Invitado estelar de la última versión de la Furia del Libro, Patricio Pron fue protagonista de los Diálogos Latinoamericanos que por primera vez cruzaron el espacio de la habitual Filsa para instalarse en el Centro Cultural Gabriela Mistral. Nos reunimos con él a conversar de su último libro de relatos Lo que está y no se usa nos fulminará, la Furia y de quién es Patricio Pron: personaje, narrador y escritor.
Patricio Pron ha sido traducido a más de una docena de idiomas incluidos el inglés, el alemán, el francés y el italiano. Ya en 2010 fue considerado como uno de los 22 mejores escritores jóvenes en castellano y este año recibió el Premio Alfaguara por la novela Mañana tendremos otros nombres. Licenciado en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Rosario y doctor en Filología Románica por la Georgia Augusta de Göttingen, Alemania, trabajó además como corresponsal para el diario La Capital, recorriendo Europa, Balcanes, África del Norte y Turquía. Hoy escribe en el suplemento Babelia, del diario El País (España) y en la revista hispano-mexicana Letras Libres. Con una activa vida en redes sociales, hace unos días se despidió del blog que mantuvo durante nueve años sin pausa e instalando conversaciones.
—Bienvenido a la Furia. Tienes una activa agenda en mesa con editores y otros escritores. Un escenario muy distinto a tu última visita en FILSA.
—Absolutamente sí. La gran mayoría de los proyectos autogestionados, como la Furia, han crecido desde confluencias e intereses comunes entre personas, y que tienen como finalidad poner de manifiesto la voluntad de que las cosas sean no tan solo como nos dicen que tienen que ser. Que es posible hacer esto sin grandes estructuras, sin grandes inversiones y contando con la complicidad de autores de fuera, que venimos porque nos interesa contribuir a este esfuerzo, y con autores de aquí, con los que vamos a dialogar.
—Este año la FILSA debió enfrentar una crisis y debió competir con otras ferias como la FAS y la misma Furia.
—Es que es posible hacer esto sin cobrar entrada en un lugar tan bello como este y en la mitad de la ciudad. Para mí todas estas cosas son por las que me levanto por la mañana, sabes. No hay otras muchas motivaciones que no sean pensar que es posible hacer las cosas de otra manera. En ese sentido, creo que el presente es un magnífico correctivo. Es imposible hacer las cosas peor de como las hemos hecho.
—¿Estás al corriente de lo que pasa con algunas editoriales pequeñas? Viviendo en España mucho de lo que se publica por acá no cruza el charco.
—Las editoriales pequeñas, mal llamadas independientes en mi opinión, son agentes dinamizadores de la escena literaria. Incluso cuando es evidente que los libros no llegan en las cantidades suficientes o no llegan a Europa donde yo vivo ahora, son libros que quienes leemos –como es en mi caso–, buscamos, conseguimos, con un tráfico un poco atrabiliario pero muy eficiente de gente que viene y va. Y muchas veces a amigos les pido que me traigan lo que ellos consideran que haya sido relevante. Y se producen grandes descubrimientos. Esto, me parece, responde a que los libros viajan mal, pues es difícil llevar libros de un lado y a otro; y a que la escena de la literatura –que parece consistir en una cosa uniforme–, en realidad se compone de pequeños archipiélagos de lectores en diferentes sitios.
El extraño efecto de extrañamiento
Pron es un autor muy conocido en la escena literaria por escritores, editores, lectores avezados, pero quizás no tanto por una gran mayoría de lectores circunstanciales, esos que cruzan las librerías sin saber muy bien hacia dónde dirigir su mirada. Y es que Pron es un escritor de relatos de arquitectura muy bien pensada. Lo que está y no se usa nos fulminará está compuesto de 12 relatos que son pura metaliteratura, y por ende parecen complejos. Y quizás lo son. Pero son relatos que se leen en capas, como gran parte de su obra. Por ello permiten lecturas diversas, que seguramente muchas veces se alejan por completo de la intención del mismo autor.
—Hay quienes creen que existen libros literarios y otros no literarios. ¿Piensas que se subestima al lector haciendo esta distinción?
—Es muy frecuente que quienes somos escritores “literarios” tendemos habitualmente, casi por defecto, a considerar que hay cierto tipo de libros que son literatura para no lectores. En algunos casos podemos coincidir con este diagnóstico. Efectivamente hay libros que tienen una función muy específica que parece agotarse en el mero hecho de que el libro sea comprado y eventualmente leído, para luego ser olvidado. Ese ciclo breve que tienen esos libros que llamamos best sellers se contrapone con otra forma de circulación que algunos denominan long seller, aquellos libros que no responden a un interés inmediato y por consiguiente producen efectos a más largo plazo. A mí me interesan mucho más esos libros que me ha formado como lector y como escritor. En el encuentro entre el libro y el lector además siempre se produce algo difícil de definir y que pone a la literatura al lado del imprevisto, a veces contra la lógica del negocio editorial.
