Entrevistas

Sara Bertrand y el rito de contar cuentos

Patricio Contreras Por Patricio Contreras

A propósito de su más reciente publicación, La memoria del bosque, conversamos con Sara Bertrand sobre su proceso creativo, el rito de contar historias, la construcción de los diálogos —la hija del relato es una explosión de ocurrencias— y las interpretaciones de su texto. [Foto portada: El Desconcierto]

Una historia dentro de una historia. Primero, la historia de una madre y su hija durante un trayecto, un viaje, una mudanza.

Esa madre le cuenta a su hija una segunda historia: la de una princesa atípica que vive en un estanque en el bosque.

Y no sale —o no puede salir— de ahí.

Por el miedo, por el trauma, por la soledad, por los recuerdos difusos que emergen y vuelven a sumergirse. Como si estuvieran empantanados bajo un líquido que no permite que entre la luz.

Ambas historias se intercalan, se atraviesan y se interrumpen a partir de diálogos, ilustraciones y descripciones.

En La memoria del bosque (Cataplum, 2021) Sara Bertrand toma como eje un rito milenario, que se traspasa de generación en generación y que, pese a la omnipresencia de las tecnologías y a la aceleración de nuestros ritmos, resiste y persiste, con paciencia, en nuestras vidas.

Es el rito de contar historias.

Y esas historias a veces comienzan con imágenes sencillas pero desconcertantes: “La princesa vivía en un estanque”, leemos al comienzo.

El entrecruzamiento de las historias de este libro-álbum está anudado por las ilustraciones de Elizabeth Builes, una artista colombiana que trabajó como ilustradora científica en el Herbario de la Universidad de Antioquia y que ha imprimido en su obra —y en este libro— una preocupación por la relación entre lo exterior y lo interior, entre la naturaleza y nuestras emociones.

Sara Bertrand estudió historia y periodismo. El 2017 ganó el New Horizons Bologna Ragazzi, uno de los galardones de la Feria Internacional del Libro de Bolonia, Italia, con La mujer de la guarda (Babel, 2016). Ha publicado novelas como Afuera (Emecé, 2019) y libros como No se lo coma (Hueders, 2016), una colección de preguntas, tipografías y voces, para niños y adultos, que fue incluido el año 2017 en el prestigioso catálogo White Ravens.

Conversamos con Sara sobre su proceso creativo, el rito de contar historias, la construcción de los diálogos —la hija del relato es una explosión de ocurrencias— y las interpretaciones de su texto.

En términos del proceso creativo, ¿cómo y cuándo se gestó este libro? ¿Nos puedes tomar de la mano y explicarnos cómo surgió la idea y por qué se publica en Colombia?

Se publicó en Colombia porque fue María Fernanda, la editora de Cataplum, quien me pidió que escribiera un cuento de hadas. Ella había leído La mujer de la guarda y estaba convencida de que podría hacerlo. Yo no tanto. Personalmente, respeto muchísimo el género, me parece fascinante, pero complejo de escribir, precisamente, porque trabaja la oscuridad como espacio literario, aquello que no puede ser nombrado, lo que permanece oculto, pero se devela a modo de una historia fantástica, con elementos de horror y cierta cuota de violencia. Pero, entonces, un día estaba sentada en la terraza de mi casa, había llovido mucho y en un charco en el jardín se proyectaba la luna, lo que le daba cierta profundidad misteriosa a lo que estaba bajo el agua y pensé “la princesa vivía en el estanque”, e inmediatamente vino la pregunta ¿cómo? Porque cualquier niña o niño sabe que las princesas no viven en estanques, sino en castillos —o al menos, imagina uno—, en piezas luminosas y bien arregladas, independiente del horror que corra por sus pasillos. Esa interferencia dio pie a la estructura del libro, es decir, una historia interrumpida por el diálogo entre una madre y una hija y que me permitió jugar con el pacto de ficción que proponen los libros. Te cuentan una historia y tú lectora/lector decides si creer o no y en ese tira y afloja, necesariamente, surgen preguntas hasta que finalmente te dejas seducir y te sumerges en ella.

Detalle de ilustración interior de La memoria del bosque. Créditos: Cataplum.

“La memoria del bosque” se estructura en torno al rito de una madre que le cuenta una historia a su hija. ¿Cómo fue ese rito para ti, tanto en la infancia como en la adultez?

En mi casa materna siempre hubo libros y cierta hora para leer o escuchar. Por ejemplo, a Pedrito y el lobo lo conocí gracias a la sinfónica de Prokófiev, que me daba un terror infinito, pero ahí estábamos, sentados en el suelo oyendo. Y de repente, imagino que fue porque crecimos, se impuso el silencio de los libros, esa etapa que sigue al momento en que aprendes a leer por ti misma, pero con mis hermanos habíamos adquirido el hábito o, mejor dicho, la adicción a la lectura oral así es que asumí la posta y comencé a contarles cuentos antes de dormir.

