Con sus personajes infantiles –en especial con la famosa Pippi Calzaslargas- Astrid Lindgren le dio voz a los niños rebeldes, a los contestatarios y a esos que simplemente querían decidir por sí mismos qué hacer con sus vidas. Una autora sueca que fue toda una celebridad en su país y que también fue una importante activista política, como una Pippi adulta de la vida real.
No me ha sido fácil leerle a mi hija casi adolescente, que hace poco fue operada de un ojo y debe guardar reposo en cama. Con el ojo “bueno” prefiere ver series o películas en el iPad antes que leer por su cuenta (porque se cansa) o escuchar lo que le leo (el récord fue llegar a la página 50 de Emma, de Jane Austen, que solo sirvieron para entusiasmarla a ver la película en Netflix). Hasta que llegó el libro Pippi Calzaslargas (Blackie Books, 2014) a mi casa y empecé a leérselo en voz alta. Ninguna de las dos conocía la historia y de pronto nos vimos inmersas en un libro genial, de esos que te hacen reír de buena gana, y que te dejan atónito por lo impredecible y extraño.
Pippi Calzaslargas es una niña de nueve años que vive completamente sola en una casa de un pueblo sueco, sin más compañía que su mono –llamado señor Nelson- y su caballo. Y lo primero que asombra es que es una niña sola y feliz, que se acuerda con cariño de sus padres ausentes (de su madre muerta y de su padre desaparecido en el mar), pero que nunca siente tristeza ni melancolía. “No tenía madre ni padre lo cual era una ventaja”, dice el narrador, “pues así nadie la mandaba a la cama precisamente cuando más estaba divirtiéndose, ni la obligaba a tomar aceite de bacalao cuando le apetecían caramelos de menta”. Una niña independiente y extremadamente forzuda que, con su casa y su maleta llena de monedas de oro, no necesitaba de nadie para subsistir, y que repetía como un mantra “yo sé cuidarme solita” a quien la quisiera escuchar. Y también una adelantada, una protagonista que no solo creía que hombres y mujeres eran iguales, sino también que niños y adultos lo eran, y para quien no existían diferencias sociales o económicas ni tampoco jerarquías, que nació de la cabeza de la escritora Astrid Lindgren, allá por el año 1944, para entretener a su hija Karin mientras ella debía guardar reposo en cama; y que en 1945 fue publicada por la editorial Rabén & Sjögren.
En Suecia, Pippi Calzaslargas es considerada una celebridad. Y fue el personaje que inspiró a Stieg Larsson para crear a la famosa heroína de su saga Millennium, Lisbeth Salander, como el escritor contaría en una entrevista poco antes de morir: “¿Cómo sería ella hoy en día? ¿Cómo sería de adulta? ¿Cómo se le diría a una persona así?, ¿sociópata?, ¿hiperactiva? Un error. Ella simplemente ve la sociedad de forma distinta”. Su creadora, Astrid Lindgren (1907–2002), también es considerada una celebridad –de esas que aparecen en el billete del país y que tiene un parque temático dedicado a su persona- y es famosa por todos sus libros infantiles (no solo por Pippi Calzaslargas), que son los terceros más traducidos después de los hermanos Grimm y de Hans Christian Andersen, y que han vendido más de 144 millones de copias en todo el mundo.
Dueños de sí mismos
Astrid Lindgren comenzó a escribir a los 37 años, mientras guardaba reposo por una esguince de tobillo y necesitaba entretener a su hija de 10 años. La escritora creció en una granja en Småland, Vimmerby, al sur de Suecia (un paisaje que aparece en la mayoría de sus libros), y abandonó la vida campestre cuando se convirtió en madre soltera y comenzó a trabajar como secretaria en Estocolmo. Ahí conoció a su marido, de quien tomó el apellido Lindgren, tuvo a su hija Karin y comenzó a escribir. Su primer libro –Cartas de Britta Mar– fue publicado en 1944 por la editorial Rabén & Sjögren, la misma que al año siguiente publica Pippi Calzaslargas (Pippi Långstrump), que se convirtió de inmediato en uno de los libros favoritos de los escolares en Suecia y que catapultó a la autora a la fama mundial. Después de ese éxito, la escritora asumió como editora de la sección infantil de la editorial –cargo que ejerció por 24 años- y publicó, además de las series dedicadas a Pippi, más de 15 libros para niños.
