Una verdad cruda recorre los poemas de Sofía Esther Brito (Santiago, 1994). Una que está lejos de la complacencia y que se resiste a recordar los últimos acontecimientos del movimiento feminista como una anécdota. La egresada de Derecho publicó su segundo libro bajo el título de Bestialidades (Escafandra Ediciones, 2019), acaso con la intención de indagar en el lado salvaje de las mujeres, aquel que se niega a ser domesticado y vive en libertad, pero que choca de cara con la burocracia, la justicia inoperante y el costo que pagan ellas al portar un cuerpo femenino.
Su nombre saltó a la esfera pública en medio de las movilizaciones y tomas del 2018, cuando se conoció la denuncia por acoso sexual que hizo contra su profesor de Derecho y presidente del Tribunal Constitucional en ese entonces. Luego de esos eventos se volcó nuevamente a la poesía, que a ratos le parecía como una forma de escape, pero a la vez, dice, «era como un trago que te ardía en el cuerpo».
—¿Cuáles fueron tus primeras aproximaciones a la escritura poética?
—Yo llegué a la poesía desde la música, estudié harto tiempo y mi expresividad artística salía por ese lado. Cuando entré a estudiar Derecho, tenía una necesidad de expresar cosas que desde la música no tenía tiempo para hacerlo y salió la escritura. La poesía es una forma literaria que siempre se me había hecho muy interesante, desde muy chica incluso. Entonces ahí empecé a indagar y me tiré a la piscina. Había escrito hartas cosas, como letras de canciones, y en un momento determinado me dije que esto se podía tomar más en serio, algo que pudiese trabajar una temática, la forma, y ahí se fue dando.
—¿Quiénes son tus referentes en poesía como lectora?
—Leía mucho a Alejandra Pizarnik y había leído también hartas cosas de Malú Urriola, que tenía formas de la cotidianidad que a mí me llamaban la atención. Ellas son mis referentes más importantes en términos de poesía. Pero hubo mucho tiempo en que leí muy poca literatura. Cuando entré recién a la facultad, estaba muy metida en la carrera, en la política, leía pura filosofía feminista. Cuando volví a la literatura hice una síntesis de esas dos experiencias de lectura. Fue muy impactante darse cuenta de cómo al final desde los cuentos, la poesía, de la literatura en general, tienes la posibilidad de trabajar las mismas temáticas que se trabajan en textos más políticos y filosóficos.
—¿Y qué observaste cuando volviste a la literatura?
—La literatura tiene la potencia de abrir desde lo íntimo, de comprender que lo personal es político y todas las enseñanzas que en el feminismo son bien de eslogan. Acá se hacen carne, se plasman en concreciones literarias y es precioso. Capaz que no te das cuenta, pero estás discutiendo los mismos dilemas feministas que habla una filósofa como Nelly Richard, Ale Castillo o Judith Butler, pero desde un cuento o un verso incluso. Eso me parece muy potente para la apertura que están teniendo los talleres literarios y las posibilidades de discutir temas que tal vez no se daría de otra forma, de hacer comunidad. Me pasa que cuando uno tiene un lado más teórico, hay un mundo exclusivo que puede acceder a ese espacio, quienes han estudiado ciertas cuestiones, y creo que la literatura permite democratizar esos saberes.
—En Bestialidades señalas «ser mujer me ha costado la vida». ¿Se puede reivindicar ese sentimiento?
—Bestialidades tiene un rollo medio polémico en el feminismo, porque para mí el feminismo no es una reivindicación del ser mujer como propiamente tal. Yo no pienso la subjetividad del ser mujer como algo intrínsecamente bueno. Ese verso en específico da cuenta que muchas veces cuando uno crece en esta sociedad no se da cuenta que está tu vida por un lado y que el ser mujer determina una posición. Al final de cuentas tienes que salir desde una posición mucho más compleja, donde tu vida está siempre en juego, ya sea tu cuerpo, tu profesión, tu trabajo. La especie de misticidad en la que estamos ahora, donde hay igualdad de oportunidades y hay igualdad ante la ley, invisibiliza esa situación que vivimos las mujeres. Y de hecho creo que la mayoría de nosotras hemos sido criadas en un ambiente donde había una problemática en el ser mujer, pero que no se enunciaba. En las instituciones educativas te decían que tú puedes hacer lo mismo que un hombre si te lo propones. En términos jurídicos, la Constitución dice que todos somos iguales ante la ley. En el fondo, invisibiliza esa desigualdad material en la cual estamos inmersas y que reproduce la sociedad.
