Entrevistas

Sonia Montecino, antropóloga y escritora: “En la época de la dictadura todos(as) éramos huachos(as)”

Consuelo Olguín Por Consuelo Olguín

La premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales acaba de relanzar «La revuelta», su primera y única novela publicada a fines de los 80. La historia aborda el feminismo, las madres solteras, los sin padres y la identidad chilena, irremediablemente ligada al devenir del pueblo mapuche. [Imagen principal: Patrimonio.cl ]

A mediados de los 80, Sonia Montecino formaría parte del primer taller literario que dictaría José Donoso tras su regreso al país. Influenciada por la particular mirada de Donoso, pero por sobre todo removida por aquellas inquietudes que luego serían sus grandes temas de investigación, Montecino quiso darle un carácter experimental al texto que trabajaba en esa época. De ahí nació La revuelta, novela publicada por la extinta Ediciones del Ornitorrinco y que ahora es reeditada por Editorial USACH.

La historia se centra en Noemí Sandoval, madre soltera, pobladora, imitadora de Sandro, quien convencida por El Emperador se convertirá en luchadora de ring, en Bibí la Invencible. Con ello, la autora quiso explorar la idea de lo múltiple, de lo que no está fijo en las identidades sociales y remite a un tránsito personal. Sin embargo La revuelta tiene infinitas capas de lecturas. Por su profesión de antropóloga, Montecino también abordó lo que ella llama “la rebelión de los huachos”, hijos e hijas excluidas hasta de sus relaciones parentales y que su presencia en el texto funciona como una alegoría de la dictadura. Porque para la autora en ese entonces la población entera era huacha, sin filiación, situada al margen del modelo.

La revuelta alude tanto al estado de confusión mental como también a la idea de rebelión, de desarticulación de una estructura de dominio, dice la Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, agregando que pese a que fue escrita hace 30 años, hoy se lee como una inesperada coincidencia, “pero –observa– a veces las coincidencias no lo son tanto, sino más bien desdoblamientos, como un juego de espejos de la realidad”, dice en relación a las movilizaciones que han marcado al país desde el 18 de octubre pasado.

—¿Cómo se gestó la historia de La revuelta?

—La historia partió con una imagen de un espectáculo de “cachacascán” que transmitían en la televisión en la época de la dictadura, era muy popular. Esa parodia de la lucha libre fue lo que me inspiró, pensando en qué pasaría si los luchadores fueran mujeres y de ahí emergió la historia, pensada como alegoría de lo que vivíamos; con un mánager –El Emperador–, que nos organizaba y que nos explotaba como metáfora del patriarcado y del dictador.

—¿Qué recuerdos tiene del taller que impartía José Donoso y del cual usted fue parte? ¿Con quiénes tuvo oportunidad de compartir?

—Nos reuníamos una vez a la semana en su casa, en la calle Galvarino Gallardo, subíamos a un altillo donde nos esperaba Donoso, “el viejo”, y trabajábamos en los textos de cada uno. Yo estuve en el primer taller que impartió cuando regresó a Chile y luego también en el segundo año. Estaban Marco Antonio de la Parra, Carlos Franz, Marcelo Maturana, Patricia Crispi, Carlos Iturra, Patricio Lobos, Roberto Rivera, y después se incorporó Darío Osses. Formábamos una suerte de comunidad en el baldío cultural de la época, absorbiendo lo que “el viejo” nos enseñaba. Con muchos de ellos aún mantengo el afecto y la amistad que se fraguó en esa mansarda.

—¿Cuáles eran las sugerencias de Donoso en cuanto al proceso de escritura en general y de la suya en particular?

—Donoso era muy sistemático en las lecturas de nuestros borradores, a veces podía ser irónico, pero casi siempre su sentido de lector empedernido y experimentado guiaba sus críticas. La revuelta tuvo bastante de su influencia y sus sugerencias fueron muy acertadas, a pesar de que al final una decide qué deja y qué borra. Decididamente quise hacer un experimento y en eso “el viejo” me apoyó mucho.

El escritor José Donoso. Foto: Chema Conesa, 1980.

—La protagonista de su novela es mujer, madre soltera, trabajadora, pobladora y encarna las complejidades que vivimos las mujeres en la sociedad. ¿Hemos avanzando en algo?

—En la época en que la escribí, paralelamente trabajaba en terreno en una de las primeras ONGs feministas dedicadas a estudiar el mundo de las mujeres campesinas, indígenas y populares. Eso influyó mucho en la creación del personaje Noemí y en sus travestismos y tránsitos. Sin duda que hay muchos cambios, pero las estructuras de dominación masculina, muchos de sus sentidos y valores, perviven y organizan la sociedad.

—Noemí Sandoval también se encarna en Bibí La Invencible y en Sandro. Una mujer con múltiples identidades. ¿Cuál es el mensaje que quiso explorar con eso?

—Me interesaban las multiplicidades y los tránsitos, en esos momentos no se podía ni siquiera hablar libremente de lesbianismo, menos de sujetos trans, pero esos temas estaban en las discusiones del movimiento feminista y por cierto en las concepciones de la noción de género. También se estaban tejiendo en mi mente las primeras reflexiones que posteriormente se vertieron en mi ensayo Madres y huachos: alegorías del mestizaje chileno (1991) y por ello quería plasmar la idea de lo múltiple, de lo que no está fijo en las identidades sociales. También la figura de Sandro, instalada en la cultura popular de la época, me parecía muy interesante porque se presentaba como un cantante gitano, y el que Noemí asumiera esa identidad masculina y étnica, y la de la luchadora proponían algo abigarrado y denso al personaje.