En sus obras, Astrid Lindgren narra sobre niños que viven en pequeños pueblos similares a su pueblo natal. Algunas son historias graciosas e inocentes protagonizadas por personajes llamados Britta, Anders o Lasse, como los de la saga de Los niños de Bullerbyn, que muestra las aventuras de seis niños que viven en tres granjas vecinas –en una Suecia de preguerra- y que parece una postal tan perfecta de la niñez sueca que incluso, en Alemania, se conoce como síndrome de Bullerbyn a la imagen idílica que los alemanes tienen de la cultura nórdica.
Los protagonistas de Lindgren suelen ser niños a los que la sociedad tacha de poco ejemplares
Otras historias de Lindgren también son graciosas, pero menos inocentes. Y sus protagonistas suelen ser niños a los que la sociedad tacha de “poco ejemplares”. Y es que todos, unos más, otros menos, parecen ser niños dueños de sí mismos, a los que se les hace casi imposible seguir órdenes o instrucciones, porque sienten que ellos son libres de decidir. Hablamos de niños como Ronja (de Ronja, la hija del bandolero) que huye de su casa para estar con su amigo Birk y con quien vive en el bosque, entre gnomos y arpías, eligiendo seguir una vida distinta a la de su padre. O niños como Mío (de Mío, mi pequeño Mío), que huye de su casa porque no se siente querido por sus padres adoptivos y que le pide a un genio que lo lleve donde su verdadero padre, que resulta ser el rey del País de la Lejanía, y que es tan parecido al papá de su mejor amigo, que hace pensar que el protagonista está soñando o que murió.
En varios libros de la escritora, los padres no existen. En Rasmus y el vagabundo el protagonista es un huérfano que huye del orfanato para buscar unos padres que lo quieran, y que se hace amigo de un vagabundo –de nombre Óscar- con el que aprenderá a sobrevivir. Y por supuesto está Pippi, la niña que vive sola, pero que es tan valiente, autónoma e inteligente que ni los policías logran llevarla a un orfanato ni los ladrones logran robarle, y que aunque no vaya al colegio ni tenga una vida convencional, puede organizarse por sí misma, como ella misma lo aconseja en su libro: “A los niños les conviene llevar una vida ordenada, sobre todo si pueden ordenársela ellos mismos”.
Una niña revolucionaria
La literatura de Astrid Lindgren es trasgresora, crítica y antiautoritaria; y denota su particular forma de ver la infancia. En sus cuentos no hay moralejas infantiles ni tampoco niños perfectos. Es más, por el carácter ansioso, irreverente y hasta subversivo de algunos personajes, más de algún editor desaconsejó en su momento la publicación de estas historias. Pero al público infantil le encantaron sus libros, en especial, los protagonizados por Pippi, el personaje más revolucionario de todos. En Pippi Calzaslargas la autora rompe todo tipo de jerarquías y nos muestra a una niña que niega la autoridad de por sí y desconoce el valor de la pedagogía tradicional. Cuando Pippi va al circo nadie puede sacarla de la cuerda floja, ni tampoco echarla del lugar. Tampoco pueden con ella los carabineros ni los ladrones. Pippi es anormalmente forzuda, también es testaruda, pero es pura generosidad y entrega: es humor y rebeldía, optimismo y contestación.
La literatura de Astrid Lindgren es trasgresora, crítica y antiautoritaria
Y pareciera que Lindgren sentía cierta debilidad por estos personajes desafiantes, algo narcisos, y que luchan por sus ideales. Ella misma, además de escritora y editora, fue una activista política de gran influencia en su país. En 1976 denunció -a través de un cuento- el cobro abusivo de tributos que la obligaba a pagar más del 100% de impuestos sobre sus rentas. También fue una gran defensora de los derechos de la infancia, gestora de una ley que prohibe pegarle a los niños y una gran defensora de los animales. Por su carácter revolucionario, muchos la identificaron con su personaje Pippi y no fueron pocos los que la visitaron, buscaron o invocaron para sus propias causas, como el anarquista que tenía un café para punks en Estocolmo y que la municipalidad quería cerrar y le escribió las siguientes líneas a la nonagenaria escritora: “Únase a nosotros en esta lucha; hemos aprendido de Pippi Calzaslargas”.
Antes de su muerte, ocurrida en noviembre de 2002, Astrid Lindgren recibió el premio Hans Christian Andersen (1958), considerado el Nobel de la literatura infantil y juvenil, y el premio Right Livelihood (1994), también llamado Premio Nobel Alternativo, por trabajar en la búsqueda de soluciones para los cambios más urgentes que necesita el mundo actual.
Desde el año 2003, el gobierno entrega el premio Astrid Lindgren Memorial en su honor, y es el premio más cuantioso –son 5 millones de SEK, unos 600 mil dólares- que se entrega a personas o instituciones que promuevan la literatura infantil y juvenil en el mundo.