Tres libros arriesgados que engrandecen el imaginario de lo político. Leones y ovejas con coronas que de un momento a otro cambian su personalidad y se transforman en tiranos. Guerras cruentas entre lagartos y rectángulos. Todas estas obras guardan grandes dosis de humor que permiten al lector construirse sus propias opiniones ante un mundo nada de sencillo, pero del que más vale estar alerta.

Oliver Tallec, Mario Ramos y Steve Antony, autores de libros para niños que abordan la política y el poder
Desconfío de esta oleada de libros para niños bien. Parecen dulces hasta el hartazgo, lucen como el merengue, se venden como la mejor torta de cumpleaños. Pero en el fondo son maquetas, utilería artificiosa. Me apasionan los libros que no tratan al lector como un ser bobalicón y sí como un sujeto transgresor. De eso se trata la infancia a fin de cuentas, de recorrer un camino propio alterando órdenes. Por eso nos fascinan personajes como Max, de Maurice Sendak —por citar un clásico— porque escudriñan y extienden el fértil patrimonio infantil de lo posible.
En el actual océano de libros para niños hay que ponerse escafandra para bucear entre abismos y encontrar un libro con agallas
En el actual océano de libros para niños hay que ponerse escafandra para bucear entre abismos y encontrar un libro con agallas. Las cosas en el mundo están bastante agitadas como para hacerse los suecos. La ciudadanía dejó de empuñar banderas y ahora ejercita directamente su poder en pequeños espacios de forma autónoma y colectiva. Los problemas, claro, siguen siendo los mismos: migraciones, dictaduras, hambre, envidias. Tensiones por doquier. Ningún niño podría abstraerse de esta realidad; la literatura tampoco.
Por eso, destacamos tres libros que ponen el acento en lo político. (Cuando pregunté en librerías y bibliotecas por textos de estas características me miraron como si fuera un alien). Lo hacen desde un mundo animal, que representa fielmente las realidades sociales y políticas que sus editores se atreven a mostrar. Algunos rozan la fábula, otros abordan el humor y todos nos dejan con un semblante entre risueño y reflexivo.

La imagen de un rey solitario en su balcón, mientras abajo el bello espectáculo es representado con pincelazos y salpicados de vivo rojo, nos remite al emperador Nerón. Con muy pocos elementos, pero haciendo gala de su talento, Ramos logra sintetizar en esta doble página el horror del poder. El relato se interrumpe con la aparición de Tifanny y su polluelo recién nacido, Cuchi Cuchi, a quien su madre olvidó cortarle las alas. Cuchi Cuchi es travieso, curioso y valiente. Es la prueba de la inocencia y frescura infantil. Esta pequeña ave, pese a su estatura, se atreve a cuestionar el orden del reino.
— Si es tan malvado, ¿por qué es el rey? —insistió Cuchi Cuchi.
—Porque tiene la corona —respondieron los animales.
—¡Eso es ridículo!
Las alas de Cuchi Cuchi le permiten tanto volar como pensar. Así le quita la corona al rey y comienza a probársela a distintos animales. Cada uno de ellos se tomará muy en serio su papel siguiendo la misma línea que su antecesor. Este casting del poder ridiculiza la misma idea. Nadie es digno de llevar la corona. Finalmente, Cuchi Cuchi la deja caer al mar y la historia volverá a emerger por sus mejores cauces cíclicos.

Pero un rectángulo rojo lo aplasta y la guerra se intensifica hasta que ambos bandos no pueden luchar más. “¡Ya es suficiente”, exclama un rectángulo rojo. Parece que la paz se avecina. Si decíamos que este es un libro lúdico, más se sorprenderán al descubrir que su autor es desde pequeño daltónico rojo-verde. Es un libro genial que permite ver la realidad con otro prisma. Tal como Steve Antony pintaba de niño el cielo color púrpura, cualquiera puede desmontar un tema tan lúgubre y plasmarlo en un estallido de creatividad.

Felicio es una oveja que tras un ventarrón, sin saber leer y escribir, quedó coronado. Página a página, Tallec nos muestra a través de una expresiva ilustración cómo la potestad va transformando los ánimos del inesperado rey. En un comienzo Felicio buscó un trono y una cama real, luego dio discursos al pueblo y también salió a cazar leones y ciervos. Felicio no solo cambia su mirada (ahora altanera), sino que abandona sus pastizales de siempre para pasearse con bastón y sombrilla por unos jardines elíseos, brindar espectáculos en su palacio y ordenar un batallón de ovejas. Este álbum sorprende por los guiños al lector adulto, pero también por la simpleza y fuerza de sus textos rimados. Ambos logran conjugar muy bien la idea central: el absurdo de la autoridad hasta decir basta. Como en el caso de El pequeño Cuchi Cuchi, un cierre circular nos hace reflexionar sobre lo efímero de nuestros actos.
Tres libros arriesgados que nos acercan el imaginario de lo político. No vale quedarse con una primera lectura sosa, sino leerlos y releerlos con una cuota de rebeldía. Así como Max también se calzó la corona en Donde viven los monstruos, cada lector podrá explorar y cuestionar los vericuetos de la autoridad para construir otros órdenes posibles aun cuando la libertad traiga consigo nuevas complicaciones.
