debiese ser obligatorio, y que los editores no se escuden bajo el argumento de que están en las trincheras. Hay un mercado independiente, se están publicando libros interesantes, pero no se puede tirar la piedra y esconder la mano. Ahora que estoy en un proyecto editorial, si no tengo plata para pagar al menos el 10% al autor, que es bastante bajo, prefiero no editar el libro. Así de simple.