—En una entrevista justamente tocando este tema, hablabas de los lectores valientes.
—Sí, sí. Incluso de los lectores insensatos. Una de la lecturas que fueron fundamentales para mí cuando comencé a formarme como escritor fue la lectura de Franz Kafka y desde luego es obvio que Kafka jamás tuvo en mente al lector que yo era por entonces. Este ejemplo también da cara a lo que llamamos la falacia intencional. Tendemos a creer que el autor sabe qué van a ser sus libros y hacia dónde van. Y muchas veces existe en el autor cierta arrogancia, al creer que puede controlar lo que sus libros provocan. Por mi parte tiendo a pensar que los libros pertenecen a los lectores y sigo siendo escéptico con las herramientas con las que el negocio editorial se ha ido dotando para –supuestamente– predecir qué es lo que desea leer un adolecente de 13 años en una ciudad como Rosario que es en la que yo crecí, por ejemplo.
—En tus libros siempre hay distintas posibilidades de lecturas. O capas muy finas en las que uno puede ir leyendo uno u otro relato.
—Sí, es una crítica que se hacía al principio en mi trabajo. Pero con la distancia que ofrece el tiempo, pienso que me embarqué en una carrera literaria que para mí nunca existió como tal. Sigue sin existir. Lo que tengo es una serie de circunstancias que me han permitido escribir algunos libros y tener ciertas conversaciones con los lectores a través de ellos. Pero al margen de esto, digamos que una de las primeras críticas que se hizo era que mis libros tenían muchos niveles de lectura. No es algo intencional pero sí es evidente que es algo que permea lo que yo hago.
—A la manera de Borges o como decía Piglia, “un cuento siempre cuenta dos historias”.
—Creo que esa es una de las virtudes de mis libros. Los libros de Borges, para volver a la raíz del ejemplo, también apelan al lector de formas distintas. El dispositivo borgiano está allí. La manera en que él concebía la literatura se basaba en el argumento de que son los lectores quienes se hacen cargo del libro, que se apropian y extraen de él algo que no necesariamente se corresponden con las intenciones del autor. Y que serán nuevos si el lector vuelve a ese libro en 10 años y para decir mira qué mal que leía yo el 2018, subrayaba todo mal. No solo esto habla del hecho de que leer te convierte en un mejor lector, sino que además pone de manifiesto el hecho de que los buenos y grandes textos no agotan su capacidad de producir una sola lectura.
Hace un tiempo Patricio Pron se enteró por un amigo en Argentina, que un tercero conocía a Patricio Pron y que no era precisamente él –el autor sentado en esta ruidosa cafetería–, sino un chico que escribe libros bajo ese seudónimo. Y tal como en uno de sus cuentos, Patricio Pron –el autor–, narra esto siempre hablando de este curioso incidente en tercera persona, una especie de desdoblamiento inusual para muchos, pero que en su literatura calza. Se entiende el juego, un juego serio sin duda. Notamos el mecanismo que va detrás, artefacto literario por supuesto. “Alguien le quiso gastar una broma a esta persona y yo pensé: se me ocurren cosas muchos mejores que fingir ser que Patricio Pron. Si yo fuese a fingir me gustaría hacerle creer a alguien que soy –vacila un instante– que soy Prince. Pero bueno alguien quería hacerse pasar por Patricio Pron y allá él”.
—En uno de tus cuentos eres efectivamente otro: un personaje del relato. Y luego, en Este es el futuro que tanto temías en el pasado, eres quien desea tener un doble para que se haga pasar como Patricio Pron.
—Quizás la literatura contribuya a esto, convencernos a quienes la hacemos de que la identidad no es monolítica y que está dada de antemano. Es algo que, desde luego, consiste en la superposición de lo que nosotros creemos que somos y de lo que los demás dicen de esa identidad. En ese sentido me parece que hay un correctivo en la mirada en la forma que pensamos el presente y también una de las cosas que la literatura tiene para ofrecer en este momento.
—Pero el juego es interesante al final. En alguna medida recuerda a Verano de J. M. Coetzee, donde se habla sobre él, pero no es él finalmente.
—Para la mayor parte de las personas es difícil hacer esta escisión que estoy haciendo. Pero decir “hay alguien que se llama como yo pero no soy yo” se vuelve más y más fácil con el tiempo, en la medida de que si eres afortunado como escritor tus libros empiezan a ir a sitios donde no has ido nunca o empiezan a producir efectos que tú no preveías. Buena parte de estar emocional e intelectualmente vivo como escritor consiste en todo el tiempo revolverse contra uno mismo, y producir un tipo de literatura que tome ese riesgo. Me interesan esos escritores que escriben sin red y yo trato de ser uno de ellos, al margen de que la lectura de mis libros arroje una cierta interpretación para algunos lectores y otras para otros.
