Reportajes

Los libros que no leí en Tokio

Francisca Tapia Por Francisca Tapia

Japón es uno de los países con más población lectora en el mundo, por lo que es habitual ver a personas de todas las edades concentradas en su lectura durante un viaje en metro o de pie ante las estanterías de mangas y revistas que mantienen los famosos konbinis abiertos 24/7. Nuestra colaboradora Francisca Tapia...

Japón es uno de los países con más población lectora en el mundo, por lo que es habitual ver a personas de todas las edades concentradas en su lectura durante un viaje en metro o de pie ante las estanterías de mangas y revistas que mantienen los famosos konbinis abiertos 24/7. Nuestra colaboradora Francisca Tapia visitó Tokio y nos cuenta de su experiencia conociendo librerías de ocho pisos y recorriendo Jimbocho, el barrio de libros usados más visitado de la capital.

Jimbocho, barrio de libros usados

Los ojos fijos en un libro o en el celular, o simplemente cerrados para una pequeña siesta, son las actividades que más ocupan a los pasajeros que llenan los trenes en Tokio. Es raro que hablen, sólo las adolescentes a veces rompen el silencio con una charla a un volumen moderado. De todas maneras, cada vez que nos detenemos y se abren las puertas para dejar salir y entrar pasajeros, la grabación anunciando las paradas es lo único que interrumpe el ambiente. Me sumo a ese mutismo convenido con la vista inquieta, como me ha sucedido desde que aterrizamos en Tokio, ya que, inevitablemente todo atrapa mi atención. Sentada en el tren local que va desde el barrio de Machida, en el que hospedo, hasta los sectores más comerciales y turísticos de la capital, recorro con la vista el vagón pasando de largo las cabezas inclinadas en un profundo sueño y la detengo en los lectores, intentando adivinar que temas roban su atención en este viaje, pero descubro que no solo las dificultades idiomáticas me lo impedirán, sino que todas las portadas están cubiertas con forros de papel o de tela, resguardando sus intereses de las miradas curiosas. Al principio me sorprende tal discreción, ya que, en cuanto país he estado la gente exhibe orgullosa sus libros, como una declaración pública de principios e intereses. Pero comprendo que tal sutileza es coherente en un Japón repleto de contrastes.

Uno de los tantos lectores del metro de Tokio

Había escuchado decir que en el país del sol naciente la gente no habla abiertamente de política, tampoco de sexo; incluso escuché a una japonesa afirmar que en el colegio no se les enseñaba a formular y emitir opiniones, de lo cual se había dado cuenta estudiando en España. Por tanto, el libro cubierto podía pensarlo como una extensión de eso: reservar tus inclinaciones y gustos al ámbito privado. Sin embargo, la discreción, casi timidez, de los japoneses en las relaciones sociales y afectivas contrastaba con la exacerbación de todo cuanto mis ojos de turista podían ver en los barrios más céntricos: la explosión propagandística en todos los edificios, la música de los pachinko y karaokes, las máquinas con toda clase de curiosidades, los locales temáticos, las vitrinas recargadas. Incluso la primera librería con la que dí dejaba atrás la sobriedad: ocho pisos de libros de todos los géneros. En Tokio no parecían ser muchas las posibilidades intermedias entre recato y escándalo, lo que la hacía aún más fascinante.

Nunca había estado en una librería de más de tres pisos, así es que un edificio completo dedicado a la literatura me pareció increíble. La librería en cuestión se llama Kinokuniya y está situada en el barrio comercial de Shinjuku. Según supe más tarde, es una de las más importantes filiales de una gran cadena con más de 80 tiendas en el país, además de oficinas en el extranjero. Japón es uno de los países en los que más se lee en el mundo -según datos de la Unesco más del 90% de la población lee habitualmente libros, revistas, diarios o mangas- por lo cual no era de extrañar que existiera una oferta literaria tan cuantiosa. Por lo demás, creo que todo cuanto vi en Tokio -salvo los alojamientos – iba en grande: tiendas de tecnología, de artículos de anime o de vestuario que se extendían por varios pisos. Tokio podía convertirse en la fantasía de todo comprador con presupuesto en el bolsillo, ya que, si buscabas algo, por más extraño o rebuscado que fuera, muy probablemente estaría disponible en algún rincón de esta enorme ciudad.

