La idea era buscar una picada de esas con wurlitzer y olor a fritanga, con algo de concurrencia, lo justo, no tanta, pero no logramos coordinarlo bien. El plan b tampoco pintaba mal: El Putamadre, bar restaurant abierto recientemente en calle Franklin, nos seduce con su cerveza artesanal y su grato ambiente vintage, nostálgico, de barrio y, al mismo tiempo, con onda. En medio de colores sintéticos, suena Sugar Hill Gang, con esa canción que cambió la música para siempre: “Rapper’s delight”. La idea ha sido juntarnos a eso, a hablar de música y de cultura, de cosas que cambian para siempre.
—Estoy chato de Camilo Sesto –confiesa, acomodando su chaqueta al respaldo de la silla.
Y es que el sorpresivo fallecimiento del astro español despertó una especial atención sobre Ricardo Martínez –doctor en lingüística, académico de diversas universidades, teórico de la cultura pop y participante activo de redes sociales–, debido a la publicación de Clásicos AM, donde investiga, teoriza y analiza el impacto sentimental de la canción romántica en Chile. Por lo mismo, este libro lo ha posicionado como una voz a la altura del obituario que el intérprete de “Fresa salvaje” merece en los medios de comunicación locales.
—Llevo dos días hablando de él sin parar.
Anoto algunas cosas sobre Ricardo en mi libreta: “lo conocí como colega en una universidad”, en realidad lo conocía de antes, pero ese día éramos colegas y hablábamos por primera vez, mientras tomábamos un café en el patio de esa universidad del centro de Santiago. Debatíamos como dos raperos freestyleando versos, pero lo que nos disparábamos, en realidad, eran ideas sobre libros y películas. En algún punto yo le mencioné La ciudad ausente, de Ricardo Piglia. Este Ricardo, al desconocerla, decidió ir a buscarla a la biblioteca de la U apenas nos despedimos. La leería entusiasmado durante su almuerzo en unos chinos, la olvidaría sobre el asiento tras pagar. Esto lo descubrió mucho después y tras una clase fue a buscarla, pero nunca la encontró. Y yo me quedé con esa imagen: la del lingüista buscando una novela de Piglia sobre el lenguaje, entre restaurantes y facultades de humanidades de Santiago.
—¿No conoces a Chara?
—No… ¿Quién es?
—Chara era una especie de Yolanda Sultana de la radio Minería –contesta, finalmente–. Leía la suerte y recibía cartas con las que armaba como un radioteatro que técnicamente fueron los primeros podcasts.
Anoto también que antes, ya había publicado un libro a dúo con el también docente Remis Ramos, gracias a un crowdfunding: Tercera Cultura: #TheLibro (2014) texto que rescataba el espíritu del blog del mismo nombre que sostenían desde 2009, en el que se paseaban por temáticas tan diversas como neurociencia, lingüística, semiótica, cultura pop, literatura y todo el submundo de internet, virales y memes, siempre de una manera tan seria y contundente como divertida.
La canción de Carl Douglas nos recuerda, desde los parlantes del ricón, everybody was kung fu fighting.
—¿Cómo nace la idea de escribir Clásicos AM?
—Esto partió el 2008, cuando postulé a un concurso para ramos optativos en la Universidad Diego Portales. Me bajó la locura de hacer uno sobre la balada romántica o sobre la música que se escuchaba en la radio en los años 70 y 80. Antes, había tomado cursos de música, uno con Juan Pablo González, cuando estudiaba periodismo el año 91 –su libro la Historia social de la música popular en Chile está dentro de mis 50 libros favoritos de la vida–. Ese curso fue importante porque con él caché cómo hacer un curso de música sin que sea para músicos. Sin hablar de las notas, la melodía, los acordes, las progresiones… Por mail y de patúo, le escribí a para que me recomendara lecturas. Pillé también la tesis doctoral de Daniel Party sobre este tema y a partir de eso armé el programa clase a clase, tratando de organizar un semestre completo. Escuchábamos música, yo explicaba el contexto. A partir de eso, también, fui poniendo en Facebook reflexiones con respecto a este estilo de música y empecé a armar el libro con todo eso, que terminé trabajando con la gente de Planeta.
