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Reportajes

Mariana Enríquez: Los buenos cuentos que leímos con miedo

Soledad Rodillo Por Soledad Rodillo

Los personajes de los cuentos de Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973)  son seres marginados: adolescentes satánicas de La Plata, mujeres poseídas que se prenden fuego, niñas que se arrancan las uñas, niños abandonados en hogares de menores, drogadictos que viven en las calles del barrio de Constitución; jóvenes de la periferia de Buenos Aires que...

Los personajes de los cuentos de Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973)  son seres marginados: adolescentes satánicas de La Plata, mujeres poseídas que se prenden fuego, niñas que se arrancan las uñas, niños abandonados en hogares de menores, drogadictos que viven en las calles del barrio de Constitución; jóvenes de la periferia de Buenos Aires que desaparecen y que a nadie importan. Protagonistas de historias perturbadoras –algunas terroríficas-, donde el miedo se aparece en lo cotidiano: en la micro, en la escuela, en la casa, y que logran que la amenaza se sienta muy real, y por tanto, más inquietante.

La nación

La escritora argentina Mariana Enríquez. Créditos: La Nación

“Mi familia cree que estoy loca porque elegí vivir en la casa familiar de Constitución, la casa de mis abuelos paternos, una mole de piedra y puertas de hierro pintadas de verde sobre la calle Virreyes (…)”, se lee al comienzo de “El chico sucio”, el primer cuento de su último libro, Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama, 2016). La historia trata de una diseñadora que, muy segura y valiente, se va a vivir a una casa en Constitución, un barrio que había sido aristocrático en el XIX, pero que ahora era un sector peligroso, de mansiones abandonadas y calles ocupadas por adictos, putas, travestis borrachas y ladrones, “marcado por la huida, el abandono, la condición de indeseado”. En la esquina de su calle, sobre unos colchones, duerme una joven drogadicta embarazada y su hijo de unos cinco años, un niño sucio al que observa a diario, y que un día desaparece para siempre y que la protagonista cree que fue descuartizado —por venganza de los narcos o como ofrenda satánica— lo que la enfrenta a su propios miedos y la llevan a dudar de su cordura: “A lo mejor mi madre tenía razón. A lo mejor tenía que mudarme. A lo mejor, como me había dicho, tenía una fijación con la casa porque me permitía vivir aislada, porque ahí no me visitaba nadie, porque estaba deprimida y me inventaba historias románticas sobre un barrio que, la verdad, era una mierda, mierda, mierda”.

La historia está ambientada en el Buenos Aires actual, pero hay algo en el cuento que nos remite al siglo XIX

La historia está ambientada en el Buenos Aires actual, pero hay algo en el cuento que nos remite al siglo XIX, quizás la casa, esa mansión decimonónica que tiene un rol importante en el relato —y que nos recuerda los cuentos de Allan Poe—, quizás esta protagonista, una joven que es pura independencia y seguridad, pero que tiene algo de heroína del siglo XIX, y en especial de esas mujeres locas que aparecen en las novelas de Jane Austen o de Emily o Charlotte Brönte, que no son más que “personajes ferozmente independientes”, como escribió Sandra Gilbert y Susan Gubar en La loca del desván (Cátedra, 1998) “que tratan de destruir todas las estructuras patriarcales que tanto sus autoras como las heroínas sumisas de éstas parecen aceptar como inevitables”. Al finalizar el cuento, la narradora piensa que quizás su madre tenía algo de razón: “Que no era la princesa encerrada en el castillo, sino la loca encerrada en la torre”, la heroína desquiciada que intentó vivir entre los marginados y llevar una vida normal, que trató de romper prejuicios, órdenes establecidos y miedos, pero que al final siente el peso de su fracaso.

Ilustración Carol rama

Créditos: Carol Rama

Pero hay más cuentos de sobre mujeres locas. Mariana Enríquez es escritora y periodista, actual subeditora del suplemento cultural del diario argentino Página/12, es autora de dos novelas, una biografía sobre Silvina Ocampo (La hermana menor. UDP, 2014) y varios libros de cuentos, donde escribe sobre personajes que han perdido el juicio o que la sociedad considera locos. En su último libro, Las cosas que perdimos en el fuego —considerado uno de los libros imprescindibles del 2016 y que será traducido a 18 idiomas— hay un cuento, que da título al conjunto, donde la historia la protagonizan mujeres quemadas: unas víctimas de la violencia intrafamiliar, otras que se provocaron las quemaduras para convertirse en monstruos, para crear un nuevo tipo de belleza, para que los hombres tuvieran que convivir con estas mujeres deformes, atormentadas y políticas, que son como un reflejo de la violencia que se vive en las casas y también en el país.

