La biblioteca del escritor Diego Zúñiga, autor de Camanchaca, está fragmentada. Se dispersa y divide entre su pieza y el pasillo que se conecta con el living-comedor de su departamento en Ñuñoa. Su relación con los libros la considera un poco enfermiza: «Acumulo y acumulo libros en esta pieza, con la esperanza de que algún día tendré tiempo de leerlos todos». Protegen su biblioteca fotos de Bob Dylan, Juan Rulfo y Juan Luis Martínez.
Me vine el 2000 a Santiago desde Iquique con mi familia y en el fondo toda mi infancia transcurre allá. Acá hago la enseñanza media y estudio en la universidad. De hecho, es en segundo medio, a los 15 años, donde comienzo a leer, influenciado por un profesor de castellano que era un gran lector. Leía mucha poesía chilena y gracias a él leí a Enrique Lihn y a Jorge Teillier, porque me prestaba sus libros.
Además, me hice muy amigo de la bibliotecaria, y me prestaba 20 libros todos los veranos. Títulos como El Extranjero, La metamorfosis, La Tregua y El Túnel, fueron claves para mí como quinceañero, porque estaba con todas esas dudas existenciales y fue donde me sentí más reconocido. Después rayé con Balzac, Dostoievski, Cortázar y Borges. En mi casa había algunos libros, pero no había una biblioteca. Había unas enciclopedias que había comprado mi abuelo, que de hecho todavía las tengo guardada.
Pero fue un cambio brusco venirme a Santiago. Llegué a mitad de año y era el alumno 47 del curso. Vivía con mi hermana cerca del colegio, que quedaba en Las Condes, pero después nos fuimos a vivir a Maipú y entonces pasaba dos o tres horas al día arriba de una micro cuando iba al colegio, así que fue inevitable que me pusiera
a leer en esos ratos. El cambio de casa fue muy importante para acercarme a la lectura. Y como no tenía amigos en Maipú, llenaba esos vacíos con la lectura.
En la universidad, desde que empiezo a conseguir algunos trabajos, empiezo a formar mi propia biblioteca, lentamente. En ese tiempo me hice amigo de Sergio Parra, dueño de la librería Metales Pesados, y él me ofrecía libros muy baratos y buenos con los que fui armando mi primera biblioteca. La mayoría eran novelas.
Actualmente tengo amigos escritores con los que tengo mucha sintonía cuando me recomiendan algo, como Alejandro Zambra, Alejandra Costamagna, o Gonzalo Maier. Además, fue clave haberme ganado el Premio Roberto Bolaño- se le otorgó en el año 2008 y gana un millón de pesos- ya que lo gasté casi todo en libros. Después hice lo mismo cuando me gané la beca de creación (2008). Gracias a esos premios se comenzó a armar esta biblioteca. Y después empecé a trabajar ya de forma fija y ahí me puse a comprar libros que me podían servir para mi trabajo, ya que muchas veces me piden que escriba ensayos, reseñas o algún tema relacionado con literatura. Aunque también es una trampa que me hago para no sentirme tan mal. Pero es verdad, al momento de sentarme a escribir cosas de ese estilo necesito tener los libros conmigo.
Acumulo y acumulo libros en esta pieza, con la esperanza de que algún día tendré tiempo de leerlos todos.
Con la plata de la beca de creación compré como 20 libros, creo. Compré varios que eran caros y que en otra circunstancia no podría haberlos conseguido. Por ejemplo, La Antología de Spoon River y La sinagoga de los iconoclastas de Juan Rodolfo Wilcock, que recomendaba Bolaño.
Al comprar libros siento una alegría de poder leerlos en el momento que yo desee. En una de las libretas donde llevo algo parecido a un diario, anoté hace poco: “Acumulo y acumulo libros en esta pieza, con la esperanza de que algún día tendré tiempo de leerlos todos». Siempre llevo conmigo dos o tres libros. A veces pienso que me puedo quedar atrapado en el metro o en algún lugar,
y sé que voy a necesitar esos libros. Es una relación un poco enfermiza.
