Las aventuras que reunieron a hobbits, enanos, elfos y humanos en la Tierra Media, ideadas por el escritor, filólogo y profesor británico J. R. R. Tolkien, han cautivado a millones de lectores de todo el mundo. Nuestra colaboradora Francisca Tapia no es la excepción y en su viaje por el Reino Unido quiso hacer una pausa en Oxford, Inglaterra, la ciudad en la que vivió y dictó clases el famoso autor.
Entrada The Eagle and Child. Créditos: Francisca Tapia
Estuve en Oxford solo una tarde. Lo suficiente para halagar la armonía visual de sus calles y la elegancia de sus construcciones, pero muy poco para recorrer sus atractivos más populares, como los escenarios donde filmaron parte de las películas de Harry Potter o la cumbre de la Torre Carfax, la más alta de la ciudad. Aun así, las horas bastaron para cumplir al menos con el principal motivo de esa corta estadía: visitar un reconocido pub inglés vinculado al autor de la archiconocida obra de fantasía épica El Señor de los Anillos.
Entre los años 30 y 60 los Inklings –un grupo literario compuesto por académicos y escritores vinculados a la Universidad de Oxford–, fueron clientes habituales de un pub llamado The Eagle and Child. J. R. R. Tolkien y el reconocido autor de Las crónicas de Narnia, C. S. Lewis, fueron algunos de los más famosos miembros de este cenáculo de intelectuales británicos quienes, según se cuenta en el mismo local, compartieron en sus reuniones fragmentos de sus más reconocidas obras para escuchar las críticas y opiniones de sus contertulios.
Desde que supe de su existencia, The Eagle and Child se transformó en una de mis fantasías como viajera y como lectora. John Ronald Reuel Tolkien tiene un lugar especial e inamovible en mi biblioteca personal desde los 12 años y, aunque no soy la clase de fanática que reconocería el quenya o el sindarin de los elfos, ni podría discutir sobre las cuatro edades de la Tierra Media, sí defiendo un cariño infinito por las aventuras de la Comunidad del Anillo y por ende, cualquier excusa para acercarme a su autor es más que bienvenida.
El lugar guardaba ese misticismo para los fanáticos que aunaba lo grande y lo cotidiano.
Aunque sabía que el espacio físico podría equipararse a cualquier otro pub inglés, inmerso en el entrechocar de copas y las risas estentóreas de sus visitantes, The Eagle and Child guardaba ese misticismo para los fanáticos que aunaba lo grande y lo cotidiano. Podías imaginar al maestro Tolkien pronunciando por primera vez en voz alta “en un agujero en el suelo vivía un hobbit”, y añadir a esa imagen unas pintas de cerveza, el humo de las pipas y el bisbiseo continuo de las voces contenidas entre los muros de ladrillos y las mesas de madera. Quería soñar con eso sentada en una de las sillas que pudo (o no) usar el mismísimo J.R.R. Tolkien.
The Eagle and Child, interior. Créditos: Francisca Tapia
Calabaza y jengibre
Recuerdo que el primer tomo de El Señor de los Anillos lo leí en tres días durante unas vacaciones, dieciséis veranos atrás. El segundo, Las dos torres, tuvo que esperar; mi abuela aceptó comprármelo con una condición: no lo llevaría a nuestro viaje a la playa ante la posibilidad, bastante alta, de que ignorara a la prima con la que viajábamos, en pos de continuar con la aventura literaria que me mantenía en vilo. Con ese argumento irrefutable, acepté el acuerdo. Ya llegado el momento pude seguir la pista a aquella travesía que unía a hobbits, elfos, enanos y hombres. El Señor de los Anillos fue el segundo libro que me hizo descubrir cuán maravilloso era el mundo cuya puerta abría la lectura –el primero fue Harry Potter–, ¿cómo no querer agradecer a Tolkien tremendo descubrimiento? Como bien dijo el escritor francés Marcel Proust, “el hallazgo afortunado de un buen libro puede cambiar el destino de un alma”.
