El primer trabajo pagado que tuvo Soledad Abarca, la nueva directora de la Biblioteca Nacional, fue en este mismo lugar, en 1996. «Acá se estaba haciendo un proyecto con una fundación extranjera que financió toda la conservación, catalogación, inventariado de la sala Medina. Dentro de la colección venían mapas, planos, manuscritos y ahí entre medio empezaron a salir fotos, fotos, fotos». Estaba terminando de estudiar conservación y restauración en la Universidad Católica y la profesora que hacía conservación de fotos le dijo a ella y a Roberto Aguirre sobre el proyecto. «Llegamos acá e instalamos una oficina en los depósitos de la Medina. Se hizo una especie de laboratorio de conservación de fotos y depósito en el que nosotros hicimos todo: compramos la madera, hicimos los muebles… y ese espacio existe hasta el día de hoy». Ahora su oficina es contigua a esa sala.
En 1999 volvió a la Biblioteca Nacional, por un proyecto junto con el Centro Nacional de Patrimonio Fotográfico. «Ahí hicimos un catastro nacional de colecciones fotográficas patrimoniales. Luego, este mismo grupo de trabajo nos trasladamos a la Recoleta Dominica y ahí estuve hasta más o menos el 2001, que el centro se trasladó a la UDP y ahí trabajé hasta el 2006. Luego me fui a estudiar a Canadá y Estados Unidos un magíster de preservación de archivos de fotografía y manejo de colecciones. Cuando estaba terminando esa formación justo se dio que quedó vacante la plaza de la jefatura del Archivo Fotográfico de la biblioteca y se hizo un concurso público y yo postulé y gané. El 2 de enero del 2008 empecé a trabajar acá como funcionaria a contrata a cargo del Archivo Fotográfico y ahí empezó un camino que, bueno, ahora estoy acá».
También llegó a ser directora de la Biblioteca Nacional por concurso público, en un proceso que duró varios meses. Se instaló en abril de este año y uno de los primeros grandes hitos que le han tocado ha sido el Día de los Patrimonios, en mayo.
Fue como tu estreno en sociedad.
Ya venían varias cosas andando, pero igual me tocó dar ideas, por ejemplo, reabrimos la sala Premios Nobel que está a la entrada, que estuvo cerrada mucho tiempo, con la exposición de Nattino. Además, en mayo justo había fallecido Marta Cruz-Coke, a quien conocí cuando trabajé acá y la admiro mucho como persona. Acá ella inventó el Día del Patrimonio con Clara Budnik. Los mismos nietos sugirieron que se reviviera el primer Día del Patrimonio donde ella, viendo que no llegaba nadie, tiró globos de la ventana para afuera. Y la que contó la historia fue Clara. Fue un Día del Patrimonio en el que yo era la nueva, pero de la mano con el pasado, con mis predecesoras, entonces para mí fue muy emocionante.
Para el último Día de los Patrimonios se usó la iconografía de la Lira Popular, un hito que también ha sido muy importante en la trayectoria de Soledad en la Biblioteca Nacional. «A mediados del 2009 me ofrecieron estar a cargo del Archivo de Literatura oral y Tradiciones Populares, porque yo venía trabajando con bastante cercanía con temas de patrimonio inmaterial. Me ofrecieron irme ahí un rato y estuve como cuatro años. Y en esa época coincidió que se estaba empezando a trabajar con la Lira Popular; aprendí muchísimo porque me tocó liderar todo el proyecto que logró que en el año 2013 fuera incorporada al programa Memoria del Mundo de la Unesco. Fue súper lindo porque ahí se hicieron las etapas de catalogación, de investigación, se digitalizó y empezamos a entrevistar gente. Es increíble porque uno hace un trabajo y te das cuenta de que vuelve, como que lo retomas de otra forma.
Después de su paso por el Archivo de Literatura Oral y Tradiciones Orales, el 2014 volvió al Archivo Fotográfico, donde estuvo hasta ahora. «A fines del 2014 se le agregó el Archivo Audiovisual, y empezamos a trabajar temas de archivos sonoros, imágenes en movimiento, cine casero, ampliando el espectro de colecciones y de patrimonio documental que la biblioteca tiene. Establecimos un laboratorio para digitalizar otros formatos y ahí el archivo creció harto; éramos tres y después éramos siete al final».
¿Qué otros proyectos de tu trayectoria en la biblioteca destacarías?