—¿Es la literatura una válvula de escape a la rabia, a la pena, o funciona precisamente como lo contrario a un escape, a enfrentar el dolor?
—Es un híbrido. Una chica del taller de lectura al que estoy yendo dijo que los cuentos son una especie de pequeños dulcecitos que uno se va comiendo en la micro, que lo vas saboreando de a poco. Y yo el otro día le decía a mi editora que la poesía es como un trago: por un lado puede ser la necesidad de expresión, de escape, pero por otro es amargo, te arde. Para mí ha sido eso. Hay veces que necesito escribir, pero a la vez esa escritura me permite enfrentar ciertos dilemas que de otra forma no tengo posibilidad. Así también en la lectura, a veces uno puede leer poesía y decir esto es hermoso, pero me dejó la cagada, qué hago después de leer esto. La síntesis que tiene la poesía es potente.
—En el libro denuncias el sistemático rol que se la ha dado a la mujer, aun dentro de un proceso de revolución, que es quien sirve el alimento para que sigan las asambleas, que son quienes recogen la basura después de las protestas.
—Furias callejeras (Escafandra Ediciones, 2017) habla más sobre esta temática. Yo llegué al feminismo desde una situación de rebelarme a las formas en que se organizaba la izquierda. Vengo de una familia súpermilitante, mi papá era del MIR, la familia paterna se fue exiliada, algunos tíos son detenidos desaparecidos. Entonces cargo con esa historia de militancia de izquierda súperpresente, en la cual el feminismo nunca fue un tema. Yo siento que fui criada como un niño por mi papá, llegué a una cierta edad y me pasó una cantidad de textos de Marx y de Trotsky, prefigurando una imagen más masculina para sobrevivir en ese mundo. Para mí el feminismo fue un porrazo, de darme cuenta que por más que yo me esforzara por masculinizar mis formas políticas de actuar, cargaba con ciertas vivencias y contradicciones que tenían que ver con el hecho de portar un cuerpo femenino. Lo que significó el feminismo para mí fue la posibilidad de ampliar la democracia en la política, de darle un golpe crítico necesario a la izquierda, a las formas en que construimos organizaciones para darnos cuenta que se estaban dando desigualdades que no se estaban visibilizando.
—Dices que la poesía es el arte de lo implícito, de no decirse las cosas a la cara. Pero tú incluso en uno de los poemas le hablas a la ministra, hablas de la agenda de género. ¿Hay una intención por subvertir ese arte implícito?
—Justamente las secciones del libro dan cuenta de estas posibilidades que tiene la poesía en esa lógica. La primera parte, que se llama «Denuncias», tiene una lógica mucho más directa y al hueso, de dar cuenta de las diferentes situaciones de opresión que viven segmentos de las mujeres en la sociedad. Pero la segunda sección, que se llama «Contradicciones», hay una ambivalencia que la poesía le saca harto el brillo, porque es complejo para todas el hecho de que estamos inventando nuevas formas de relacionarnos y que eso involucra un elemento súpercontradictorio. Yo siempre digo que uno no se inviste en el feminismo, como si me pusiera el hábito de monja, sino que la posibilidad de que el feminismo sea una práctica política y social de relaciones involucra ese elemento contradictorio en que uno no sabe si lo que está haciendo está bien, si te acomoda o si estás de acuerdo con lo que estás haciendo ahora, de hacer un ejercicio de cuestionamiento autocrítico. No hay que perder de vista esa incertidumbre que produce ese entremedio. Pensar que esa crisis sirve, que permite repensar los supuestos que teníamos dados.
Para mí el feminismo fue un porrazo, de darme cuenta que por más que yo me esforzara por masculinizar mis formas políticas de actuar, cargaba con ciertas vivencias y contradicciones que tenían que ver con el hecho de portar un cuerpo femenino.
—Está presente la idea de que la tragedia personal se convierte en un número, en un rol de una causa judicial. Sin embargo, tu historia personal está lejos de eso. ¿Pasa que la violencia de género debe ser o muy trágica o estar asociada al poder para que quede en la retina?
