g
Reportajes

La biblioteca de Matías Celedón

Luis Mario Venegas Por Luis Mario Venegas

La biblioteca del escritor Matías Celedón está en el living de su casa, ubicada en el barrio Bellavista. En la parte central hay por lo menos 300 libros, acompañada de diversos cachureos: cigarros, fotos, dibujos y una lámpara a gas. Sus cinco repisas de madera barnizada representan un barco, que si bien parece estático, en...

La biblioteca del escritor Matías Celedón está en el living de su casa, ubicada en el barrio Bellavista. En la parte central hay por lo menos 300 libros, acompañada de diversos cachureos: cigarros, fotos, dibujos y una lámpara a gas. Sus cinco repisas de madera barnizada representan un barco, que si bien parece estático, en cualquier momento puede volver a navegar por otros lugares junto a su dueño, un viajero nato.

MCeledon-2

Tuve la suerte de contar desde chico con una buena biblioteca e mi casa y en la de mis abuelos. Mi madre era muy buena lectora, incluso más que mi papá. Ella es sicóloga y bibliotecaria. Como mis padres trabajaban y mis hermanos son más grandes, al quedar solo y tener ganas de relacionarme con adultos, comencé a leer. A los 4 años leía muchos diccionarios y enciclopedias ilustradas, algunas de medicina como La Máquina del cuerpo, o los tomos que se reeditaron de El Tesoro de la Juventud. Los sacaba de la biblioteca de mi padre. Me impactaban mucho sus ilustraciones. Mi idea era descubrir el significado de las palabras o la historia de un determinado animal.

Buscaba Las mil y una noches y fui estafado por mi mentor literario. Me vendieron una edición incompleta y resumida.

En el colegio tuve una profesora de castellano llamada Isabelle de Tranqualye que nos estimuló a leer mucho. A los 8 ó 9 años, por ejemplo, leo las sagas de misterio de Enid Blyton. Más adelante, como a los 11 años, es fundamental el profesor Luis Campos. Con él leo Corazón, de Edmundo de Amicis. En la enseñanza media, leo Siddhartha y El lobo estepario, de Herman Hesse; Julio Cortázar porque era muy útil para la conquista y a Gabriel García Márquez, porque estaba dentro de la lista anual que me hacían leer en el colegio, donde también aparecían otros libros como El guardián entre el centeno, de Salinger, o Pedro Páramo, de Juan Rulfo, que ya comienzan a ser lecturas más conscientes. Desde ese momento no veo la lectura solo como algo para recrearme o pasarlo bien, y, obviamente, comienzan a ser parte de la biblioteca de mi pieza.

Tuve una especie de mentor literario que se llamaba Samir Nazal. Era un ratón de biblioteca y, la primera vez que lo vi, estaba vendiendo libros junto a León Pascal en un mesón de la feria de la calle Santo Domingo. Me vendieron una edición incompleta y resumida de Las mil y una noches. Me di cuenta al llegar a mi casa, que la edición no estaba completa, según ellos, definitiva. Tiempo después, me lo presentaron como profesor de un taller literario en Bellavista y su cara me parecía familiar. Desde ese momento nos hicimos amigos y comenzamos a vernos seguido.

Es un libro muy especial para mi. Yo buscaba Las mil y una noches y fui estafado por mi mentor literario. Quizás esa fue su primera lección, porque después conocí unos versos suyos que hasta el día de hoy me hacen mucho sentido, que leí en una postal que entregaron para un homenaje tras su muerte: «Se engañaban los viejos poetas: / de sobra sabían que trampeaban”.

Principio de movilidad

La biblioteca que tengo ahora está en el mismo escenario en que fue sacada de las cajas el día de mudarme. Podría ordenarla por autor, o por géneros, pero no me hace falta, porque tengo buena memoria visual. Mi biblioteca es muy importante, como lo es el fuego en las tribus amazónicas. El fuego está en el centro de la casa y nunca se apaga. Es parecido lo que pasa con mi biblioteca. Define mi estado mental de ahora y cómo soy como lector: no hay una clasificación ni un orden.

Los libros, más que una posesión o propiedad, son una compañía. Soy un recolector de libros. El libro es un objeto bonito que podemos guardar como recuerdo de algún momento, de un viaje, un espacio o una historia. Son tesoros que he ido recolectando, recogiendo y coleccionando. El recolector tiene una actitud más libre y más práctica. Recoge en función de él, pero sobre todo, de sus necesidades. Creo que los objetos terminan resistiendo el tiempo de una manera muy particular, cargándose, como amuletos místicos.

No sé si soy bibliófilo. Me considero adicto a los libros, pero ojo, paso por distintos períodos. Puedo buscar un ejemplar de colección o buscar todos los títulos de un autor. Al final, mi relación con los libros tiene que ver con lo que esté haciendo o escribiendo en un momento determinado.

Matías Celedón en su biblioteca

Matías Celedón en su biblioteca

Libro objeto

En Argentina me hice una biblioteca que tuve que vender para volver a Santiago. Tenía mucho peso y pocos pesos.

He viajado mucho. Cuando estaba en Argentina, entre 2006 y 2007, me hice una biblioteca que después tuve que vender para volver a Santiago. Tenía mucho peso y pocos pesos. Traje conmigo los libros que eran realmente fundamentales. En ese minuto, mientras escribía mi novela La Filial, era como tener un botiquín de primeros auxilios.

Soy fetichista con los libros que me cautivan como objetos en sí y con los que me vinculo sentimentalmente. En el fondo, los libros son posibilidades o ejemplos de cómo distintos escritores han resuelto sus propias dificultades y cómo han ido trabajando las dudas que les han ido surgiendo de su propio trabajo.

Hay un librito que es el que más quiero y me acabo de dar cuenta que quizás me lo robaron y eso me puede generar un gran conflicto. Es una edición de Lolita, pero no la de Nabokov, sino de un alemán coetáneo a él, Heinz von Lichberg, que tenía una portada tremenda donde aparece una niña. Al parecer, voy a tener que culpar a alguien de robo porque no aparece Lolita.

Tengo algunos libros objeto, en su primera edición, que son una reliquia. Nueve silencios de Diego Maqueira, una caja objeto muy bonita que tiene imágenes intervenidas en papel fotográfico y La nueva novela de Juan Luis Martínez. La poesía resiste publicaciones desde el objeto. Te ofrece y hace reflexionar desde el soporte, cosa que no hace la narrativa convencional. En cambio, con Alicia en el país de las maravillas tengo una pésima anécdota. Recuerdo haber detenido la lectura justo cuando Alicia comienza a caer por la madriguera y de tanto caerse siente que no está cayendo. Esa noche me caí del camarote y tuve un TEC cerrado. Así que nunca más tomé ese libro.

Sobre Matías Celedón

Nació en Santiago en 1981. Periodista y guionista. Ha colaborado en La Estrella de Valparaíso, revista Qué Pasa y Viajes de El Mercurio. En 2006 publica su primera obra Trama y urdimbre (Random). Ha participado en la antología de cuentos de nueva narrativa chilena Voces -30 (2011) y su segunda novela La Filial (Alquimia, 2012), ganó el premio de la crítica, otorgado el año 2013 por la Universidad Diego Portales. Su última publicación es Buscanidos (Hueders).

 

Compartir en: Facebook Twitter
Luis Mario Venegas

Periodista y Magíster en Edición de la Universidad Diego Portales. Esta sección es parte de su tesis “Vivir con libros: Bibliotecas personales de 13 escritores chilenos”.

También te podría interesar