Muchos. Me tocó toda una etapa de crecimiento bien grande del Archivo Fotográfico; por ejemplo, el 2009 hicimos una exposición sobre los 175 años de la invención de la fotografía en las colecciones de la Biblioteca. Había un autor, que era el estudio Tsunekawa, un estudio japonés que cerró cerca del 2006, estuvo como 100 años abierto. Tomé contacto con el hijo y le pedí si por favor nos podía prestar una cámara y un telón antiguo que él tenía y que habían traído de Japón. Ahí se empezó a gestar una amistad, lazos de confianza y a raíz de esas conversaciones logramos traer toda la donación del estudio Tsunekawa a la biblioteca e hicimos dos exposiciones: una cuando vinieron el príncipe y la princesa de Japón el 2017 y el 2019 hicimos la exposición de los 100 años de Tsunekawa a Chile.
¿Cómo ha sido tu experiencia con libros?
En otro proyecto que fue muy lindo: la repatriación del archivo fotográfico de Armindo Cardoso, cuando se cumplieron los 40 años del Golpe. Él era un fotógrafo portugués que había vivido en Chile del 70 a 73, o sea todo el periodo de la Unidad Popular. Finalmente llegaron las fotografías, que eran como 6 mil. Fue impresionante porque como él trabajaba y era muy cercano a Allende, cuando vino el Golpe él hizo un hoyo en el suelo y enterró la colección de negativos y se refugió en la embajada de Venezuela. Tiempo después, a través de la embajada de Francia, sacaron los negativos de la tierra y se los enviaron, y nosotros, 40 años después, trajimos de nuevo esas fotos. Se catalogaron, se digitalizaron, se hizo toda la conservación y se convocó un comité editorial para hacer un libro. Ese libro terminó una primera y una segunda edición. Yo nunca había hecho un libro, fue mi primera experiencia.
¿Por qué crees que han sido significativos?
Finalmente, cuando uno logra que alguien done o que venda su colección o su obra tiene que ver con que confía en las instituciones, yo creo que eso para mí ha sido muy lindo de generar: demostrar que la Biblioteca Nacional realmente tiene una vocación de democratización de la información, de hacer cosas, ¿de qué sirven esas fotos si nadie las ve? Todos los días te maravillas con algo. El otro día estaba con Claudio Aguilera mirando las cosas de la Editorial Rapa Nui y nos sentamos a mirar detalles de los libros, detalles estéticos, las hojas de guarda, detalles increíbles. Yo creo que esa es la gracia para uno que le gusta trabajar en un lugar que tiene tanto. Los mismos detalles del edificio, el otro día estábamos conversando y yo le dije a Felipe Leal —el diseñador de los libros de las Ediciones Biblioteca Nacional— me encanta esto y me muestra que el detalle del muro está en el libro y me dice que tratamos en estas colecciones de llevar detallitos del edificio, que también es patrimonio, al objeto libro.
¿Qué otros planes tienes para tu periodo?
Queremos abrir un espacio librería que probablemente se va a licitar, y queremos abrir un café, que sea un espacio lo más acogedor posible para que la gente vuelva a estar acá y a sentirse como en un lugar especial. Este año se cumplen los 210 años de la primera piedra, 10 años ya de Biblioteca Nacional Digital y Memoria Chilena cumple 20 años en octubre. Entonces tengo muchos desafíos, muchas ideas en carpeta, pero la idea es ir avanzando hacia esta reapertura.
¿Qué te interesó de la conservación?
La restauración me fascinó por su metodología, todo lo que involucraba estudiar, implica conocer muy bien el objeto que tienes en mano: en una pintura o una pieza arqueológica te tienes que meter, involucrar en los procesos de producción, en la materialidad. La conservación hoy en día es algo que se ve como una disciplina más bien técnica, más bien encerrada en sí misma, pero es todo lo contrario; finalmente cuando tienes una mirada de la conservación puedes ver los problemas que puede haber. Por ejemplo, nuestro edificio es nuestro gran sistema de protección de colecciones. Es un edificio súper noble y, por lo mismo, hay que cuidarlo. A mí por lo menos me ayuda a tener una visión más amplia de la biblioteca no solamente en su contenido, sino que en su continente, su materialidad. La conservación es una disciplina que se preocupa de todos los aspectos de una colección, un edificio, que son súper interesantes y muy relevantes para el desarrollo de cualquier institución cultural que resguarda patrimonio.