Cuando Matías Ulibarry estaba estudiando en la Universidad de Chile, en Santiago, jamás imaginó que terminaría trabajando en el mundo del teatro. Sin embargo, fue al finalizar su carrera que se dio cuenta que todo lo que había estudiado podía ser llevado al espectáculo. Hoy Matías trabaja en el Teatro del Biobío desempeñándose como jefe técnico y de producción, rol fundamental a la hora de desarrollar un montaje teatral. Nuestra colaboradora Lorena Fuentes conversó con él sobre este gran proyecto cultural inaugurado en marzo de este año y que se proyecta como un Teatro Nacional por sus características, envergadura y capacidad.
El 7 de marzo de este año se inauguró el anhelado Teatro del Biobío. Ubicado en la ladera norte del río al cual debe su nombre, abrió sus puertas con el impecable homenaje musical Violeta Parra Sinfónico, a cargo de la orquesta de la Universidad de Concepción y con la participación especial de los nietos de la cantautora, Ángel y Javiera Parra. El público aplaudió de pie y se hizo parte de un momento histórico para la cultura de la región y del país. Los medios de comunicación describieron lo ocurrido con una frase que no por repetida dejó de calar en el ánimo de los penquistas: «Un sueño hecho realidad». Concepción, ciudad empresarial y universitaria, que con aire bohemio y regionalista se arroga ser la cuna del rock, estaba esperando con ansias un teatro de este nivel.
Después del evento oficial, celebrado por la entonces presidenta Michelle Bachelet, se presentó la obra Llacolén, dirigida por la coreógrafa local Paola Aste. En estos casi cinco meses de funcionamiento, las salas del nuevo espacio han exhibido obras de teatro, de danza, de música y conciertos. Tras bambalinas, ocupado de que todos los detalles estén a la altura de los espectáculos, está el artista visual Matías Ulibarry, jefe técnico y producción del teatro, con quien quisimos conversar para mirar este nuevo espacio cultural desde su gestión. Lo encontramos en la sala principal afinando detalles de iluminación para el encuentro internacional de orquestas infantiles y juveniles que se realizaría al otro día de esta entrevista.
—¡Qué grande el escenario! En la obra de teatro Madre fue interesante ver cómo se hacían pequeños los personajes mientras se alejaban.
—¡Bienvenida a un teatro de verdad! Imagínate que mañana tendremos a 400 niños aquí arriba: Será un gran concierto.
—¿Es este escenario lo que le da aires de teatro nacional?
—Claro, cuando se construyen teatros, se piensan más bien como auditorios. En la mayoría de los casos cuentan con un rectángulo para montar obras. Esto es lo mismo que el Municipal de Santiago, o sea, antes de este teatro, no había en Chile ninguna otra sala donde el Ballet Nacional o la ópera pudiera presentarse con iguales condiciones. Hace 20 días estuvo el ballet completo, porque acá contamos con 28 metros de fondo. Uno podría criticar las butacas, si busca quejarse de algo, pero el escenario es un lujo.
«Madre» del Teatro regional del Maule. Sala principal Teatro Regional del Biobío. Créditos: Teatro del Biobío.
—¿Cómo definieron la parrilla programática del teatro?
—En agosto de 2017, mientras aún se estaba terminado de construir el espacio, se abrió la convocatoria en la que participaron solo artistas residentes en la región del Biobío. De las 66 propuestas recibidas, en las disciplinas de artes escénicas y música, un equipo de evaluadores externos al teatro seleccionó los 20 proyectos que hoy están en cartelera. Se escogió esa cantidad porque la finalidad es propiciar el desarrollo de ciclos y temporadas que den continuidad al trabajo de los artistas.
No podríamos decir que el público no tiene cultura de espectáculo.
—¿Cómo ha sido la respuesta del público?
—Tenemos la suerte de ser el nuevo gran espacio, entonces hay mucha gente que tiene los ojos puestos en nosotros. Nos da la impresión de que captamos a un público nuevo, que nos está visitando gente que quizá antes no iba al teatro. Nosotros abrimos recién en marzo, pero antes estaba el Teatro de la Universidad de Concepción, Artistas del Acero, Balmaceda 1215… Nombré rápidamente tres salas en una ciudad donde hay más de un millón de habitantes. No podríamos decir que el público no tiene cultura de espectáculo. Es importante, eso sí, ofrecer una parrilla con temporadas, para cautivar a los espectadores y que se transformen en seguidores fieles de lo que aquí está ocurriendo.
Cosechando hitos
Cuando Matías estudiaba Artes Visuales en la Universidad de Chile, nunca imaginó que se vincularía con el mundo del teatro. En el último año de su carrera fue a montar una exposición a Matucana 100 –que en ese entonces era uno de los centros culturales más grandes del país–, y conoció al escenógrafo Eduardo Jiménez, que estaba trabajando con la excompañía La Troppa. A través de esa experiencia vio que todo lo que había estudiado podía llevarlo al espectáculo, ya que es un arte que se vincula con el diseño y la iluminación.
Recuerda con emoción, por ejemplo, la dificultad de llevar a cabo una instalación del artista Enrique Zamudio, donde había que colocar un letrero callejero de 15 metros de largo y 8 de alto. A partir de esa experiencia y ayudando en la realización de escenografías de teatro empezó a interesarse por el montaje de obras y se dedicó a investigar técnicas para construir, pensando en exposiciones de distinta índole. Al poco tiempo decidió seguir trabajando en puestas en escena y perfeccionarse en iluminación teatral a España.
—¿Qué enseñanza te deja el paso por Matucana 100?
—Fue una gran escuela. Con Eduardo Jiménez aprendí que el ejercicio es comprender primero cómo se construye algo, cómo podrías diseñarlo y desde ahí comenzar a trabajar. El proceso de llevar a cabo montajes escénicos y cumplir con las necesidades de las compañías era un desafío interesante. Conocí, desde la mirada de expertos en el área, cómo se produce y se realiza un evento artístico.
—También trabajaste en el Centro Gabriela Mistral (GAM), ¿cómo fue esa experiencia?
—Sí, fui parte del primer equipo técnico y aprendí mucho de iluminación. Además, fue muy entretenido, porque era otro hito importante para la cultura de nuestro país. Pero ahí tenía un rol más específico, en cambio ahora, en el Teatro del Biobío es un cargo más integral.
—Ya que lo mencionas, ¿qué hace el jefe técnico y de producción del teatro?
—Cuando ya están programadas las obras artísticas, hay que ver en qué fecha vienen, cuántos actores son y cuáles son sus necesidades personales y técnicas al momento de montar la obra. Toda esa información debo coordinarla con el equipo para que no haya ningún problema cuando lleguen acá. Mi trabajo es que las funciones y las temporadas salgan bien y que los artistas se vayan felices.
—¿Conocías la ciudad antes de tomar este desafío?
—La había visitado tres veces, como jefe técnico de obras teatrales. Siempre me di el tiempo para ir a caminar por la Universidad de Concepción y dar una vuelta por el cerro caracol. Lo que me gusta es que es una ciudad muy viva, tiene un enfoque musical muy potente. De hecho, es verdad que son la cuna del rock y también del jazz. Uno en cualquier pequeño bar se encuentra con grupos que tocan bien. Algo mágico pasa acá con la música.