El cuento “Las cosas que perdimos en el fuego” —que también aparece en Cuando hablábamos con los muertos, libro de cuentos publicado por la editorial chilena Montacerdos — mezcla la brujería con lo social y lo político, dejando clara esa alianza entre terror y realidad que aparece en gran parte de los relatos cortos de Mariana Enríquez: “Si veo que algo me perturba o atrae de alguna manera, tengo que escribir”, dijo la autora en una entrevista reciente para el diario argentino La Nación: “La chica del subte del último cuento existe. No le pasó eso, pero era una chica toda quemada que existe de verdad y me dio la idea. Pero es eso, no reprimir lo que me obsesiona y siento para escribir”.

Silvina

Mariana Enríquez publicó en el año 2014 una biografía sobre la escritora Silvina Ocampo, que se encuentra en el catálogo de Ediciones UDP

 

Niños abandonados, niñas desaparecidas

En sus cuentos, la Enríquez escribe sobre los cuerpos. Cuerpos enajenados, muertos, desaparecidos, quemados, violados, ahogados, cuerpos que se van y que no vuelven, o que regresan transformados en otros que parecen iguales, pero que son distintos. Chicos que escuchan voces en un hotel en La Rioja, cuerpos de jóvenes perdidos en El Riachuelo, habitantes de la villa que se transforman en muertos vivos para vengar sus muertes, niños perdidos entre los rincones más feos, pobres y sucios de Buenos Aires, que son los ambientes más recurrentes de los cuentos de la escritora.

Ilustracuión portada Anagrama

Portada de su último libro en Anagrama. Créditos: Paniko

Mariana Enríquez escribe sobre los niños pobres y abandonados, los más marginados de la sociedad, ésos que ni sus padres buscan, porque son hijos del incesto, de la miseria, de las drogadictas. En “El patio del vecino”, cuento presente en Las cosas que perdimos en el fuego, relata la historia de Paula, una estudiante de sociología deprimida que, recién cambiada de casa, se obsesiona con un niño que vive en la casa del lado, y que cree ver amarrado con cadenas desde su ventana. Una historia espeluznante donde aparece un marido que duda de la cordura de su mujer, y una protagonista que siente que debe salvar a este niño, y enmendar la negligencia que había cometido hace unos meses cuando estuvo a cargo de un hogar de menores.

En estos cuentos sobre niños abandonados o perdidos, el miedo se mezcla con la tristeza y la soledad. Paula, de “El patio del vecino”, es una mujer sola obsesionada con el niño de la casa del lado; la protagonista de “El chico sucio” es la única en todo el barrio que nota la ausencia del hijo de la drogadicta; la fiscal del cuento “Bajo el agua negra” (Las cosas que perdimos en el fuego) es la única en su trabajo que busca al joven que desapareció en las aguas de El Riachuelo y que algunos han vuelto a ver en la villa; Mechi de “Chicos que vuelven” (Cuando hablábamos con los muertos) está sola en el archivo de chicos perdidos y desaparecidos de Buenos Aires buscando a la joven Vanadis que se prostituía en Constitución.

Todas buscan, de manera obsesiva, a estos niños abandonados, a estas niñas desaparecidas: chicas “que huían de un padre borracho, de un padrastro que las violaba de madrugada, de un hermano que se les masturbaba en la espalda, de noche” (“Chicos que vuelven”), seres sucios, feos, semi monstruosos, adolescentes de dientes afilados y miradas heladas, niños fantasmales y aterradores –de cabezas cortadas, heridos a bala, ultrajados-, chicos que vuelven a la vida, pero que ni sus padres quieren que regresen porque son testimonio de la violencia de sus casas, del abandono, del abuso, del incesto.

Con su prosa culta y sus diálogos fluidos, que ya conocimos en La hermana menor (UDP, 2014), Mariana Enríquez escribe en sus cuentos sobre indigentes, dealers, adictos a la pasta base y prostitutas, y utiliza el terror —un terror urbano— para hablar de pobreza, discriminación, locura y abandono, como si ninguna vida mereciera conocer lo que es el placer o la felicidad.

Los libros de Mariana Enríquez, en Biblioteca Viva

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Soledad Rodillo

Periodista de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Magíster en Literatura de la Universidad de Chile. Lectora empedernida, dedica su tiempo a escribir artículos culturales para diarios y revistas especializadas. Es colaboradora estable de nuestro blog.

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