REFERENTES Y GUARDIANES
En el primer estante están los que más me gustan: Ribeyro, Cheever, Natalia Ginzburg, Bolaño, Idea Vilariño, Hebe Uhart, Gonzalo Millán, José Watanabe y Joaquín Giannuzzi. Está desordenado porque he tenido que sacarlos y usarlos. A continuación está Onetti, Coetzee, Lihn, Zambra, Parra, Levrero, Pitol, Céline, González Vera y entrevistas y memorias de Bob Dylan. Libros de Gonzalo Díaz, que me regaló cuando lo entrevisté. Hay fotos de Bob Dylan, Juan Rulfo y Juan Luis Martínez, que protegen la biblioteca. Más abajo está Borges y Lydia Davis. Después muchos escritores argentinos. Las Ediciones UDP, porque me gusta mucho su catálogo. Al lado los libros de amigos, como Rodrigo Hasbún o Federico Falco. Los de Mariana Enriquez y Leila Guerriero. En el pasillo hay literatura gringa, de Europa y Asia. Al lado, no ficción, cronistas como Caparrós, Villoro y Merino. También me encantan las biografías sobre autores. Deberían estar en mi pieza, pero no caben.
En la pieza que está desordenada hay mucho ensayo. Está lo que ocupo cuando escribo y también cosas que me gusta tener cerca, como los cuentos de Hebe Uhart. Hay amigos que la tienen ordenadas por editorial y me parece horrible. Yo no podría ordenarla así. Aunque tampoco sé si ésta sea la mejor forma. Es desordenada, pero con muchas afinidades literarias. Siento que estos libros se conectan entre ellos de alguna forma. Es un caos donde todos los libros están conectados entre sí. Están los libros que siempre quise tener y leer.
Mis autores favoritos son Enrique Lihn, Ribeyro, Bolaño, John Cheever, Onetti. No sé si en mi libro Camanchaca están ellos. Pero uno no puede escribir sin leer. Me gusta leer a gente que escribe lo que yo nunca voy a poder decir o que tienen un estilo que nunca voy a alcanzar.
LIBROS COMO BIOGRAFÍA
Me gusta mucho el objeto libro y tener la posibilidad de acordarme de un cuento y disponer de él de inmediato para leerlo, hojearlo o subrayarlo. Aunque muchos de los libros de mi biblioteca aún no los he leído.
Lo mejor es que mis libros los tengo conmigo para siempre, es algo difícil de explicar. Como yo no tenía biblioteca en mi casa, durante mucho tiempo me formé leyendo en la biblioteca de mi colegio, el Bibliometro y la Biblioteca de Santiago. Era la única forma de acceder a libros cuando era pendejo, porque no tenía mucha plata para comprarlos. Necesito que los libros estén en mi pieza, muy cerca de mí. El hecho de que mi escritorio tenga muchos libros retrata la inseguridad en mí mismo y la confianza que tengo en ellos al momento de sentarme a escribir una reseña, por ejemplo.
Rayo harto mis libros. Le das una vida y una marca de tiempo.
Los libros fueron la primera posesión que tuve. Si alguien me echara de esta casa lo único que es mío son el computador y los libros. Si me voy, me los llevaría. Estoy yo ahí. Mi biblioteca está marcada por mis viajes, son los últimos momentos de mi biografía. Si leo un libro de Hebe Uhart, por ejemplo, pienso en el día en que la conocí. Todo libro tiene una historia. Mi biografía está mezclada con mi biblioteca. Creo que se la dejaría a mi novia o a tres amigos. ¡No sé, qué difícil!.
Los rayo harto. Le das una vida y una marca de tiempo. No hay nada más bonito que abrir un libro y mirar el subrayado y pensar: ¿por qué subrayé esa parte en ese momento?.
SOBRE DIEGO ZÚÑIGA
Escritor y Periodista, nació en Iquique en 1987. Es Autor de Camanchaca (2009). Ha obtenido premios como el Roberto Bolaño, Beca Creación Literaria del Consejo de Cultura y Las Artes, en 2008, y Juegos Literarios Gabriela Mistral, el 2009. Actualmente trabaja como periodista en la revista Qué Pasa y es parte del equipo editorial del blog literario 60 watts.