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Reportajes

Los cien años de Roald Dahl y su fábrica de libros inesperados

Soledad Rodillo Por Soledad Rodillo

A cien años del nacimiento del reconocido escritor británico Roald Dahl, la editorial Nórdica publica El Librero, relato que apareció por primera vez en 1987, en la revista Playboy. Este cuento, según señala la editorial «nos presenta otra faceta del escritor: una perspectiva más realista y sarcástica. Una faceta que nos revela que Dahl fue un escritor capaz de sorprender...

A cien años del nacimiento del reconocido escritor británico Roald Dahl, la editorial Nórdica publica El Librero, relato que apareció por primera vez en 1987, en la revista Playboy. Este cuento, según señala la editorial «nos presenta otra faceta del escritor: una perspectiva más realista y sarcástica. Una faceta que nos revela que Dahl fue un escritor capaz de sorprender y fascinar tanto a niños como a adultos, un efecto difícil que está al alcance de pocos». En este artículo que conmemora su centenario, Soledad Rodillo nos cuenta el porqué de esa fascinación.

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El escritor Roald Dahl. Crédito: Parade. com

Hace unos días me puse a mirar hoteles de lujo en Marruecos y llegué a uno que me encantó: se llamaba La Mamounia y tenía sus paredes llenas de mosaicos, una piscina majestuosa y una vista a la cordillera del Atlas, que al parecer había inspirado al mismo Winston Churchill. De inmediato lo metí en esa lista imaginaria e inútil que, desde chica, me hace coleccionar nombres de hoteles fantásticos, exóticos, palaciegos y, por cierto, muy suntuosos que posiblemente nunca conoceré. La historia no tendría ninguna importancia si no fuera porque días después me prestan El librero (Nórdica, 2016), uno de los pocos libros que Roald Dahl escribió para el público adulto; y se me aparece de nuevo el hotel Mamounia, y la ciudad de Londres, que tanto me gusta, y una librería de usados. Y me sorprendo: el libro era totalmente para mí.

Y pienso en Roald Dahl (1916-1990), el escritor detrás de exitazos infantiles como Los Gremlins (1943), Charlie y la fábrica de chocolates (1964) y Matilda (1988) —todos ellos más tarde llevados al cine—, y en su talento enorme para describir, para hacernos parte de su mundo creado, para hacernos sentir a gusto a pesar de lo estrambótica que pueda ser la historia que escribió. Pienso en su capacidad para hacernos pasar de la simpatía al miedo, de la pena a la alegría (y aquí me acuerdo de Charlie y la fábrica de chocolates y de su protagonista Charlie Bucket, el niño pobre que sueña con comer chocolates y que, de repente, tiene la oportunidad de pasar el día entero en la fábrica de Willy Wonka, un extrañísimo chocolatero que seduce a un grupo de niños elegidos con un mundo lleno de chocolate, “chocolate suficiente para llenar todas las bañeras del país entero”, les dice, y con una fábrica operada por tres mil pigmeos traídos de África, los famosos Oompa-Loompas, que años después se robaron la película que Tim Burton hizo del libro).

Pienso en lo macabro que se esconde en cada una de las novelas y cuentos de Dahl. ¿Qué puede ser más macabro que tener una tribu de africanos trabajando encerrados en una fábrica? ¿O presenciar como cada niño invitado a la fábrica es eliminado dramáticamente de la competencia —en una era pre reality shows— por ser mimado, glotón, competitivo o adicto a la televisión? O, como ocurre en el cuento El librero, ¿qué puede ser más macabro que un vendedor de libros antiguos que les cobra sumas exorbitantes a las viudas millonarias por libros eróticos que, supuestamente, habían comprado sus maridos antes de morir y que ellas pagaban sin chistar para evitarse la vergüenza social?

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Ilustración de «El librero», realizada por Federico Delicado (Nórdica, 2016)

En este mes, cuando se celebran los cien años del nacimiento de Roald Dahl, me entero de que el escritor infantil más exitoso del siglo fue un gran bromista —que cuando invitaba a su casa servía vino malo en viejas botellas de etiquetas ostentosas solo para ver las reacciones de sus invitados— y que al igual que los personajes de sus cuentos fue calificado de mentiroso, abusador, desleal, snob y engreído por quienes lo conocieron. Eso sin contar una que otra acusación de plagio por alguna de sus novelas y de anti-semitismo y hostilidad hacia el escritor Salman Rushdie por acusarlo de “peligroso oportunista” por Los versos satánicos.

Nacido en Llandaff (Gales), en 1916, Roald Dahl recibió su educación en Inglaterra y fue piloto durante la Segunda Guerra Mundial antes de convertirse en un prolífico escritor de libros infantiles y de unos pocos, pero inquietantes libros para adultos como las novelas Jamás digas nunca y Mi tío Oswaldy las antologías de cuentos El gran cambiazo, Historias extraordinarias y Relatos de lo inesperado, entre otros, donde se pasea por distintos lugares —desde Kenia hasta Nueva York— y por distintos estilos que van desde lo más realista a lo más surreal, para narrar sus historias macabras y de humor negro —en la línea de Saki o de Evelyn Waugh— donde siempre la historia termina con un giro macabro o un final inesperado.

Portada El libreroTanto en sus libros para niños como para adultos, Dahl escribió sobre trampas y trucos, mentiras y engaños —y hasta de sexo en El gran cambiazo —, y sobre una realidad en la que los personajes eran poco virtuosos —timadores, excéntricos despiadados, maridos crueles, mujeres vengativas— y donde el autor se lució con sus detalladas descripciones tanto de los personajes como de los lugares.En El librero —cuento que apareció por primera vez en la edición de Playboy de enero de 1987— Dahl nos sumerge en una verdadera librería inglesa de usados, “con el hedor a cartón viejo y hojas de té que impregna el interior de toda librería de lance en Londres” para narrarnos la historia de un librero nada de intelectual, que tras sus libros de Jane Austen y Charles Dickens esconde un negocio bien montado para engañar a las viudas ricas de la ciudad —y para eso se vale del obituario o del libro Who’s who para elegir a quién atacar—. Como en todo libro de Dahl las descripciones y la ironía están muy bien formadas, y uno se recuerda por qué cuando chica uno no podía soltar libros como Las brujas o Matilda hasta el final, o por qué tantos de sus libros, a cien años de su nacimiento, no han perdido ninguna vigencia: se siguen leyendo e incluso han pasado al cine, donde también se han convertido en exitazos de taquilla.

 

 

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Soledad Rodillo

Periodista de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Magíster en Literatura de la Universidad de Chile. Lectora empedernida, dedica su tiempo a escribir artículos culturales para diarios y revistas especializadas. Es colaboradora estable de nuestro blog.

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