—Pese a todos los problemas que se enfrentan en la vida de la protagonista, Noemí Sandoval no es una mujer que se lamente, ni tampoco sometida. Su contexto la hace ser aguerrida. ¿Hay una resiliencia en el ser mujer?

—Por cierto, Noemí es fruto de una concepción del feminismo: el de una mujer que no se queda en la calidad de víctima del sistema, lamentándose, sino que resiste y no acepta la alteridad impuesta por el mundo masculino. Yo creo que eso está en la base del feminismo: no dejar que a una la construyan como mártir pasiva, sino desatar una y otra vez las prisiones del androcentrismo. Eso creo es lo que quise decir con el personaje Noemí. 

El título de la novela juega con la idea de la revuelta en el sentido de confusión, de turbulencia de las identidades y con la noción de revuelta como rebelión, desarticulación de una estructura de dominio, en el caso de la novela, masculino y militar.

—A 30 años de su primera publicación, la novela resulta atingente a los tiempos de hoy, desde una perspectiva feminista. ¿Qué lectura hace?

—Puede que se trate de ciclos, pero lo que sucede es que los nudos que los feminismos han abordado no se han desatado por completo y eso hace que regresen una y otra vez ciertos tópicos y planos en los que las mujeres estamos oprimidas. Sobre todo en lo que dice relación con la violencia, con la situación de pobreza (las mujeres madres solteras, por ejemplo, son las más pobres de las pobres), con las desigualdades políticas y una larga lista.

—En la novela habla de los huachos, tema que después se convertiría en uno principales temas de investigación. ¿Cuál es el origen de ese interés (el de estudiar a los huachos)? ¿Esta novela forma parte de ese interés inicial.  

—En ese momento, de manera simultánea a la escritura de La revuelta, estaba descubriendo esa otra alegoría de las identidades chilenas en la díada de la madre y sus huachos (as), aquellos que no tenían legitimidad paterna, abandonados. Yo percibí ese vínculo en terreno, en las distintas zonas a las que viajaba fui compartiendo con muchas mujeres que vivían solas manteniendo a sus hijos(as) “naturales” –así se nominaban a los hijos(as) no reconocidos(as)– a sus “huachitos(as)”. Entonces pensé que la rebelión de los huérfanos, los marginales, los excluidos hasta de las relaciones parentales tenía que suceder; para mí en la época de la dictadura todos(as) éramos huachos(as), sin filiación, por estar al margen del modelo y de los valores dominantes.

—En la historia se advierte la presencia del pueblo mapuche como un pueblo salvador, que sana.

—Eso está marcado asimismo con mi vida como antropóloga, investigando en el mundo mapuche. Trabajando especialmente con las mujeres, comprendí que “lo chileno” está indisolublemente ligado al devenir de la sociedad mapuche y que su negación forma parte de ese encubrimiento de nuestras identidades y de la pérdida de algo preciado y rico. Por ello, en la novela hay una resolución mítica al conflicto con El Emperador muerto en manos de los huachos mapuche. La sanación tiene que ver con una convicción terapéutica obvia: si nos reconciliamos con aquello que reprimimos y ocultamos, de esa vergüenza que nos produce el ser producto de una mezcla, sin duda que avanzamos en los sentimientos de mayor felicidad y de una sociedad menos contenida o imbunchada como la nuestra.

—La prensa de la época calificó su obra de experimental, y es cierto que se trata de una propuesta que toma riesgos. ¿En qué elementos puso énfasis para darle originalidad?

—No sé si hubo en lo experimental una búsqueda de “originalidad” porque en realidad eso no existe, cada escritura es obra de otra que la antecedió, así como el lenguaje que hablamos nos habla desde lo que otros modularon hace siglos. La prensa, sobre todo, el comentario de Hugo Montes fue lapidario: no le gustó nada y la encontró muy mal escrita. Leído desde ahora puedo decir que los sujetos hablan también desde sus represiones y de sus “pecados”…

—Es autora de numerosas publicaciones: Madres y huachos (1991), La olla deleitosa (2004), Mujeres chilenas, fragmentos de una historia (2008). Sin embargo, esta es su única novela de ficción. ¿Por qué no siguió indagando en esa área?

—No seguí en ello, pero mi camino ha sido la práctica de múltiples formas de escritura: ensayos, textos antropológicos, ficción y autoficción. La escritura es lo que me ha interesado siempre y las mezclas de género, las intertextualidades, de hecho, yo siento que en esta novela también hay mucha poesía. Ahora estoy trabajando en otro libro mezcla de ensayo y recetario, la creatividad de la escritura es lo que me impulsa.

—La reedición de La revuelta coincide con el estallido social, que incluso hay quienes no le llaman así y, precisamente, se refieren a las movilizaciones como una revuelta.

—Fue una increíble coincidencia, porque el editor de la USACH, Galo Ghigliotto me pidió reeditarla unos meses antes que se produjeran las protestas. El título de la novela juega con la idea de la revuelta en el sentido de confusión, de turbulencia de las identidades y con la noción de revuelta como rebelión, desarticulación de una estructura de dominio, en el caso de la novela, masculino y militar. Pero, a veces las coincidencias no lo son tanto sino más bien desdoblamientos, como un juego de espejos de la realidad.

Sonia Montecino en el lanzamiento de su libro «La revuelta». Foto: Lector.cl
Compartir en: Facebook Twitter
Consuelo Olguín

Periodista UC de medios escritos. Ha trabajado en El Mercurio y en El Dínamo, transitando por las secciones de actualidad y cultura.

También te podría interesar