Algunas horas antes de hacer esta entrevista, Pedro Araya y Yanko González supieron que su libro, El agua verde del idiota, resultó ganador del Premio a las Mejores Obras Literarias, del Ministerio de las Culturas, en la categoría ensayo. «Teníamos esperanza por las reacciones de los lectores, pero fue inesperado y es una gran alegría. Esperamos que ayude al libro a circular», dice Araya sobre este premio para su publicación, que se suma al entregado en enero por el Círculo de Críticos de Arte. González, por su parte, agrega: «El ensayo y la poesía, a la que Pedro y yo nos dedicamos, no tiene mayores réditos. No son géneros bestsellers, como lo puede ser la novela. Están muy fuera del circuito comercial, por lo que los premios, en materia económica, vienen a compensar los gastos y el trabajo puesto. En el caso de este libro, fueron tres años de trabajo y hasta estadías fuera de Chile».
El trabajo tras este libro es visible. Se trata de una historia de la errata («Equivocación material cometida en lo impreso o manuscrito», según el diccionario) que abarca distintos períodos, países, tecnologías y hasta culturas. El agua verde del idiota incluye un capítulo dedicado a la posibilidad de las erratas en escrituras que no tienen el modelo alfabético occidental: la escritura Maya y la escritura rongorongo, de Rapa Nui. Los gazapos incluidos, por otro lado, abarcan códices, folios literarios, mapas, textos jurídicos y grafitis callejeros. Algunos divertidos y otros dramáticos. No por nada, Mark Twain advirtió: «Hay que tener cuidado con los libros de salud, podemos morir por culpa de una errata».
En este recorrido por los gazapos en la historia de la cultura escrita, hay varios datos curiosos. Como el caso de la «Biblia Maldita», de 1631, que por un olvido del «no» al imprimir los diez mandamientos, obligó al pecado: «Cometerás adulterio». O el caso de un libro de cocina publicado en Australia, llamado La biblia de la pasta, que en vez de decir que un plato necesitaba salt and black pepper (sal y pimienta negra), decía «salt and black people» (sal y gente negra), por lo que tuvo que ser eliminado por racista. Las erratas ni siquiera se escapan de la propia editorial de este libro. Dice el rumor que el nombre original de la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica, era Fondo de Cultura Ecuménica, antes de que un error de imprenta ocurriera.
Particularmente interesantes son las relaciones de distintos autores y autoras con las erratas, descritas en esta publicación. Algunos, como el poeta británico W. H. Auden, incorporaron ocasionalmente los errores de impresión, cuando consideraba que daban imprevistas espesuras a sus versos. Otros, como el chileno Omar Cáceres, no los soportaron. Cáceres, es sabido, se indignó por la enorme cantidad de erratas con la que fue publicado su único libro, Defensa del ídolo (1934), por lo que quemó casi todas las copias. Afortunadamente se salvaron unas pocas, que hoy resguarda la Biblioteca Nacional de Chile. Otros autores, más comprensivos, solo se lamentaron de las erratas. El título de esta publicación fue extraído de un verso de Pablo Neruda, del poema «Artes poéticas», incluido en Fin de mundo (1969). Donde se lee «El agua verde del idiota», debía decir «El agua verde del idioma». «Sentí el mordisco en el alma», comentó Neruda sobre el encuentro con el error.
Los autores de El agua verde del idiota son poetas, antropólogos y académicos, actualmente de la Universidad Austral de Chile, además de amigos de infancia. Ambos con experiencia haciendo libros a cuatro manos. Juntos han publicado antologías de poesía y realizaron El pequeño Chartier ilustrado (Ediciones UACh, 2021), junto al historiador del libro francés Roger Chartier, quien visitó Valdivia el año 2018. «Ese libro fue clave para ingresar con más herramientas teóricas y conceptuales al mundo de la errata», comenta González —quien es también director de Ediciones UACh— sobre El pequeño Chartier ilustrado.
Pese a tener muchas anécdotas, El agua verde del idiota es mucho más que un anecdotario. El libro se divide en ocho capítulos, seis escritos de forma individual y dos en conjunto, que analizan la errata desde distintas perspectivas. «Este libro amplifica la noción común de errata. Al contrario de lo que indican manuales, la errata no es producto solo de la ignorancia o la desidia, sino que también es herramienta de ataque político o una manera de resistencia», dice Araya. Ejemplo de esto es el caso de una letra B puesta intencionalmente de forma invertida por un prisionero político en el letrero de bienvenida del campo de exterminio Auschwitz-Birkenau, en Polonia, en 1939.
«Nos interesó también investigar la errata como metodología creativa —agrega González—. La errata como procedimiento. Cuando todos estaban hablando de cómo evitar la errata, hay sujetas y sujetos, en el ámbito de la literatura, que la tomaron como un procedimiento para llegar a lo inesperado, a lo que es imposible llegar de otra manera. Es decir, llegar a lo impensado. Algo posible sólo a través de este camino tan aborrecido por algunos, que es la errata».
¿Cuál es el origen de esta publicación?
YG: En un principio iba a ser una antología de erratas, pero se transformó en un libro donde pusimos todas nuestras almas disciplinarias. El objetivo y el desafío finalmente fue poner la errata como una grilla de lectura, digamos. De lo que se trataba era de proponer una lectura histórico-cultural sobre el sentido que ha tenido la errata no solo en la cultura escrita, sino que también en la sociedad. Es posible y muy interesante leer las sociedades desde la errata, porque es una lectura a través de las anomalías.
