Soledad Rodillo se sumerge en estanterías de bibliotecas de universidades o en anaqueles de librerías bonaerenses para encontrar esos libros escritos por mujeres hace más de cincuenta o cien años. Así, da con relatos de protagonistas con ansias intelectuales, pero oprimidas por el aristocrático yugo paterno o historias de amor que se debaten entre vírgenes perfectas o trabajadoras emancipadas. Estos títulos — que podemos encontrar en fotocopias o reediciones— nos sirven para hablar de los cambios que ha experimentado el rol de la mujer durante estos cien años y de lo mucho que queda por avanzar.
Lucía Guerra Cunningham incluye a María Flora Yáñez (foto) dentro de aquellos textos referentes a los Movimiento de Liberación de las Mujeres, debido a que trata al matrimonio como sinónimo de «mortal hastío», un sacramento que a principios del siglo XX se asociaba a la ideología conservadora de la sociedad chilena. Fuente: Wikipedia. Crédito: Memoria Chilena
Hace un tiempo tuve un trabajo perfecto. Un trabajo donde tenía que leer novelas escritas por mujeres latinoamericanas entre fines del XIX y la primera mitad del siglo XX, y buscar referencias culturales para una investigación que llevaba a cabo una querida profesora de la Universidad de Chile. Y así fue como leí —en fotocopias o en ediciones viejas— decenas de novelas de Norah Lange, Clarice Lispector, Graziella Garbalosa, Paulina Medeiros, Marta Brunet y María Flora Yañez (Mari Yan), entre varias otras, y me fasciné con estas primeras mujeres que se tomaron la escritura como una profesión.
En estas novelas uno se encuentra con protagonistas femeninas inquietas: que leen, que escriben, que admiran y desean ciertos espacios que tienen los hombres, como son las bibliotecas, los escritorios, las conversaciones políticas, y que se sienten reducidas y hastiadas de los espacios domésticos que les tenían asignados. Novelas sobre mujeres que leían, escribían, vivían intensamente y luchaban por sus ideales: como Clarisa, la protagonista de la novela de Mari Yan Espejo sin imagen (1936), para quien su cuaderno de escritura era el “verdadero tesoro” de su vida, o como Adelaida, de la novela Más arriba está el sol (1931) de la cubana Graziella Garbalosa, que encuentra en la lectura a “su más querida maestra y amiga consejera” y para quien la libertad de la mujer está afuera de la casa —en el arte, en la política, en la vanguardia—, y que siente que debe rebelarse como una Lenin “de faldas hogareñas” antes de morir entre los “paredones” del hogar.
Muchas de estas novelas de estas mujeres precursoras y revolucionarias se encuentran en bibliotecas y en archivos, en fotocopias y en internet. También en reediciones actuales que han hecho editoriales independientes — como la que hizo hace unos años Beatriz Viterbo Editora con la obra de Norah Lange— o investigadoras como Carolina Alzate, en Colombia, o Natalia Cisterna, en Chile, que en este último tiempo han recopilado y publicado las obras completas de escritoras fundamentales de sus países como son Soledad Acosta de Samper y Marta Brunet, respectivamente.
Hace unos días, en la librería Libros del pasaje, en Buenos Aires, encontré un libro que no puede resistir de llevar: Una nihilista, de la matemática Sofía Kovalévskaya (1850-1891), la novela que escribió la científica y escritora rusa en 1890, un año antes de morir de neumonía, y que acaba de ser publicada por la editorial Mardulce.
Sofia Kovalevskaya fue la primera matemática rusa de importancia y la primera mujer que consiguió una plaza de profesora universitaria en Europa (Suecia, 1881). Fuente: Wikipedia.
La autora, famosa por su teorema de Cauchy-Kovalèvskaya, y menos conocida como escritora, nos introduce con esta novela en la Rusia de fines del XIX, con todos sus cambios sociales, y nos regala una protagonista de antología, Vera, criada en el seno de una familia de ricos empobrecidos, con unos padres que le niegan todo tipo de formación intelectual, y que es educada —casi por casualidad—por un vecino mayor con quien descubre el mundo de la lectura y del pensamiento. Y claro, Vera se enamora, sufre, deja su casa y llega a San Petersburgo a luchar contra la opresión que sufren los rusos y a romper con todas la convenciones sin importarle el riesgo que corre su vida, llegando incluso a casarse con un prisionero político exiliado en Siberia con tal de seguir una causa. Una historia increíble, escrita por una mujer que también fue como una heroína literaria —de hecho su biografía inspiró el cuento “Demasiada felicidad” de Alice Munro—, una escritora que rompió con todas las tradiciones al tener que casarse con un hombre que no conocía solo para poder salir de Rusia e estudiar en la universidad en París en una época donde las mujeres solteras de la alta sociedad tenían prohibido vivir solas en el extranjero. Vera, la protagonista de la novela Una nihilista, es “una chica más interesada por la política que por el amor”, escribe Alice Munro en su cuento; parafraseándola, también podríamos decir que su autora, Sofía Kovalèvskaya, estaba más interesada en su escritura y en sus investigaciones matemáticas que en su vida sentimental.
Tras algunos años de olvido, después de su temprano fallecimiento, Sara Gallardo actualmente es considerada uno de los grandes nuevos clásicos de la literatura argentina
También del 2016 es la reedición de Pantalones azules por la editorial Fiordo, una novela de la escritora argentina Sara Gallardo (1931-1988) que vuelve a publicarse 50 años después de su primera edición, y que nos lleva a la Argentina de mediados de siglo, a los prejuicios sociales y religiosos; y a una historia que pone en evidencia el machismo latinoamericano y la sociedad patriarcal donde el protagonista, Alejandro, de familia tradicional y católica, se debate entre dos mujeres: su novia —virgen, de buena familia y con una madre que nunca la deja a solas—, y una mujer judía que le atrae sexualmente, que trabaja, vive sola, pero a la que también menosprecia por su religión. Una historia que suena un tanto cliché pero que exhibe los prejuicios con los que debían convivir hombres y mujeres hace un tiempo atrás. Prejuicios que todavía no se han eliminado del todo, y que nos hablan de mujeres indefensas y dependientes, que son más respetadas por los hombres; y de mujeres independientes y autosuficientes que parecieran intimidarlos.
Leer novelas de escritoras del pasado, en fotocopias, archivos o en estas maravillosas reediciones que aparecen cada cierto tiempo, nos hace recordar cuánto hemos avanzado las mujeres en la sociedad y en el espacio literario. Pero también nos hace ver cuánto más falta para hacernos más visibles, para que la profesión de escritora sea más que un pasatiempo, para que la vida profesional de la mujer sea considerada tanto o más importante que su vida personal a los ojos de los demás. Leer para atrás nos sirve para leer el futuro: las historias cambian de época, de lugar, de país, pero la lucha de las mujeres por hacerse visibles es la misma desde hace mucho tiempo.