Librerías en Tokio

Confieso que cuando supe, antes de viajar, que habían edificios repletos de libros en Japón, pensé que era el sueño de todo lector y anhelé que llegara el día de recorrer esas estanterías. Pero también debo admitir que tantos pisos con libros que no podía leer -por obvias razones lingüísticas- fue ligeramente frustrante y el paseo lo disfruté más como una turista curiosa, que como lectora. De todas maneras cabe mencionar que en Kinokuniya hay un piso dedicado a los libros de idiomas extranjeros, mayoritariamente inglés, pero la oferta no es tan variada, ni económicamente conveniente, así es que es poco probable que salgas con libros bajo el brazo. Aún así, es un edificio interesante de recorrer, y doy mención honrosa a los mangas que también contaban con un área de ediciones en inglés, siendo por lejos lo que más ganaba la atención de los extranjeros. Bueno, en realidad los mangas siempre ganaban la atención de todos si estabas en Tokio.

 El barrio de las librerías

Que lamentase no poder leer lo que Japón tenía para ofrecerme, no mermaba mis ganas de querer ver sus librerías. Investigando sobre Tokio rápidamente supe que un lugar imprescindible para hablar de libros y lecturas era Jimbocho, barrio ubicado en el distrito de Chiyoda conocido por sus librerías de segunda mano y tiendas de antigüedades. Desde mi casa temporal en Machida el trayecto era largo, como para gran parte de los atractivos turísticos, ya que, Tokio era difícil de abarcar, repleto como estaba de sitios interesantes por ver en sus 23 barrios especiales. En este caso, debía tomar la línea Odakyu, subir en Tsurukawa, bajar en Shin Yurigaoka, tomar en el andén del frente el rapid express, llegar hasta Shinjuku, salir de la estación junto a un mar de gente, localizar el metro, bajar y buscar la línea que me conduciría a Jimbocho. Al llegar -por si aún tenías dudas de que estabas en el lugar indicado- unos pequeños pilares de metal tenían inscrita una placa con un libro dándote la bienvenida. 

Estantería en el barrio de Jimbocho

A diferencia de todos los barrios que había recorrido en Tokio, Jimbocho me sorprendió por su sobriedad. Las fachadas recargadas que me habían acompañado en los paseos por Akihabara, Shibuya o Ikebukuro, daban paso a una serie de pequeños locales con numerosas estanterías repletas de libros, varias puestas en la misma calle, al alcance de los transeúntes que se detenían a escoger los títulos de su interés. Según sabía, cerca de estas calles se localizaban varias de las universidades más prestigiosas de la ciudad, por lo cual eran clientes frecuentes profesores y estudiantes.

 Hay más de 150 librerías en el barrio de Jimbocho. Sin embargo, la oferta no sólo se queda en libros, sino que puedes encontrar fotografías, mapas, revistas, pósters, artículos de arte tradicional japonés, juguetes y entre medio varias cafeterías y locales de comida. Algunos espacios combinan ambos: comida y libros, como la Bookhouse, que dicho sea de paso, fue a la única librería a la que ingresé en el sector que no era de segunda mano, sino que tenía una interesante oferta de novedades en literatura infantil y, en medio de todo, un comedor en el que varios comensales disfrutaban su almuerzo. En el segundo piso del local podías acceder a la librería Kitazawa dedicada a lenguas extranjeras, que en realidad correspondía mayoritariamente a libros usados en inglés. Sin embargo, con una colección más bien limitada y sin grandes ofertas.

Donde viven los monstruos, edición japonesa

Japón es caro, inevitablemente caro si andas de turista: un viaje de ida y vuelta a algún rincón de la ciudad me costaba entre 4.000 y 6.000 pesos chilenos, dependiendo la distancia. De fruta y verdura ni hablar, porque por solo una manzana pagaba alrededor de 600 pesos. Pero habían maravillosas excepciones, como los deliciosos onigiri, el sinfín de artículos kawaii y, por supuesto, los libros y mangas. Siendo más precisos: los libros y mangas usados, cuyos valores iban desde los 550 pesos chilenos y los podías pillar en excelentes condiciones porque, siendo honesta, nunca había visto a gente tan cuidadosa y ordenada como en Japón, no por nada la ciudad se mantiene limpia, sin necesidad de tener basureros, y segura, sin requerir de guardias en cada rincón. Ante esa actitud tan intachable del japonés promedio, no parecía extraño que la amplia oferta de segunda mano en literatura fuera de calidad, lo que sumaba puntos a mis anhelos frustrados de lectora en Tokio, sin aminorar mi deleite ante las hileras de libros tan respetuosamente cuidados y organizados, que son parte de las tantas bellas postales que ofrece Japón.

 

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Francisca Tapia

Periodista diplomada en Literatura infantil y juvenil de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha colaborado en medios de comunicación e instituciones de educación y cultura. A través de entrevistas, reseñas y su pequeña librería online comparte el amor por la lectura.

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