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Reportajes

La biblioteca de Marco Antonio de la Parra

Luis Mario Venegas Por Luis Mario Venegas

Marco Antonio de la Parra se considera un bibliófilo. Le gusta coleccionar y atesorar las primeras ediciones de ciertos libros. Y aunque su biblioteca está muy organizada, le gusta perderse en ella y sorprenderse con libros olvidados por su memoria. Psiquiatra, escritor y dramaturgo, Parra ha reflexionado también sobre la lectura: «Los lectores solemos tener...

Marco Antonio de la Parra se considera un bibliófilo. Le gusta coleccionar y atesorar las primeras ediciones de ciertos libros. Y aunque su biblioteca está muy organizada, le gusta perderse en ella y sorprenderse con libros olvidados por su memoria. Psiquiatra, escritor y dramaturgo, Parra ha reflexionado también sobre la lectura: «Los lectores solemos tener una historia triste detrás del por qué nos encerramos en los libros y en las bibliotecas».

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Poseer libros fue algo tardío. No había una biblioteca en mi casa y siempre fue un sueño de infancia tener una propia. Empecé a armar mi biblioteca con regalos de mi familia. Mi tío tenía una biblioteca caótica que se ha ido pareciendo a la mía. Tenía desde la revista Estadio hasta literatura contemporánea. De pronto se deshacía de libros y me regalaba muchos. Recuerdo que me leía enciclopedias o La Biblia como si fuera una novela fantástica de Borges.

Cambiaba muchos libros y revistas cuando chico. En esa acción, recuerdo haberme encontrado con autores malos como Clark Carrados (seudónimo de Luis García de Lecha), un escritor que hacía novelas de ciencia ficción y policiacas, que escribió más de tres mil novelas en su vida, de dudosa calidad sin duda, pero que tenía un buen manejo del idioma. Como cuento en mi libro Para qué leer, el comienzo de la lectura suele ser inesperado.

A los 15 años pedí para Navidad Ulises, de James Joyce. Se me viene a la mente una frase de Goethe citada por Joyce: “Ten cuidado con lo que deseas y haces en tu juventud, porque lo conseguirás en tu momento de mayor madurez”. En ese sentido, Ulises me marca absolutamente, incluso hasta el día de hoy, por su estilo y su lenguaje. De hecho, he tenido muchas versiones y ediciones de ese libro.

Comencé a comprar libros cuando comencé a tener un sueldo propio como ayudante de Fisiología, en la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile. Iba con mi amigo León Cohen, gran psicoanalista, a comprar cosas nuevas y baratas de la Editorial Seix Barral, por ejemplo, recién llegadas a Chile.

Cuando me siento mal noto que, compulsivamente, compro libros.

En dictadura los libros eran escasos. Yo me las arreglaba para ir a las editoriales, haciéndome amigo de los distribuidores, para conseguir algunos. En Santillana o en Formentor, por ejemplo, me daban las muestras que llegaban. Así leí la primera novela de Georges Perec, que era estar en la vanguardia en ese entonces, o a Milan Kundera, por nombrar algunos.

En el colegio pasaba mucho tiempo en la bibliotecas. Los lectores solemos tener una historia triste detrás del por qué nos encerramos en los libros y en las bibliotecas. Suele haber una enfermedad prolongada, una timidez tremenda y dificultad de vida social. Al lector le cuesta afrontar el mundo y arrastra, suele arrastrar, cierto dolor frente a la vida. Decididamente, cuando me siento mal noto que, compulsivamente, compro libros.

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Marco Antonio de la Parra en su biblioteca

Referentes que no se prestan

Me considero bibliófilo. Busco últimas ediciones y traducciones. Por ejemplo, Altazor de Huidobro y El buen soldado, de Ford Madox, que es una novela perfecta que me la presentó José Donoso cuando participé en su taller literario. Con el tiempo me he ido poniendo fetichista y muy maniático con los libros. Tiene que ver con ese instante de paz maravilloso que me recuerda cuando era chico. Eso de maravillarse como si fuera un juguete.

Cometo el error de prestar los libros buenos, que son los que nunca te devuelven.

Me gusta tener primeras ediciones de ciertos autores. Me he ido poniendo más maniático. Me fascina una edición facsimilar de los poemas de César Vallejo, obras completas de Apollinaire o los cantos de Pound, que son ediciones únicas, en caja y muy bonitas. Hay un impulso voraz de atesorarlos. Es como cuando las personas atesoraban la comida en tiempos de guerra. Pero cometo el error de prestar los libros buenos, que son los que nunca te devuelven.

Clasifico mis libros por género, editorial y autor; eso me deja tranquilo. Hay muchos de la editorial Alfaguara, cuando eran las portadas morado con gris, y también de otras editoriales, como Anagrama, Siruela, Tusquets y Acantilado.Y ordeno a autores y sus núcleos. A Cervantes rodeado de historias de caballería, por ejemplo. Está Borges y Buzzati completos. El arte de la fuga, de Pitol; muchas ediciones de Los adioses, de Onetti; El libro de las preguntas, de Edmond Jabés. Henry James está al lado de José Donoso y Don DeLillo.

En el dormitorio tengo un muro completo de todo lo que estoy usando. Son unos 100 títulos que se están moviendo constantemente. Divididos en teatro y cine en bloques distintos. Ahora me gusta volver a lo clásico, como Sófocles, Esquilo, Shakespeare, pero también Beckett, Chéjov y Heiner Muller. Estoy leyendo mucho a César Aira y T.S Eliot. Estos autores, por nombrar algunos, no los presto por nada del mundo.

Mi biblioteca siempre es referencial. Primero, leo por placer y por aventura. Eso sí, hay libros que son un desafío grande por el lenguaje; uno de mis favoritos en ese sentido es La muerte de Virgilio, de Broch. Segundo, leo para escribir. Tercero, para hacer clases según el tema, como Cervantes o Shakespeare. Siempre estoy rodeado de libros. La adicción a la lectura es una locura. De repente me pasa que busco un libro y termino comprando ese ejemplar con seis más. Hay algo de sibarita en eso.

El placer de la biblioteca es saber dónde están las cosas, pero también no saberlas.

La biblioteca es un laberinto real y mental, como dice Borges. Un espacio donde tienes que ser capaz de perderte y ser capaz de volver a encontrarte. Por eso el placer de la biblioteca es saber dónde están las cosas, pero también no saberlas. Que supere tu capacidad de memoria.

¿A quién le dejaré mis libros? A mi hija. Ella es poeta y cuentista. De hecho, se ha llevado todo lo que es poesía, ya que leo poco ese género. Otros se los regalaría a amigos que son buenos lectores, incluyendo a mis alumnos. Al cambiarme para acá, me di cuenta de los libros que tenía repetidos o que nunca leí. Muchos de esos los doné a un municipio. Creo que tengo que hacer otro filtro cruel y que solo me van a quedar los libros que tengo hace mucho tiempo.

Marco Antonio de la Parra

Nació en Santiago en 1952. Psiquiatra, escritor, dramaturgo y Director de Teatro de la Universidad Finis Terrae. Tiene más de setenta títulos entre piezas teatrales, obras de ficción y ensayos. Entre sus obras más conocidas están: Lo crudo, lo cocido y lo podrido (1978), Cuerpos prohibidos (1991), La pérdida del tiempo (1994), Te amaré toda la vida (2005), El libro de David (2010) y su última publicación el ensayo Para qué leer (2011).

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Luis Mario Venegas

Periodista y Magíster en Edición de la Universidad Diego Portales. Esta sección es parte de su tesis “Vivir con libros: Bibliotecas personales de 13 escritores chilenos”.

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