—Y para distintos contextos hay distintas lecturas de tus libros.
—Claro y es algo que yo no he podido anticipar. Con este último libro, Lo que está y no se usa nos fulminará, se han producido discusiones muy distintas. Un libro se integra a la discusión que se tenga en determinadas sociedades literarias que el autor no puede predecir, esto al margen de que las lecturas hayan sido enriquecedoras, lo que los críticos han aprovechado de los libros son muy distintas a las que yo pensaba se iban a fijar. Y no está nada mal esto. No soy de los autores que cree que tiene el control sobre su obra, muy por el contrario.
—Al final los libros cobran vida propia.
—Los libros son mejores que los autores que los han escrito. Uno los escribe con el convencimiento que son lo mejor de uno. El solapamiento con la existencia privada y personal de un escritor llamado Patricio Pron puede ser disuasorio para la lectura de ese libro. En ese sentido yo me arrepiento mucho de no tener un seudónimo. La única forma a esta altura que yo tengo de hacer que la lectura de mis libros no sea empañada por las tonterías que Patricio Pron dice en una entrevista o por la forma que se corta el cabello o habla.
—Y qué opinas sobre los libros que aparecen basados en hechos reales o algo que realmente pasó. Como la autoficción o el fenómeno Knausgård.
—Constituye una moda bastante importante y un argumento de venta. Al margen de las intenciones del autor, soslaya el hecho de que nunca, nunca es lo que pasó. Una serie de experiencias vividas devienen en literatura tan solo a condición de transformarse en otra cosa. No hay transcripción literal de las experiencias y no deberíamos buscarlas.
Por nuestra parte, hay un fracaso a la hora de comunicar, en particular a los más jóvenes, por qué deberían tener interés en algo que no ha sucedido. Que es por otra parte la motivación con la que todos comenzamos a leer. Los niños leen en procura de que les cuenten cosas que deliberadamente no han pasado. Ellos tienen un humor muy peculiar y sienten un placer muy grande en jugar con ese punto ciego en el cual las cosas son y no son. La capacidad de un niño de convertir una servilleta en algo parecido a un dragón y con ello vivir aventuras constituye un repositorio de creatividad que todo lo que sucede después de la infancia se dedica a descubrir.
—Jugar al simulacro, como la literatura.
—Sí. Es a esa creatividad a la que inevitablemente apelas cuando escribes. Y convertirse en un escritor es también ir contra corriente de decenas de cosas que se nos han dicho. Incluyendo esta: que algo es mejor si es algo que le ha pasado al autor.
—Y en ese sentido, ¿los libros que escribes siguen teniendo eco en tu trabajo?
—Van haciendo eco de libro en libro. Los libros que escribe Patricio Pron, al margen de lo que yo opine de ellos, conforman una rara cámara de ecos en que determinados temas y determinado tonos se repiten, sin que por ello haya de mi parte un deseo de escribir la misma obra.
—Virginia Woolf decía “Porque los libros son la continuación unos de otros a pesar de nuestra costumbre de juzgarlos por separado.” En tu obra hay una continuidad. Se reconocen como libros de un mismo autor con un tono determinado.
—Sí, puede ser. Hay varios que se empeñan por escribir el mismo libro. No lo digo como una crítica negativa. Yo diría que son los escritores proustianos. Y otros autores, que procuramos escribir en contra de lo que fue nuestro libro anterior. Bastó que la crítica dijese que yo era muy hábil en la construcción de narradores para apuntar hacia un tipo de literatura que no tenga narrador. De hecho No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles es un proyecto de libro sin narrador o quizás narradores deliberadamente difíciles de definir.
—En el cuento “La bondad de los extraños” se presentan dos escritores. P y Gran poeta chileno, que no nombras en un tono de humor negro que llama la atención. ¿Cómo convives o te relacionas con el medio literario?
—Sí. Es un mundo peculiar. Hay dos aspectos. Por una parte, todos somos personas que disfrutamos mucho estar solos. Es uno de los aspectos más sobresalientes de nuestra vocación literaria o uno de los más determinantes. No es por completo una experiencia inusual para el lector que también disfruta de la lectura. La lectura no es un hábito que sea fácil de compartir. No hemos encontrado tantas maneras de hacerlo. Ahora hay cuentacuentos y determinadas estrategias de discusión de la lectura, pero la mayor parte de los lectores lee en soledad y lo hacen porque disfrutan de esas formas de soledad que se produce en la compañía de un libro. De modo que esa sociabilidad literaria está permeada por el hecho de que quienes conformamos parte de ella somos esa sociabilidad nos resulta violenta.