—En el libro, uno puede encontrarse con códigos QR, pero también con citas APA y bibliografía. A ratos es un ensayo, otros un ejercicio de nostalgia, otros es un análisis lírico. Hay una búsqueda de novedad, dentro del género ensayístico, ¿no?
—Me pasó algo muy bonito, me invitaron al programa de radio de la Rockaxis, a compartir una entrevista con un tipo que había escrito una historia sobre el punk chileno, un libro precioso que también tenía códigos QR. Esa idea del libro que te catapulta afuera del libro es una que está bien en boga, no es que haya inventado nada. Los códigos QR te llevan a listas de Youtube, en este caso, con las canciones que fui acumulando en estos años y de las que hablo en el libro.
—¿Por qué sobre música AM y no de rock, por mencionarte un género?
—Porque, junto con el indie pop, este es el estilo que más escucho. Soy un fan de la radio Imagina, la escucho todo el día. A veces, voy en el auto y llego a la bencinera y al apagar el auto, me doy cuenta de que los bencineros también la están escuchando. Es como una radio que suena en todo el país, todo el día. Lo mismo cuando ando en taxi o cuando voy a comprar una bebida a las 2 AM. Además, es un estilo que comparto con mis amigos. En el año 98 yo coleccionaba mp3s y llegaba a las fiestas a poner mis mis canciones AM y todos las cantaban como en un gran karaoke. Ahí aparecían José José, Daniela Romo o Yuri, cuando la gente dejaba de cantar canciones en inglés como Radiohead. Mucha gente tiene un compromiso emocional con esta música mucho más fuerte que con el punk, por ejemplo. Además le gusta a gente todas las edades.
—El AM existe en los 70, los 80 y los 90, ¿cuándo empezaste a escucharla, ya por tu cuenta, por gusto?
—Yo escuché este tipo de canciones siempre. Es la música que siempre sonó en todas partes. La música de la radio y de la tele, a través de los estelares, era esta.
—¿Y no era mal visto, al menos generacionalmente?
—La radio El Conquistador FM sale en 1962, pero el aparato de la cocina no tenía el dial FM así que la AM era la radio que sonaba, finalmente, por toda la casa. La gente después reniega de haber crecido con esas canciones porque aparecen muchos conflictos: es un género que está ligado a las clases desfavorecidas, al servicio doméstico, a las nannys, entonces genera mucho clasismo, empiezan a encontrarlo rasca. Por otro lado, tiene una cosa política y oscura porque es como la música de Pinochet y de los agentes de la CNI y, además, tiene toda una cosa de género, son canciones sobre mujeres violentadas por el patriarcado. A la gente le cuesta reconciliarse con la música AM. Le pasa a la gente de izquierda y de derecha, tanto como los cuicos como a los progres, reniegan de ella, queda relegada a un grupo considerado incluso inferior, comparado a quienes escuchaban pop o rock en inglés.
—Se genera eso que llaman placer culpable, porque a escondidas o alcoholizados, la escuchan igual.
—Pasa algo parecido a lo que sucedía con los monitos animados, como que uno los veía cuando niños y luego renegaba de ellos, pero aparecía el animé y era cool de nuevo ver animación ya adulto. Con esta música pasó lo mismo. Fue la radio Aurora el año 89 que desde el dial FM empezó a tocar este estilo, conformando su propia comunidad, los auroradictos.
—¿Tú renegaste alguna vez?
—Como a los 14 años, a comienzos de los 80, cuando la Yuri, Daniela Romo o Miguel Bosé empezaron a sonar en las fiestas, entre el synth pop –o tecno pop, como le decíamos acá–, grupos como A-ha o New Order. De pronto el DJ se tiraba estos temas en español y yo me enojaba mucho.
Anoto en mi libreta. “La mayoría de las veces, Ricardo se presenta como profesor, así, sin especialidades rimbombantes.» Básicamente es eso lo que hace: enseña, trabaja en universidades, investiga, estudia. Pero hay otras veces que Ricardo se reconoce como “profesor taxi”, de esos que van de una universidad a otra. Sus áreas de enseñanza han sido de lingüística general y literatura, pero también psicolingüística, lingüística aplicada, gramática, talleres de lectura y escritura, oralidad y lo que él denomina cosas misceláneas, como cursos de educación y de neurociencias y lingüística computacional. Fue mucho antes, cuando una vez me dijo que a él le interesaba estudiar la literatura desde la lingüística, porque desde los propios estudios literarios, le parecía un campo agotado.
