Romance del establo de Belén, por Gabriela Mistal.
Al llegar la medianoche
y romper en llanto el Niño,
las cien bestias despertaron
y el establo se hizo vivo…
y se fueron acercando
y alargaron hasta el Niño
sus cien cuellos, anhelantes
como un bosque sacudido.
Bajó un buey su aliento al rostro
y se lo exhaló sin ruido,
y sus ojos fueron tiernos,
como llenos de rocío…
Una oveja lo frotaba
contra su vellón suavísimo,
y las manos le lamían,
en cuclillas, dos cabritos…
Las paredes del establo
se cubrieron sin sentirlo
de faisanes y de ocas
y de gallos y de mirlos.
Los faisanes descendieron
y pasaban sobre el niño
su ancha cola de colores;
y las ocas de anchos picos
arreglábanle las pajas;
y el enjambre de los mirlos
era un vuelo palpitante
sobre del recién nacido…
Y la Virgen entre el bosque
de los cuernos, sin sentido,
agitada iba y venía
sin poder tomar al Niño.
Y José sonriendo iba
acercándose en su auxilio…
¡Y era como un bosque todo
el establo conmovido
El niño jesús nació
En el portal de belén,
La estrella de sumo bien
A los magos le’ alumbró.
El mundo resplandeció
Con pitos y panderetas,
Bajaron siete cometas
A ver este nacimiento,
Los altos del firmamento
Que abrieron para la fiesta.
Los fieles del redentor
Acuden muy presurosos
A presenciar el hermoso
Regalo del gran señor.
Adiós a nuestro dolor,
Válganos la penitencia,
Hagamos la reverencia
En este humilde portal
Porque envuelto en un pañal
Vino dios a la existencia.
Gloriosa la noche aquella
Cuando la virgen sufrió
Y al mundo un hijo le dio
Más claro que una centella.
Bajáronse las estrellas,
Cantaron los pajaritos,
Sabiendo que jesucristo
Venido a cristianizarlos
Y por amor a salvarlos
Con su dolor infinito.
Ahí está la virgen pura
Al lado de san josé,
Con el niñito son tres,
Se miran con gran ternura.
No ha habío ni habrá dulzura
Más grande en intensidad
Que la de la navidad
Cuando bajó de los cielos
A darnos su gran consuelo
El dios de la cristiandad.