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Reportajes

Gabriela Mistral y Yin Yin: La llama dulce de mi vida

Germán Gautier Por Germán Gautier

Desde el año 2005 los restos de Yin Yin descansan junto a los de Gabriela Mistral en Montegrande, en pleno Valle de Elqui. Este amor inmenso que terminó en tragedia es rescatado por el investigador mistraliano Pedro Pablo Zegers en su libro Yin Yin (UDP). Aquí leemos las más desgarradoras oraciones, así como correspondencia, poemas, documentos y fotografías....

Desde el año 2005 los restos de Yin Yin descansan junto a los de Gabriela Mistral en Montegrande, en pleno Valle de Elqui. Este amor inmenso que terminó en tragedia es rescatado por el investigador mistraliano Pedro Pablo Zegers en su libro Yin Yin (UDP). Aquí leemos las más desgarradoras oraciones, así como correspondencia, poemas, documentos y fotografías.

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Se dicen muchas cosas.

Que Yin Yin nació en África, posiblemente en Argelia. Que fue hijo biológico de Gabriela Mistral. Que nació producto de un momento de pasión con un italiano a quien nunca más se le vio. Que el niño era una réplica de ella. Que la historia del hermano ilegítimo de la poeta que le entrega en adopción a Yin Yin era falsa. Que nunca fue su tía y él jamás su sobrino. Que el padre sí tiene nombre y apellido y que se llama Eugenio D´ors. Que su amiga y secretaria Palma Guillén siempre supo todo.

Se dicen tantas cosas.

Pero la última fotografía que se tomaron Gabriela Mistral y Yin Yin en Petrópolis en 1943 dice más: Un abrazo cálido de una madre a su hijo adolescente.

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Al principio hubo una promesa.

Gabriela Mistral había sido designada en 1926 Consejera Técnica del Instituto de Cooperación Intelectual de la Liga de las Naciones (precedente de la actual ONU). A cumplir con este cargo diplomático se mudó a París junto con su secretaria y amiga Palma Guillén, a quien había conocido mientras trabajaba en la reforma educacional mexicana.

Cierto es que a Gabriela Mistral la vida citadina le entusiasmaba poco y nada. Ambas decidieron trasladarse 55 kilómetros al sureste de la capital francesa para vivir en un pueblo rural con nombre de fantasía: Fontainebleau. Allí ocurrió un hecho tan enigmático como decidor en la vida de la Premio Nobel de Literatura.

Gabriela Mistral junto con Yin Yin en Europa. Año 1936

Gabriela Mistral junto con Yin Yin en Europa. Año 1936

Un medio hermano igual de errabundo, hijo de su padre Jerónimo Godoy, viudo de una española afectada de tuberculosis, la ubicó y le dejó en custodia a un niño que bordeaba el año de edad.

Más que una promesa fue una condición. El padre biológico, Carlos Godoy, le entregó a Juan Miguel Godoy Mendoza, y Gabriela Mistral se aseguró que su medio hermano no reclamara nunca a su hijo en el futuro. Así, en un periodo de entre guerras, este niño comenzó una nueva vida junto a sus dos madres. La nueva vida incluía un nuevo nombre y Gabriela Mistral comenzó a llamarlo cariñosamente Yin Yin (fiel, en lengua hindú).

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A los 37 años de edad Gabriela Mistral había publicado dos poemarios: Desolación (Nueva York, 1922) y Ternura (Madrid, 1924). Los títulos guardaban cierta premonición y en ambos quedaron registrados poemas hermosos y terribles, emanados, al decir del crítico Julio Saavedra Molina, de la “sensibilidad de una neurosis”.

Probablemente Ternura sea el libro más recurrente a la hora de recordar a Gabriela Mistral. La madre que cuida, alimenta, describe el mundo y la naturaleza, ríe, juega e inventa fábulas es la sacralización de la figura materna que continúa cautivando a los lectores, especialmente en el mundo escolar. Pero hay también poemas menos convencionales sobre la maternidad. Poemas que hablan de una madre castradora, una madre que teme ante la autonomía del hijo.

“Que no crezca” es uno de ellos. La yo del poema determina que su niño de cinco años ha alcanzado la perfección: “Ya no le falta nada/ risa, maña, cejas, / aire y donaire. / Sobra que crezca”. Es un impulso natural de cualquier madre, y así da cuenta la filósofa Susana Münnich en su libro Gabriela Mistral. Soberbiamente transgresora (Lom). “La yo prueba que pasado el tamaño de “malvavisco”, su niño, débil e irresponsable, se convertirá en un problema. No es raro entonces que prefiera detener su crecimiento”.

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Buda fue el apodo que le puso Yin Yin a Gabriela Mistral. Curiosamente el sobrenombre coincide con un periodo en que Mistral se acerca a una poesía menos cristiana y más cercana al budismo. Son los poemas que habitarán Tala (Buenos Aires, 1938), para algunos su mejor libro, donde hay una búsqueda de contrapartes, muchas veces entre la nada y el silencio. Son las materias –según el crítico Germán Carrasco- “de la transparencia, de la disolución que es sinónimo de la buena muerte”.