—Y un segundo aspecto…
—Hay otro error implícito en la idea de que los escritores seremos buenos representantes de nuestros libros. No es el caso. Los autores que más me interesan a mí son autores que tienen enormes dificultades para hablar en público y para contar de qué van sus libros. Saber escribir no significa sabe hablar de lo que se ha escrito. Es una habilidad añadida que se adquiere o no se adquiere. A mí me gustaría creer que después de mucho ensayo y error he aprendido a tener conversaciones como esta. Entonces la sociabilidad literaria es la sociabilidad de un puñado de personas bastante solitarias, con vidas singulares debido a que quienes podemos dedicarnos por completo a escribir lo hacemos en nuestras casas sin ver a demasiada gente. Y venir a lugares como este a veces puede resultar violento pues pasamos de estar en nuestras casa cuidando de las plantas a una exposición total.
Literatura en tiempos de Trump y Bolsonaro
—Ya habías estado otras veces en Chile para la Feria en Estación Mapocho, en una feria con un tono muy distinto.
—En los últimos años la Furia ha adquirido un prestigio más grande. Ya muchos amigos míos me han dicho lo bien que se lo habían pasado y que había valido la pena venir. En ese sentido me parece muy adecuado que se haya decidido traer los Diálogos Latinoamericanos al ámbito de la Furia. Por muchas razones. A diferencia de la Filsa en la cual yo participé hace algunos años, esta es una feria en la que no se cobra entrada y es realmente una feria horizontal. Me parece que aquí hay un intento de mostrar que las cosas se pueden hacer de otra forma. Venir a estos sitios es una forma de decir que esta es nuestra causa y apoyarla es una de las cosas más importantes que uno puede hacer con su tiempo.
—La Furia es también un gesto que es inevitablemente político, además de literario. ¿Cuál es la relación que ves entre la literatura y la política?
—Se habla mucho de la importancia política de la literatura y en mi opinión cuando se habla de ella no se la instala en el lugar que corresponde. Para visibilizar determinados temas y para reparar los profundos olvidos, interrupciones y baches que la historia personal, pero también de países como los nuestros tiene. Y si bien la voluntad de testimonio es una parte importante de la literatura, también hay una parte de política de la literatura que le es dada por el contexto en que es leída. Los libros se convierten en gestos contraculturales para decir que otro mundo es posible, que había una relación entre las palabras y el mundo. Casi todas las ideologías a las que adherimos en este momento histórico se constituyen en torno a textos. Ya seas de izquierdas o de derechas, es muy posible que tu ideología se conforme mediante un texto escrito por alguien, sea el manifiesto comunista, Adam Smith, o lo que sea. Y es que es precisamente leyendo que nos formamos opiniones. Por ejemplo, leyendo la prensa pensamos por quién votamos. ¿Qué sucede cuando la capacidad, la comprensión lectora está bajo un mínimo? Esto pensando no solamente para la suerte de esas personas sino para salud de nuestras democracias.
Los libros se convierten en gestos contraculturales para decir que otro mundo es posible
—Y en esa mirada, ¿qué piensas sobre lo que sucede en países vecinos?
—Para mí, fenómenos como el de Bolsonaro, Macri, Trump o Salvini en Italia, tienen un fondo común que es la habilidad de todas estas personas de formular mensajes muy simples y contradictorios. Y que desde luego, desde la mirada de quienes concebimos la política en otros términos, parecen personas con una muy escasa inteligencia, pero que son manifestaciones de la nueva inteligencia política. Una que se corresponde con las demandas de un electorado que es incapaz de entender un mensaje más complejo y que está votando a partir de la pura emotividad y de una serie de prejuicios completamente contradictorios.
—Y muchas veces leemos para confirmar nuestros prejuicios. Leemos lo que queremos leer al final.
—Exacto. Y esto que podríamos decir no tiene tanto que ver con la literatura. Los textos que a mí más me han marcado son los que le dicen al lector, al margen de su tema, que hay otro sitio al que ir. Es posible ser otra cosa, al menos durante el tiempo que transcurra la lectura de ese libro tú eres otra persona. Y si el libro ha sido bueno, emerges de esa lectura con un ligero cambio en tus opiniones y en tu identidad que contribuye a que tu pienses distinto, que aporte a que veas el mundo de una forma más compleja e interesante de lo que era antes. En cambio los libros de circunstancias contribuyen a replicar lo que tú ya eres. Se articulan sobre una cultura altamente dañina y cuyo triunfo ya no solo depende de qué vamos a leer en el futuro, sino más bien de qué posibilidades vamos a tener de expresar nuestra alteridad, de ser lo que queremos ser.
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