Cada niña y cada niño de Chile conoce el nombre de Gabriela Mistral. Todos pueden incluso recitar parte de su poesía, decir el verso “piecesitos de niño azulosos de frío”, sin decir más, sin acabar el poema, sin leerlo siquiera. En los colegios es como saber el nombre de un prócer de la patria. ¿Quién descubrió Chile? Diego de Almagro. ¿Quién lo conquistó? Pedro de Valdivia. Una pregunta en la PSU, cultura general que entra en la memoria sin sentido. Pablo Neruda y ella, los Premios Nobel pero siempre así, siempre ella después.
Pero eso no importa, porque pese a los machismos sutiles esta mujer de provincia es una especie de estrella en el firmamento de la chilenidad. Un busto en una biblioteca y la cara de un billete. La lesbiana más famosa de Chile, la profesora que falta reivindicar. Ella enseñó español, historia y geografía. Las materias con las que se aprende a habitar un país. El idioma, el paisaje y todos los muertos que pisaron la tierra. Vivió viajando, Vicuña, Montegrande, sus primeras casas fueron sólo el punto de partida para su alma errante, como la de su padre. El Chile de Mistral era entonces otro, uno donde la ciudad natal era algo así como un emblema que se llevaba en el pecho; lo demás, sólo espacios que habitar.

Dijo que no tenía gloria literaria, que no era rica, que vivía con lo justo aún en todo lugar donde vivió. Y que su contribución fue dar a conocer lo que está dentro de Chile, en sus entrañas:
Mistral dijo que no tenía gloria literaria, que no era rica, y que su contribución fue dar a conocer lo que está dentro de Chile
“[No tengo gloria literaria] Si la tuviese, no se me negaría el derecho a vivir, porque una gloria literaria es tan digna de consideración de un país como una gloria pedagógica, y los pueblos cultos saben estimarla como valor real, y saben defenderla a quien la tiene del hambre y del destierro. No la tengo; pero he contribuido mucho a que en América no se siga creyendo que somos un país exclusiva y lamentablemente militar y minero, sino un país con sensibilidad donde existe el arte. Y el haber hecho esto por mi país creo que me hace digna de no ser excluida de la vida en una ciudad culta, después de 18 años de martirio en provincias”.
En sus palabras buenas, sencillas y bellas hay algo: no somos sólo un país de militares y mineros. Por eso hoy la juventud odia al país donde no ve futuro, o si lo ve, lo ve gris, reprimido, siempre repitiendo lo mismo: la jerarquía hoy dibujada por el mercado. Pero también hay otra versión de Chile previa a 1973 de la que Gabriela Mistral es parte. Quizá un pueblo con más alma de provincia, donde el arribismo o no existía, o tenía otros disfraces. Donde el paisaje tenía una forma más violenta y también estremecedora. Un subdesarrollo que aún tenía una esperanza en hacer de esta tierra un país, y no una sucursal de otra cosa.
Entonces, si lo hemos olvidado, ya es tiempo de completar el verso, terminar el poema. Darle consistencia a la memoria, y leer la poesía de Gabriela Mistral.