—Mi récord es haber hecho catorce cursos en un solo semestre –dice, no sé si se jacta o se queja.
La música del restaurant cambió estrepitosamente y se escucha una canción del dúo español Estopa. Porque me falta el aliento, la fuerza, la pasta, las ganas de verte…
—En el libro abordas una panorámica amplia que va desde la Nueva Canción Chilena a la música cebolla, pasando por las canciones italianas de festivales hasta los ritmos bailables de Miami. ¿Cómo conviven esos géneros en un imaginario único?
—Son parte de las salidas de madre que hago, con el canto nuevo, Música libre… el libro está dedicado a lo que sonaba en la radio y todo sonaba en la radio, hasta lo más combativo. Entonces hay música más canónica del dial AM, como José Luis Perales o Camilo Sesto, que uno tiende a reconocer como de derecha o de evasión, pero al otro lado del espectro está Joan Manuel Serrat. Y entremedio un montón de cosas como Jean Baptista Humet que, teniendo un sonido muy canónico, canta canciones como “Clara” que es sobre la adicción a la heroína y otra sobre un tipo que tiene un accidente automovilístico y queda parapléjico. No son canciones sencillas. Lo mismo pasa con Víctor Manuel que tiene “Solo pienso en ti”, sobre niños que tienen neurodivergencia, o “Piel de ángel” de Camilo Sesto, que es una canción queer.
—¿En serio?
—Claro. Y lo mismo pasa con los temas de género: la típica canción de Perla, “Comienza a amanecer”, que sería una canción sobre una mujer engañada por el marido, o “Ella y él” de José Luis Perales, uno podría decir que son canciones patriarcales, que transmiten una idea del amor que es más un simulacro, a veces tóxico.
—Canciones que hoy serían canceladas por Twitter.
—Podrían perfectamente estar canceladas. Pero por otro lado también tienes canciones con mujeres súper empoderadas. Mari Trini, quien está vinculada con el lado más derechista de esta música, por esa imagen del Festival de Viña en los 70 en que le regaló una rosa a Pinochet desde el escenario. Uno diría no, Mari Trini, cancelada. Pero resulta que ella tiene unos signos lésbicos muy adelantados a su época, fue pareja de su productora y tiene canciones como “Yo no soy esa”, que dice yo no soy como las otras mujeres.
—Es una imagen fuerte esa la del Festival de Viña, ver a Pinochet sentado ahí, frente a los artistas.
—Claro. Y está esa imagen de (Álvaro) Corbalán, también, que era fan de esta música, hasta hizo una canción para la unidad nacional, una cosa muy como romántica. Esta música era muy del gusto del fascismo, directamente, y por lo tanto, claro, a uno no le gustaría estar de ese lado. Pero la cosa cambió el año 98, cuando Chile va al mundial de Francia y empiezan a aparecer las poleras de Chile por la calle, cuando cierta izquierda comenzó a resignificar los símbolos de lo chileno, y recurre a esta música en busca de una identidad; como el Liguria o artistas como Los Tres con las cuecas y las fondas, o cierta arista leída desde lo kitsch…
—¿Y no es toda la música AM kitsch?
—En realidad yo tengo un problema con el kitsch, porque es peyorativo, por la definición que le da Susan Sontag o Milan Kundera, en donde se refieren a algo en exceso artificioso y pretensioso, sin tener una gran calidad. Soy bastante contrario a esa idea, y si bien reconozco que existen elementos kitsch en esta música, su calidad musical y artística es innegable.
—En el libro tienes una mirada bien especial con Arjona, a quien le atribuyes el haber diseñado la balada romántica de estadio, pero me gustaría preguntarte por cómo ves hoy a Miguel Bosé.
—Mira, yo no soy mucho de cancelar gente, pero también sé que la gente se pone gagá. Muchas veces hago paralelos entre este estilo y lo más alternativo, como el indie o el underground, y en este sentido Miguel Bosé es como Morrissey. Te contrapregunto, entonces, ¿qué haces tú cuando Morrissey habla tonteras?
—No lo pesco, me río, no sé…
—Pero te gustan los Smiths.
—Los amo… y a Morrissey también.
—Bueno, es lo mismo que me pasa con Bosé.