Para llegar a Oxford tomé un bus en la Estación Victoria de Londres. Tras cerca de dos horas de viaje ya me encontraba en medio de las calles y campus que Tolkien recorriera entre 1911 y 1973. En la apodada “Ciudad de las agujas de ensueño” era fácil advertir cómo conviven los opuestos en el orden de su arquitectura –que incluye emblemáticas obras del gótico inglés– con el caos formado por los grupos de turistas, sumado a los numerosos alumnos y profesores que cruzan la ciudad en bicicleta. Desde la estación de buses los puntos de interés eran abarcables a pie, y llegar a The Eagle and Child, con mapa en mano, no fue difícil.
Tolkien y Lewis eran la carta de presentación. Nada más entrar en el famoso pub adviertes las fotos, placas conmemorativas y manuscritos de los populares comensales. Algunos visitantes entran nada más para fotografiar los espacios más emblemáticos del lugar y retirarse prontamente en busca de otros atractivos de la ciudad, mientras que otros se acomodan para degustar la oferta gastronómica del lugar que funciona en Oxford desde el siglo XVII.
Junto a mi compañero de viajes recorrimos los salones en busca de un asiento disponible. Según sabíamos, el más visitado de todos era el llamado Rabbit Room, en el cual solían situarse las reuniones de los Inklings. Tal como esperábamos, ese espacio ya estaba ocupado en su totalidad por locales y turistas que charlaban y comían, mientras con la vista recorrían los numerosos recuerdos del grupo de intelectuales que decoraban las paredes. Nosotros seguimos nuestro camino por el estrecho pasillo hasta el salón final, donde nos situamos junto a una puerta con el mapa de Narnia, y un cuadro con la primera portada de El hobbit. Pedimos la oferta del pizarrón central: sopa de calabaza y jengibre, acompañada de un sándwich.
En Oxford hay más lugares por visitar si deseas seguir los pasos del autor
Más allá de su obra, era lo más cerca que podía imaginarme de J.R.R. Tolkien. O casi. En Oxford hay más lugares por visitar si deseas seguir los pasos del autor de El Silmarillion. En el Exeter College, que abre sus puertas todos los días de manera gratuita, puedes localizar el busto en su honor, situado en la capilla; también es visita imprescindible la impresionante biblioteca Bodleiana, aunque sea por fuera, ya que si bien al interior se conservan manuscritos e ilustraciones originales de Tolkien, hay que ser alumno o docente de Oxford para poder acceder a ellas. Por cierto, su emblemática cámara Radcliffe fue señalada por Tolkien como un símil de lo que sería el templo de Sauron dedicado a Morgoth en Númenor.
De las casas que habitó Tolkien en Oxford la más famosa es la localizada en Northmoor Rd. La vivienda no tiene mayores atractivos arquitectónicos, pero se dice que aquí habría escrito El Hobbit y El Señor de los Anillos, mérito suficiente para suscitar el interés de los peregrinos en busca del rastro del autor. Si pasan por el lugar, pueden encontrar una pequeña placa que indica que ahí vivió el maestro británico entre 1930 y 1947.
El breve tiempo de mi visita solo me dejó saborear la sopa de calabaza e imaginar a Tolkien y Lewis fumando en el Rabitt Room, pero si hubiera contado con un par de horas más, creo que habría concluido ese almuerzo en el Cementerio de Wolvercote. En el camposanto localizado al norte del suburbio de Wolvercote, en Oxford, descansan Edith Mary Tolkien y John Ronald Reuel Tolkien, o como anuncia también la lápida: Lúthien y Beren. Me habría gustado hacerle los honores a uno de los autores que más alimentó mi imaginación y quien me enseñó –a través de las líneas de El Hobbit– que “no todos los que vagan están perdidos”.
Grupo literario Inklings. Créditos: HarperCollins Publishers