Al principio, eran los mismos que leíamos con nuestra mamá o papá, después, comencé a inventarlos. Con mis hijos seguí perpetuando el rito cada tarde, cada noche, cada vez que los veía demasiado callados o algo tristes, cuando algo les complicaba. En fin, creo que las madres solemos hacer una traducción de mundo bastante intuitiva y los cuentos son una buena herramienta para ello, precisamente, porque motivan la conversación, levantan preguntas, sin tener que “nombrar” lo que no puede ser nombrado, ya sea por miedo o porque realmente no tienes claro qué hay detrás de esa inseguridad o tristeza. 

La infancia no es un lugar cualquiera, sino un espacio de creación y también de cierta lucidez.

La historia que narra la madre es sobre soledad, encierro, dolor, olvido. Pero en las réplicas de la hija se cuelan el humor, lo absurdo, la incredulidad y la sorpresa. ¿Cuál fue el desafío para ti en la escritura de los diálogos?

Aunque parezca extraño, los diálogos fluyeron con más naturalidad que la propia historia, quizás por el placer que me ha provocado desde siempre escuchar la voz infantil. Niñas y niños suelen ser rotundos en sus aseveraciones, sobre todo, en esta era de la información, en la que los datos están a la mano y ellas/ellos se toman muy en serio sus conocimientos. Por eso, conviene desarrollar el arte de la escucha y cierta agilidad para seguir sus bifurcaciones, porque saltan de un tema a otro, de lo finito a lo infinito, con una facilidad que los adultos perdemos rápido. Lo mismo con la lengua, son grandes maestros a la hora de dar sentido a las palabras y la plasticidad con que las usan. Así es que ahí está la madre intentando acompañar a la hija, contándole una historia, provocando el diálogo, y ahí está la hija interrumpiendo, recordando que la infancia no es un lugar cualquiera, sino un espacio de creación y también de cierta lucidez.

Cataplum Libros, 2022

Las ilustraciones de Elizabeth Builes narran aquello que el texto no dice: la mudanza, los objetos, el viaje. ¿Qué otras cosas crees tú que nos cuentan estas imágenes?

Las imágenes, me parece, resultan tremendamente reparadoras en lo que al vínculo madre/hija se refiere. La literatura está plagada de historias difíciles entre madres, madrastras e hijas y, efectivamente, en el plano de lo psicológico, el vínculo madre/hija es más complejo que con los hijos varones, entonces, pienso que Elizabeth fue muy asertiva al adentrarnos en una relación en donde la madre no rehúsa jugar el rol de madre (suena extraño decirlo así, pero los adultos no siempre actúan como adultos). Esto es, acompañar a su hija en la desazón de dejar atrás un espacio conocido para habitar otro que hay que conquistar y la va guiando en ese conocer y descubrir. Porque la madre no solo introduce a la hija en ese bosque enorme y misterioso que está a los pies de la casa, sino que la acompaña en el relato de apropiación, hacer del bosque un lugar familiar, donde no solo hay una sino muchas historias que pueden ser narradas.

Como la hija del relato, los lectores nos vamos haciendo preguntas, incluso al terminar el libro. ¿Te han llegado interpretaciones de tus lectores sobre la princesa y el gato?

Me gustaría mentir y decir que busqué provocar ese efecto con el libro, es decir, que el lector se preguntara e interpelara la historia permanentemente, pero en realidad, cuando lo terminé me di cuenta de que yo misma quería hacer un montón de preguntas y me gustó que el libro fuese una oportunidad de cuestionarse. Porque, finalmente, los libros siempre proponen preguntas que nos llevan a búsquedas bastante particulares y ese camino, el de las preguntas/respuestas, es también el camino del lector.

A muchos les ha intrigado el gato, incluso, están los que de frentón le tuvieron miedo, porque ese gato que habla debe traerse algún asunto entre manos, pero si nos acercamos a la conversación que niñas y niños sostienen con sus mascotas, no es raro descubrir que interactúan como si el perro, el gato o el loro, les fuera a contestar y ya quisiera uno descubrir qué es lo que les dicen las mascotas. Como cuando mi hijo no quería comer y le pregunté por qué y me contestó que el perro le había dicho “guau guau, quiero empanada”. 

Ilustración interior de La mujer de la guarda. Créditos: youkid.it
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Patricio Contreras

Periodista freelance, profesor universitario y creador del boletín de libros Hipergrafia.

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