PA: Hay una aproximación histórica en este libro, pero hay también una aproximación antropológica, una manera más holística de entender el mundo de la cultura escrita y de las erratas.
En el primer capítulo, llamado «Demonios y constituciones», González muestra cómo la errata ha sido usada como una herramienta de control. Los poderes dominantes han intentado coartar la capacidad de escribir, leemos, y el error ha servido para desautorizar discursos.
YG: La errata siempre ha sido tratada desde el punto de vista normativo. Es algo que hasta lo llevamos dentro. Sobre todo en la República de las Letras, de lo que se trata muchas veces es de no gozar un texto; sino que gozar encontrando las erratas, las deficiencias, para enrostrarlas y glorificarse en la propia erudición. Y esa actitud no proviene solo del campo literario, sino que viene por las propias características del poder de la escritura y del poder sobre la escritura. La escritura, recordemos, es una manera de comunicarse cifrada, a la cual pueden tener acceso solo algunas o algunos. En ese sentido, la errata ha fungido como la manera en que muchos de los actores sociales han sido apartados del acceso a esta tecnología para perpetuar su dominación. Si ves la historia de la lectoescritura, notas que en realidad las clases populares, las clases subordinadas, siempre estuvieron alejadas. La escritura significaba siempre un desafío a los poderes dominantes. Y la manera en que el poder ha contrarrestado el aprendizaje de la lectoescritura de las clases dominadas, ha sido a través de la censura y también de controlar la escritura.
Lo que digo fue claro en la escritura de la primera propuesta de la nueva Constitución para Chile, el año 2022, donde se vieron fenómenos que han sido constantes en la historia de la cultura escrita. Es cosa de fijarse en las descalificaciones que se dijeron entonces, a partir de una errata en la propuesta. El pueblo se esperaba que no escribiera, sino que solo suscribiera. Se descalificaba, claro, el contenido de la propuesta de Constitución, pero también la escritura. Se descalificaba la capacidad del pueblo de escribir.
Aunque son ambos académicos, el libro no salió por una editorial universitaria, sino que por Fondo de Cultura Económica, y es un ensayo; no una ponencia o un paper.
PA: Eso responde a una cierta postura que hemos ido desarrollando a lo largo de los años, que no tiene que ver solamente con este libro. Escribir en formato académico, de paper, es seguir un modo de escritura preestablecido, que fuerza a seguir un camino. En este caso, en el que queríamos abarcar la cultura escrita desde otros flancos, necesitábamos mayor libertad. Hay muchas partes del libro en las que no somos conclusivos, porque el libro no quiere ser conclusivo en cuanto a las hipótesis desplegadas. Sí tantear y mostrar cómo se va desplegando el concepto de errata, que tiene mucho de vital. Al visitar desde nuestro punto de vista el mundo de la errata, donde aparece hasta el diablo (en el medioevo, antes de la invención de la imprenta, las erratas eran atribuidas a un demonio, llamado Tutivillus o Titivillus), decidimos que no era posible hacerlo desde el paper. No queríamos transformar todo este material descubierto en una especie de observación científica cerrada, que no iba a permitir el vuelo de la imaginación del lenguaje.
YG: Aunque suene bastante cursi, al libro lo movía el afecto. Es un trabajo libre de nuestras respectivas facultades, institutos y universidad. Este no financiamiento institucional, significaba para nosotros una libertad enorme y, por supuesto, si vamos a tener esa libertad, no vamos a reproducir, a través de una literatura gris, todas las fórmulas que han disciplinado las maneras de expresión del conocimiento. Por eso, al menos por mi parte, no tuve dudas de que haría un ensayo. Obviamente, uno tiene muchas veces la pluma tan acostumbrada al «paperismo» que se le va saliendo párrafo a párrafo, pero luchamos contra eso. No quisimos aburrir. Algunos ensayos que me influenciaron fueron los de Alfonso Reyes, que es un Montaigne mexicano; Censores trabajando (FCE, 2014), de Robert Darton, que tiene un capítulo sobre la RDA increíble; y El giro (Crítica, 2014), de Stephen Greenblatt, que es sobre la búsqueda de un libro de Lucrecio.
¿Qué aprendizaje obtuvieron al finalizar este libro?
YG: Creo que ambos teníamos una enorme pasión por la cultura escrita, pero antes de que la llamáramos así, era una pasión por la objetualidad de los libros. Por la carne y la sangre del mundo de los libros. Y eso ha dado pie, por lo menos en mi caso, a poner extraordinaria atención tanto en el continente como en el contenido, algo que en mi último libro de poesía, Torpedos (Ediciones Kultrún, 2024), lo llevé a la exageración total. Es un libro con poemas casi corpóreos, con poemas escritos con los dedos, esculturas escritas, que está lleno de objetos al interior. Y está muy relacionado con El agua verde del idiota, porque la investigación fue haciendo simbiosis con nuestra manera de convivir con la cultura escrita. Y reafirmó mucho de lo que intuíamos, por ejemplo, sobre la poesía de César Vallejo, en la que las erratas fueron cruciales, o en la escritura de Nietzsche, que se abrevió en aforismos por las posibilidades materiales de escritura.
PA: La investigación nos llevó a tomar mayor conciencia de la materialidad involucrada en las prácticas escriturarias y cómo eso afecta la escritura también. Los instrumentos de escritura forjan con nosotros nuestros pensamientos.