La Carmen (Edelvives, 2017) que nos presenta Benjamin Lacombe, es parte de una serie trabajada por el ilustrador francés, donde aborda mujeres que han dejado su huella en la historia, sea literaria o real. Lo hizo anteriormente con uno de los íconos del feminismo, Frida Kahlo, y con la igualmente amada y odiada María Antonieta. Si bien Kahlo sufrió por años un amor tortuoso con Diego Rivera, el rescate de su figura en el feminismo es por su destacada obra pictórica con un trabajo profundamente biográfico, el rescate de las raíces indígenas mexicanas y las secuelas de enfermedades que la aquejaron toda la vida. Por otro lado, María Antonieta –princesa austríaca que de adolescente llega a la corte más compleja y normada de la Europa del siglo XVIII para convertirse en una reina que satisfacía su soledad entre oropeles, gastos colosales y enredos palaciegos desafortunados–, parece ser la menos feminista de sus figuras escogidas. Pero quizás por lo poco que sabemos de su propia mano, es de las más incomprendidas y desconocidas.
Carmen, por el contrario, es ficción. Es fábula pura, pero a la vez nos habla de un arquetipo y del reflejo de la mirada de una época en que el pueblo gitano era observado con desconfianza, donde se hablaba de razas y donde la blancura de algunos rostros era garantía de su valía en la humanidad. Carmen es el arquetipo de la mujer fatal, al cual se le teme, como si en sus manos poseyera la posibilidad de artilugios que desencadenarán el derrumbe de un buen hombre. Carmen desafía normas y por lo mismo es temida y repudiada. Las mujeres miradas como ángeles del hogar están incapacitadas (imposibilitadas) para vivir su vida más que como madres, esposas o buenas hijas. Si en cambio ansían su autonomía, pierden su condición de mujer y se convierten en parias. Guapa y atractiva, pero paria al fin y al cabo.
La mirada de su autor original, el francés Prosper Mérimée, es de un colonizador. No podemos desconocer su contexto histórico y la mentalidad imperante en esa época, que lamentablemente aún persiste en buena parte de la sociedad. Solo bajo esa premisa puede leerse y comprender la dimensión de este personaje, salvaguardando el texto que traza un personaje inolvidable de la literatura y que conocemos bien gracias al compositor Georges Bizet, pero que en el texto del escritor francés cobra toda su profundidad sicológica.
“Carmen ” (Edelvives, 2017)
Por su parte, la idea de Carmen como una araña que nos muestra Lacombe nos remite al simbolismo de la hilandera, de quien construye una trampa invisible para destruir a sus víctimas. De quien de manera laboriosa urde para atrapar a otro, silenciosa y meticulosamente, en ese acto tan atribuido a la mujer de coser y descoser como una viuda negra. Pero a diferencia de Penélope –quien en su ir y venir de un tejido que nunca acaba, espera virtuosa a Odiseo–, Carmen, la mujer liberada de los prejuicios de su género, hila a su presa con sus encantos de paria, desconocida y temida. La mujer araña es entonces la personificación de la astucia y de una sabiduría ancestral, que busca obtener un determinado placer al atrapar a otro con sus juegos e hilos, sea para seducirlo o matarlo, pero siempre quebrarlo. Pobres hombres.
Esta reseña forma parte del artículo Feminismo en la LIJ: de figurantes a protagonistas, escrito por Astrid Donoso para el boletín Troquel n° 7 (agosto de 2018).