Cuando Paula Ilabaca estudiaba literatura en la Universidad Católica no se leían textos escritos por mujeres. Fue en un taller que dictó el librero y poeta Sergio Parra en 1999 cuando conoció obras que le abrieron un universo e hicieron que se pensara a sí misma como escritora. Desde ese entonces, ya inserta en el círculo de la poesía nacional, a Ilabaca le tocó siempre ser la única mujer del grupo, o ser invitada a un festival en otro país y darse cuenta que ella y sus pares eran elementos decorativos, o escuchar a poetas hombres que le decían qué camino debía seguir su obra. En esos años, dice, esas cosas estaban naturalizadas, y ya no.
Luego del movimiento #MeToo, el mayo feminista y la performance de Lastesis ahora último, la autora de La perla suelta (Cuarto Propio, 2009) y La regla de los nueve (Emecé, 2015), celebra cómo el movimiento ingresa de manera potente al ámbito cotidiano, lo que deriva a que mujeres podamos frenar prácticas atropelladoras y abusivas en el plano social e íntimo. Pero aun cuando la política pública ha puesto el foco en la violencia de género en términos físicos, Ilabaca observa que hay un vacío en abordar la violencia psicológica contra la mujer, aquella que es soterrada y sistemática.
—¿Qué figuras del movimiento feminista, de otras épocas y actuales, rescatas por su labor hacia el movimiento?
—Siempre me ha gustado Simone de Beauvoir. También Virginia Woolf, me gusta su humor corrosivo, los temas que habla, que sea tan contemporánea. Leí mucho en la universidad a Lucía Guerra, pero ella es más literaria. Pero de representantes del feminismo duro no estoy tan actualizada. Tengo pendiente leer la Teoría King Kong, creo que es súper buena y relevante. Pero para mí Virginia Woolf es la que da el puntapié sobre todo en el mundo literario, es bien impactante Un cuarto propio. Hace poco lo estaba leyendo de nuevo y es heavy, es como una viajera del tiempo, como si estuviera escribiendo en una época que no fuera la de ella, hila súper fino, es súper detallista, es bien sarcástica.
—¿Qué lecturas fueron determinantes para tu formación feminista?
—Como a los nueve años leí Mujercitas. Ahí se me abrió todo un mundo, recuerdo pensar “puedo escribir y ser independiente”. Me gustaba leer que Jo March hacía eso y pagaba cuentas en su casa. Luego ya fui absorbida por el patriarcado, estudié en la Universidad Católica y ahí se leía a hombres. Pensar en lecturas de mujeres era complejo, piensa que esto era a fines de los 90 y el feminismo era como querer ser hombre. En esa época y sobre todo en la Católica habían puros libros que hablaban de ser igual al hombre. Después, en el 99, fui a un taller de Sergio Parra y él nos hizo leer a escritoras mujeres. Ahí fue como wow, están acá en Chile, están vivas, puedo conocerlas. Ahí conocí a las poetas del 80, las leí y las conocí personalmente, como a Malú Urriola y Carmen Berenguer y Diamela Eltit. Ahí empezó la idea de esta escritura de mujeres, y no de escritura de mujeres para mujeres, sino de autoras, que de una u otra manera afectaron mis textos, de un modo positivo por supuesto.
—¿Qué gatilló en ti esas lecturas?
—Empecé a pensar en la lengua, en lo femenino, en la lengua materna que se habla mucho. En el taller de Parra también leíamos harta poesía norteamericana que no llegaba a Chile, en una época que era de la fotocopia. Leíamos a Anne Sexton, Sylvia Plath, antes eran lecturas muy elitistas en el sentido que pocos teníamos acceso. El taller fue súper importante en ese sentido, porque a pesar de ser dictado por un poeta hombre, nos abrió toda una línea de lectura de mujeres. Parra tenía un grupo de 24 chicos, entre 19 y 25 años. Ya de adulta, empecé a leer a Gabriela Mistral, María Luisa Bombal, Marta Brunet. Todas ellas me marcaron en el sentido de pensar al sujeto mujer y de pensarme a mí misma como escritora. Fue muy importante. Me di hartas vueltas y después empecé a conocer muchas antologías de mujeres y ya más adulta, en 2015, hicimos un encuentro de mujeres que se llamó “islas nuevas”, por un texto de Bombal, con las poetas Natalia Figueroa y Begoña Ugalde, fueron como seis sesiones en que leyeron puras mujeres de distintas generaciones, juntábamos todo, poesía y narrativa. Fue hermoso.