—Sí. De hecho, si uno lo piensa, hace muy poco tiempo que los femicidios se cuentan. Incluso para ser un número ya tuvimos que pasar por un trabajo en que las compañeras de la Red Chilena contra la Violencia han instalado. La razón por la que mi caso fue tan emblemático fue solamente porque da cuenta de un círculo de poder en el cual efectivamente parecía que la justicia no podía meterse y generó esas complejidades en que no solo estaba luchando contra un profesor, sino contra un presidente del Tribunal Constitucional, que tiene una posición en el mundo distinta a la tuya y que por tanto denunciarlo no es así como así. Me da rabia pensar que la única forma de la justicia para las mujeres es a través de un acto excepcional, de valentía. La razón por la que el feminismo avanza en Chile, entre comillas, es por esos casos como el de Nabila Rifo, y es problemático que siempre tengan que ser mujeres o disidencias que tengan que poner su cuerpo e identidad a disposición para que las cosas avancen. La narrativa del patriarcado siempre nos mete en una lógica de que solo algunas mujeres son capaces.
—¿Dieron frutos las protestas y tomas feministas del 2018?
—Hace un tiempo estaba en un círculo de discusión con Diamela Eltit y ella decía una cuestión que me parece muy relevante: que lo importante es que el feminismo se constituyó como una palabra común y corriente, como una palabra de circulación común. La gente ya no habla de feminismo de la misma forma de la que se hablaba antes del 2018. Los desafíos que quedan abiertos es que ese sentido común no sea un recuerdo, una especie de memoria del mayo feminista. Uno piensa que tal vez sirve más estar en la calle que en la academia, o que sirve más escribir que hacer música, una especie de competencia entre esos ámbitos. Lo que he aprendido con el feminismo es la posibilidad de no pensar que hay un espacio más relevante que el otro, sino que la posibilidad de articulación de los espacios en disputa hace posible la transformación. Por eso me parece importante las redes que se están desarrollando en distintos ámbitos, desde publicar un libro hasta ser Presidenta. Todo tiene un lugar necesario.
—Hay versos de Furias callejeras que se leen casi como un acto premonitorio. “Me pidió que me levantara la falda. Perdí con esto parte de mi estructura. ¿Quién era él? ¿Mi padre, mi padrastro, mi profesor, mi hermano? En ese momento solo era un hombre. Y yo una mujer. En ese momento él tenía la fuerza. Yo tenía las lágrimas”. ¿Cómo lees esos versos en retrospectiva?
—Lo veo de otra forma. El otro día un amigo me hizo pensarlo harto, porque me decía qué cuático que te haya pasado todo esto y denunciarlo, cómo tuviste la fortaleza para hacerlo. Y en realidad lo que pasa con este tipo de cosas es que uno se da cuenta que no es la primera ni la última vez que las mujeres hemos vivido cosas como estas. En mi caso, no era la primera vez que vivía violencia sexual y psicológica por parte de un hombre, y probablemente tampoco va a ser la última. Entonces más que un acto premonitorio, fue ilustrar parte de lo mismo, cosas que ya había vivido, que veía de mi mamá, de mi hermana, de vivir en una situación donde los círculos de violencia contra las mujeres y disidencias son la normalidad.
—Luego del mayo feminista surgió una amplia gama de publicaciones feministas. ¿Está siendo la literatura el lugar que más espacio ha dado al feminismo?
—Diría que eso está empezando a salir por diferentes poros. Lo veo también en la música, en la cantidad de nuevas compositoras que están creando espacios potentes a través de las redes que ellas mismas han constituido. Pero sí ha sido muy relevante en el ámbito de la literatura la posibilidad de la amplificación de los discursos que dan las redes sociales, la democracia del saber y que en ese sentido ha habido un montón de nuevas formas de publicación no convencionales, editoriales feministas, editoriales de fanzine. Se ha visto más visible, pero creo que pasa algo similar en la música, en el campo de las actrices. Cada vez hay más espacios y el hecho de que haya un WhatsApp de mujeres en los trabajos ya es un espacio de comunicación que antes no teníamos. Desde ese lugar tan micro hasta lo más macro permiten posibilidades que antes no existían. El gran desafío es cómo se articulan esas expresiones, cómo logran nutrirse la una de la otra.