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Reportajes

The Dinner Party: la fiesta donde todas están invitadas

Soledad Rodillo Por Soledad Rodillo

Un día muy lluvioso de octubre, cuarenta años después de su creación, mientras por las ventanas del cuarto piso del Museo de Brooklyn se veían las calles mojadas y decenas de paraguas parecían flotar sobre las veredas, adentro -en una de las salas- estaba ella, una de las mesas más famosas de la historia del...

Un día muy lluvioso de octubre, cuarenta años después de su creación, mientras por las ventanas del cuarto piso del Museo de Brooklyn se veían las calles mojadas y decenas de paraguas parecían flotar sobre las veredas, adentro -en una de las salas- estaba ella, una de las mesas más famosas de la historia del arte: The Dinner Party, la instalación feminista más grande del mundo.

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Créditos: Judy Chicago

La experiencia fue especial, de hecho, de los cientos de exposiciones que he visto en la vida, dudo que algún día olvide ésta. Una mesa triangular, cuidadosamente iluminada, donde están dispuestos 39 platos de cerámica (13 por cada lado de la mesa) sobre 39 manteles bordados con distintas figuras y los nombres de las asistentes a esta comida imaginaria: 39 mujeres importantes de la historia que la creadora de esta obra, Judy Chicago (Chicago, 1939), decidió homenajear hace más de 40 años para la posteridad. Y bajo esta mesa, sobre un suelo de baldosas, los nombres de otras 999 mujeres más, seguidoras, cercanas o simplemente mujeres que buscaron caminos similares a las 39 de la mesa, y que destacaron en la política, en la literatura, en las ciencias o en el arte, y que tras un largo trabajo de investigación fueron seleccionadas para entrar a esta especie de hermandad femenina.

Y ahí estaba yo, nacida en 1974, el mismo año en que Judy Chicago comenzó a trabajar en esta obra de arte, totalmente maravillada por esta mesa, especialmente fascinada por encontrarme en esta gran sala oscura con todas las mujeres a las que he seguido y leído durante toda mi vida: mis heroínas de la adolescencia —Jane Austen, Mary Shelley, las Brönte—, mis audaces más admiradas —Djuna Barnes, Anaïs Nin—, mis luchadoras favoritas —las sufragistas inglesas, la gran Virginia Woolf—, las feministas del mundo y la madre de todas ellas: Simone de Beauvoir. Ahí estaban todas (aunque eché de menos a algunas) las que me han acompañado durante esta vida de lecturas femeninas, y ahí estaba yo, como una admiradora, pero también como una más.

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Judy Chicago es pintora, escultora, educadora, escritora y pionera del arte feminista estadounidense. Créditos: www.judychicago.com

Creada en 1979 —tras un proceso de investigación y trabajo que duró 5 años— la obra The Dinner Party llegó al Museo de Brooklyn de Nueva York el año 1981, aunque se expone de manera permanente en una sala propia desde el 2007 cuando se inauguró en el lugar el centro de arte feminista Elizabeth A. Sackler, el más grande de su tipo en el mundo. Por estos días además, el Museo de Brooklyn exhibe una exposición que muestra todo el proceso de elaboración de la obra: “Roots of The Dinner Party: History in making” (desde el 20 de octubre hasta el 4 marzo del 2018), con fotos de los cientos de mujeres que colaboraron en este proyecto, además de platos y copas de cerámica que no fueron incluidos en la gran mesa triangular y una gran pared con los nombres de las mujeres elegidas para estar en la obra y los vínculos entre ellas, que asemeja un gran árbol genealógico de esta especie de familia de mujeres.

Y también está la lista con las más de 400 mujeres que trabajaron para esta obra de Judy Chicago: las investigadoras, las que bordaron los manteles individuales, las ceramistas, y todas las que aportaron para esta gran obra de trabajo colectivo, que fue inaugurada en el Museo de Arte Moderno de San Francisco en 1979 —no sin cierto escándalo— y que luego se expuso en 14 lugares y 6 países, hasta llegar al Museo de Brooklyn, donde como dijo alguna vez Judy Chicago: “Las niñas… están muy felices de tener una casa”.

Las niñas, las mujeres

¿Pero quiénes son las niñas que aparecen en la obra? Muchísimas mujeres que han dejado una huella en el mundo y cuyas vidas fueron olvidadas en el tiempo o deliberadamente invisibilizadas por los hombres de su época o posteriores —incluso por sus mismas parejas—, y que Judy Chicago quiso reivindicar volviéndolas a sentar en la mesa de la historia.