—¿A qué escritoras que estén publicando actualmente recomiendas poner atención?
—Me gusta mucho el trabajo de Claudia Apablaza, me parece que su obra no está siendo leída como se debe. Claudia trabaja cuestiones bien universales y tiene un humor bien negro, ácido, y todavía sigue siendo leída como mujer y con temas de mujeres. En poesía me gusta Fernanda Martínez, que tiene dos publicaciones, la primera la sacó con Libros del perro negro, y ahora sacó un libro con nosotros (Editorial Cástor y Pólux). Y en dramaturgia lo que hace Carla Zúñiga, que ha hecho tantas cosas tan relevantes, ha reunido mucha cosas en una sola obra. Yo la conocí en un taller de dramaturgia que hice y me sorprendió el humor que tenía, lo fresca que era.
—¿Crees que a lo largo de esta nueva ola del feminismo se ha corrido el cerco del patriarcado, que se han obtenido logros?
—Creo que el gran logro es que se han visibilizado malas prácticas a las que estábamos cotidianamente acostumbradas las mujeres. Un padre de familia ya no puede hacer algo, tu pareja ya no puede decirte ciertas cosas que habíamos naturalizado. Las mujeres ya no estamos en silencio. Una se siente con un soporte teórico y de lo que estamos hablando todas eso ya no se permite más. Pero antes era heavy. Yo lo veo sobre todo en el mundo de la escritura. Una vez fui a un festival en el que las mujeres éramos elementos decorativos. El primer día había un homenajeado en el festival y las mujeres nos teníamos que sentar en sus piernas y yo dije que no, yo tenía 33 años y era una invitada. La persona que me había invitado se me acercó y me dijo que yo no podía hacer eso, porque era el homenajeado, que cómo le iba a ser ese desaire. O donde yo trabajo a veces me dicen oiga que se ve linda, y yo respondo ¿y por qué usted está diciendo que me veo bonita hoy? ¿Qué le dio derecho a hablar de mí? Esas cosas me gustan, me parece un gran logro que lo cotidiano dejó de ser como era antes. Ahora lo coloquial y lo cotidiano ha sido transfigurado. Las chicas ya no permiten cualquier cosa. Antes se justificaba al amigo que se había pasado de trago, no, ahora ya no. Eso lo admiro mucho.
—¿Qué áreas son prioritarias para ti en el eterno camino por la igualdad entre hombres y mujeres?
—En las relaciones íntimas, sobre todo en la juventud, las chicas que están pololeando encuentro que están muy abandonadas. Me gustaría que hubiera más protección y más información sobre el abuso psicológico. La violencia psicológica es tan común, todas la hemos vivido, ¿qué pasa con eso? Lo que se me ocurre, relacionado al ámbito de mi profesión, es que los profesores y las profesoras pudiéramos desde la enseñanza media ayudar a que las estudiantes estén informadas sobre la violencia psicológica. Hay varios términos, el gaslighting, que es cuando tu pareja hace dudar de tu criterio. Falta socializar muchos términos y reeducar a los hombres. Cuando yo estaba en la universidad empezaron los estudios de género, en ese tiempo estaba muy de moda la masculinidad, que hablaba que el hombre también obedecía a una cultura que lo obligaba a ser de cierta forma, pero más que victimizarlo trataba de empatizar con este macho recio que hablaba a gritos, y que él era parte de un pasado y cultura que propiciaba estos espacios para tratar de tal forma a las mujeres. Pasa que está muy en el imaginario que el abusador es un hombre malo que te va a atacar en la calle, pero el abusador puede estar en tu cama. Puede ser un chico bello, letrado, pero violento.