Palma Guillén y Gabriela Mistral

Palma Guillén y Gabriela Mistral

La década el 30 es fructífera para Gabriela Mistral, que se desenvuelve como conferencista, profesora y cónsul de Chile. Son años de trabajo duro, en que Yin Yin rota por diversos internados de colegios privados y en los que permanece más tiempo con su segunda madre, Palma Guillén. Yin Yin es un niño criado en Europa. Allí está la iconografía de su crecimiento jugando con un tren de madera en Francia, una navidad en Italia, caminando de pantalón corto junto a Gabriela por el centro de Lisboa, arriba de una bicicleta en Copenhague.

La irrupción de la Segunda Guerra Mundial cae como una bomba.

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Quería ser granjera; quería dejar atrás la estupidez humana.

Gabriela Mistral sabía que la juventud ya no la acompañaba. Por eso pensó en Brasil para “procurarse el refugio de la hora amarga”. Allí llegó en 1941 en compañía de Yin Yin y su secretaria Consuelo Saleva, para continuar con su cargo diplomático de cónsul. Se asentó primero en Niteroi y luego en la ciudad imperial de Petrópolis, muy cercana a Río de Janeiro y con un clima grato para su resquebrajada salud.

Por entonces, en Petrópolis otra persona vivía su propio destierro. El escritor y activista austriaco, Stefan Zweig, junto con su esposa Lotte Altmann trabaron gran amistad con Mistral. Una amistad intensa y fugaz, porque las noticias de la guerra europea y la tristeza infinita que a duras penas aguantaban terminó con el suicidio de la pareja en febrero de 1942.

No fue el primer suicidio en la vida de la escritora. Antes, Romelio Ureta, un amor pueblerino y de juventud, se quitó la vida cuando Mistral todavía era Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga y hacía clases en una escuela rural de La Cantera.

No sería el último.

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Yin Yin y Gabriela Mistral en Petrópolis, Brasil. Fotografía de 1943

Yin Yin y Gabriela Mistral en Petrópolis, Brasil. Fotografía de 1943

Yin Yin era un adolescente de 17 años y Brasil distaba mucho de parecerse a las ciudades europeas donde había crecido. Los sudamericanos y sus costumbres le eran poco entendibles. Él quería ser aviador y escritor. En lugar de aquello, se transformó en un ser apático.

Yin Yin era otro y Gabriela Mistral no sabía cómo tratarlo.

La correspondencia con su amiga Palma Guillén es la de dos madres preocupadas. Ella en La Habana y luego en Ciudad de México, sufriendo lo indecible por un amor perdido en la guerra, solo podía dar consejos: “El mejor remedio es un amor romántico e imposible junto con una vida dura de trabajo o de ejercicios”.

Pero los resultados no afloraban: “Necesitas tener con él a la vez firmeza y ternura, hijita, porque de ambas cosas necesita mucho”.

Y la desesperación crecía: “Es mejor, sobre todo si también se ha dedicado a beber el indecente, que lo tengas cerca; pero no en la casa quemándote todo el día la sangre, sino de interno, en donde lo obliguen a obedecer y a trabajar”.

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“Querida mamá:

Creo que mejor hago en abandonar las cosas como están. No he sabido vencer, espero que en otro mundo exista más felicidad.

Cariñosamente tu Yin Yin.

Un abrazo a Palma”

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El 14 de agosto de 1943 Juan Miguel Godoy muere ingiriendo una fuerte dosis de arsénico.

De este dolor sin límites Gabriela Mistral nunca pudo recuperarse. En una carta a Eduardo Frei Montalva le dice: “Ay, amigo mío, de este destrozo íntimo yo no podré rehacerme: él era el aroma y, sin metáfora, la llama dulce de mi vida”.

Por nueve días perdió la cordura y al volver en sí sacó las garras. Acusó que a Yin Yin lo habían enloquecido con una droga y que un grupo de fanáticos xenófobos habían intervenido directamente.

Con los días se consoló en una interpretación kármica: “Debo merecerla. Esta muerte de Yin, en lo que la entiendo, es un castigo a delitos míos de vida anterior, de los cuales nada supe y solo recién me voy enterando”.

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Los cuadernos que Gabriela Mistral escribió para Yin Yin están repletos del amor más profundo que una madre pudo sentir por su hijo. Se leen oraciones, antífonas, salmos, letanías, himnos, elogios, cánticos, jaculatorias. Todo lo que el repertorio religioso puede entregar por alivio Gabriela Mistral lo escribió para su Yin Yin.

Nunca, ni con la entrega del Premio Nobel de Literatura dos años después, Gabriela Mistral pudo reponerse. Para ella la muerte de su precioso Yin fue un descenso a los infiernos de la locura y su vuelta a la tierra solo fue a medias.

En señal de luto quedaron estos versos: “Igual que las humaredas/ ya no soy llama ni brasas. / Soy esta espiral y esta liana/ y este ruedo de humo denso”.

 

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Germán Gautier

Periodista de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Tiene una pasión por las revistas que desaparecen, donde ha escrito sobre viajes, conservación ambiental y cultura.

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