La idea original de la artista —nacida como Judy Cohen— era exhibir a todas las mujeres de las artes que habían encontrado obstáculos similares a los que ella había debido enfrentar para entrar en el circuito artístico de Los Ángeles en los años 60. Pero tras dos años de investigación y 100 platos pintados, que pensaba exhibir colgados, se dio cuenta que debía incluir a más mujeres, que los platos debían crecer en volumen (“como una metáfora de la intensa lucha de las mujeres por la liberación”) y que, como en La Última Cena de Leonardo y también como en la mesa judía, estos platos debían estar sobre una mesa.

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Créditos: Jorge Carroza

Con un equipo de investigadoras llegó a una lista de 3000 mujeres de todas las épocas, de las que seleccionó 39 que estarían en la mesa y 999 herederas, cercanas o seguidoras, que estarían debajo de cada puesto. Con un grupo de mujeres que habían estudiado Arte, pero que habían abandonado sus carreras una vez que se casaron y tuvieron hijos, Judy Chicago armó una especie de hermanad que se encargó de hacer y pintar los platos de cerámica tridimensionales y con forma de vulva que representarían la belleza y el poder de los cuerpos femeninos. Y con la ayuda de Susan Hill, quien dirigió a las bordadoras y costureras, armó una comunidad que no solo bordó —con una técnica aprendida en una iglesia— los 39 caminos de mesa con los nombres de las elegidas, sino que además participó de la investigación para así representar en cada mantel los cambios sociales de las distintas realidades. Todas las mujeres que participaron en este proyecto compartieron en una mesa su trabajo con las cerámicas y con los bordados, además de conversaciones sobre arte y feminismo, algunas ponencias de expertas y una lista de lecturas feministas como El segundo sexo y Un cuarto propio. El resultado es una obra inmensa de tres alas: una simbólica historia de las mujeres de la civilización occidental y un tributo a los muchos logros de las mujeres a pesar de las circunstancias difíciles que han debido enfrentar.

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Nuestra colaboradora Soledad Rodillo en la exhibición, en Brooklyn. Créditos: Jorge Carroza

En la primera ala de esta gran mesa triangular están las mujeres poderosas de la Prehistoria hasta Roma: las diosas del periodo pre-patriarcal, como Ishtar (la diosa que daba y quitaba la vida en Mesopotamia), como Kali —la diosa india de la vida y la muerte, que comenzó a asociarse con algo negativo cuando la sociedad se hizo patriarcal—, como las Amazonas —legendaria nación de mujeres guerreras— y como Sofía, la representante de la sabiduría femenina que aparece tanto en su plato como en su mantel con una iconografía de flor y pétalos inspirada en el dibujo de Dante Alighieri, y que en el suelo tiene a las más grandes heroínas griegas de la historia como: Aracne, Circe, Helena de Troya, Antígona y Pandora. Y está Judith, la legendaria heroína judía (y a sus pies Eva, Lilith, Sara y Esther) y también está la filósofa Aspasia de Atenas y la poeta Safo de Lesbos, amada en su tiempo y luego criminalizada a lo largo de la historia por su amor a las mujeres.

La segunda ala de la mesa rinde un homenaje a las mujeres que se destacaron en el periodo que va del Cristianismo a la Reforma, donde están las fundadoras de los conventos —primeros lugares donde las mujeres pudieron encontrar educación, protección e independencia— también aquellas que hicieron leyes (como Teodora, emperadora del imperio bizantino, que instituyó la pena de muerte para quien violara a una mujer o Anna van Schurman, que luchó por la igualdad de derechos); y aquellas que se abrieron camino en el arte —como Artemisa Gentileschi—, en medicina —como Trotula, que aparece mencionada en Los Cuentos de Canterbury— y en la literatura, como Christine de Pisan, la primera escritora profesional de Francia. Además, están en la mesa (y bajo ella) aquellas mujeres que fueron acusadas de brujas y herejes —como Juana de Arco—, y que murieron quemadas por su devoción a creencias no cristianas o simplemente por ser independientes, y también aquellas mujeres del Renacimiento que ejercieron cierta autoridad, en un momento en el que se esperaba de ellas docilidad: Isabella d’Este, María Medici, Caterina Sforzi.