—En el mundo literario hay una alta presencia de mujeres trabajando: editoras, diseñadoras, traductoras, escritoras, etc. ¿Qué desventajas se viven en ese mundo por el hecho de ser mujer?
—Que el patriarcado sigue leyéndolo como escritura de mujeres. Yo viajé mucho por Latinoamérica y el mundo, como invitada a festivales de poesía. Al inicio eran festivales para jóvenes producidos por jóvenes y al que íbamos jóvenes. Y yo me sentía muy chocha cuando mis amigos de otros países me decían tu poesía va por este camino y deberías hacer tal cosa. Yo decía oh qué bacán, pero ahora pienso que había hombres que querían manejar mi obra, y no de manera soterrada, sino que ellos de verdad creían que me estaban dando luces de lo que yo tenía que seguir haciendo. Todavía son mis amigos y yo los quiero, pero una siempre está relegada a ser la mujer. Los hombres te dicen tú eres la mejor, pero te hacen ver que dentro de las mujeres, siempre te suscriben dentro de la literatura femenina.
—Y se sigue leyendo muy poco de escritoras.
—Muy poco, porque hay una voluntad de los editores por publicar mujeres, pero la crítica todavía no se hace cargo de esa escritura. Cuando leen a mujeres todavía lo hacen desde esa óptica. Yo me siento la bisagra, que estoy entre una generación y otra, no fue mi pañuelo de batalla, principalmente porque no la iniciamos, nosotras veníamos de lo que quedó de la dictadura. Soy de la época en que o era la Gladys González, yo u otra, pero jamás a nadie se le ocurrió ponernos a todas juntas en una mesa, la pregunta era para qué. Creo que la crítica no se hace cargo de leer a las mujeres en sintonía con otros hombres por ejemplo, porque todavía la lectura de los textos de mujeres se relacionan con los textos de otras mujeres. Nadie dice que la poesía de tal mujer tiene algo de Nicanor Parra, entonces cuando crucemos esa línea puede quedar desterrado el patriarcado en la literatura.
—El movimiento feminista chileno es liderado por una mujer letrada, con estudios, que trabaja, que conoce bien sus derechos. ¿Cómo llegar a otros sectores más marginados o al mundo rural?
—Siempre pienso en el contexto educacional. Si estas mismas universitarias, si estas mismas mujeres las están preparando para ser profesoras, por ejemplo, después en el ejercicio de sus trabajos o carreras cuando ya sean profesoras, empiecen desde ahí a mover las capas, se puede producir algo de cambio. Y las mujeres pertenecientes a una élite cultural tenemos que compartir con las demás, ingresar a talleres, ver las formas de acompañar y hablar con una otra, compartir.
—En el contexto de las movilizaciones, la performance de Lastesis volvió a poner como protagonista al movimiento feminista, cuyo mensaje parecía difuminarse entre las cientos de demandas por un país digno. ¿Cuál es el lugar del feminismo en este despertar social?
—Me ha emocionado mucho que se ha formado como una red de mujeres que está trabajando, ya sea alimentando a la primera línea, yendo a ver a los presos políticos, etc. Me pasa que ese trabajo silencioso de la mujer en el estallido social ha estado presente. Es paradójico representarlo así, pero me lo imagino como una malla que está sosteniendo lo que pasa. Y tal como lo dices, con Lastesis se volvió bien protagónico y todavía la performance se sigue replicando. Para mí, lo de Lastesis fue la guinda de la torta del movimiento #MeToo que empezó hace unos años y que eso también llevó a que escritoras mexicanas denunciaran. Yo pensé que acá en Chile iba a pasar lo mismo en el ambiente literario, pero todavía no, parece. Me pasa que el movimiento feminista está latente. Ahora viene el 8M y la huelga feminista y va a ser el hito que va a dar comienzo a todo de nuevo, va a ser la vanguardia, lo primero que va a irrumpir este año a cinco meses del estallido.