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Anna Maria van Schurman fue una pintora, grabadora, poeta y erudita germana-holandesa. Conocida en toda Europa por su educación, sobresalió en el arte, la música y la literatura y se convirtió en experta en 14 idiomas. Fuente: Wikipedia. Créditos: Geschiedenis Beleven

De Pocahontas a Mary Shelley, de Gabriela Mistral a Virginia Woolf

Es el último domingo de octubre y la sala está llena. La gente saca fotos de The Dinner Party, mira los platos y busca los nombres de las mujeres elegidas en los manteles y en las baldosas bajo la mesa. La mayoría de la gente se concentra en la tercera ala de la mesa, el lugar donde Judy Chicago rinde un tributo a las mujeres poderosas del periodo que va entre la revolución americana y la revolución femenina.

Aquí están las grandes mujeres de América, las que vivieron el trauma de la colonización europea: Sacajawea, Malinche, Pocahontas; las que impulsaron la educación femenina en América (entre ellas, la chilena Isabel Le Brun Pinochet), la escritora Sor Juana Inés de la Cruz. También están las mujeres que trabajaron en la ciencia, la astronomía y la medicina —muchas veces a la sombra de un hermano o marido— como Marie Lavoisier o Mary Lamb (que debió dejar sus estudios y trabajar como costurera para pagar la educación de sus hermanos Charles y John, y cuidar a su madre, a quien luego asesinó con un cuchillo. Declarada loca en su momento, fue capaz de escribir junto a su hermano Charles Cuentos de Shakespeare, aunque solo el nombre de su hermano apareció en la exitosa adaptación).

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En la Alameda de Santiago se recuerda a las educadoras chilenas Isabel Le Brun y Antonia Tarragó, gracias a la escultura «Las educadoras», de Samuel Román. Ambas lucharon para que las chilenas pudieran ingresar a la universidad y recibir educación secundaria estatal. Créditos: Plataforma urbana

También está en este lado de la mesa la gran Mary Wollstonecraft, la filósofa que escribió La vindicación de los derechos de la mujer (1792) y a sus pies, las famosas salonistas que hicieron oposición política a Napoleón y su hija Mary Shelley (la autora de Frankenstein). Y están quienes lucharon contra la doble discriminación de la mujer negra, las líderes más importantes del movimiento internacional para los derechos de las mujeres, Emmeline Pankhurst y las sufragistas del mundo, y todas aquellas que debieron abrirse camino en espacios dominados por los hombres, como Elizabeth Blackwell —la primera médico de Estados Unidos—, Marie Curie, Amelia Earhart y la matemática Sofia Kovalewskaya, cuya novela La nihilista comenté hace un tiempo atrás.

The_dinner_party_book_coverBajo el puesto de Emily Dickinson están las escritoras, las que evidenciaron los problemas de las mujeres y recalcaron la importancia del acceso de ellas a la educación (Jane Austen, las Brontë, Elizabeth Barrett, Maria Edgeworth, George Eliot, Christina Rosetti y tantas más). Están las músicas (como Fanny Mendelssohn y Clara Schuman) y las artistas que rompieron moldes como Georgia O’Keeffe, Mary Cassatt y Frida Khalo. Y las políticas, las que trabajaron por los derechos reproductivos de la mujer, las feministas, las lesbianas como Natalie Barney, la importante salonista que vivió como expatriada en París, y que ocupa uno de los 39 puestos de The Dinner Party, teniendo a sus pies a la escritora Djuna Barnes, a la cortesana Ninon de L’Enclos, a Mata Hari y a Gertrude Stein, entre otras.

Y está Virginia Woolf, la vulva más grande entre todos los platos de cerámica (que algunos de sus seguidores han criticado), y bajo ella todas las escritoras que se hicieron conocidas por crear su propio lenguaje literario y destacar entre los hombres: Hanna Arendt, Simone de Beauvoir, Willa Carter, Colette, Isak Dinesen, Anais Nïn y nuestra Gabriela Mistral, entre varias más que están en esta inmensa obra de arte feminista, que desde su llegada a Brooklyn ha sido vista por miles de personas —feministas y no feministas— que han podido reconocer el aporte inmenso de las mujeres a la largo de la historia.

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Soledad Rodillo

Periodista de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Magíster en Literatura de la Universidad de Chile. Lectora empedernida, dedica su tiempo a escribir artículos culturales para diarios y revistas especializadas. Es colaboradora estable de nuestro blog.

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