Un hombre recibe una oferta de trabajo para cuidar un cartel publicitario y este toma la decisión de adoptar el lugar como su nueva casa. Bajo esta premisa, que perfectamente podría ser el título de una curiosa noticia del diario, se desarrolla El hombre del cartel, de María José Ferrada, libro publicado el 2021 por la Editorial Alquimia. Con un motivo narrativo aparentemente simple, la autora evidencia la compleja convivencia de las comunidades en los márgenes de la ciudad, resaltando temas como el clasismo, la violencia y sus mecanismos de reproducción. Un texto tan crudo como conmovedor que nos enrostra una problemática vigente en el diario vivir de los últimos años.
La historia se centra en Ramón, el hombre del cartel, que tras su polémica decisión deberá lidiar con la amargura de sus ex vecinos de la villa. A este singular personaje lo visitan su pareja Paulina y su sobrino Miguel, niño que desde una postura ingenua, pero no por eso menos inteligente, nos narra el conflicto y el entramado valórico de todas las posturas en tensión. Su posición infantil, desligada de los juicios de los adultos, hace que este personaje sea de los pocos que logre ver en Ramón una singularidad especial y amigable sin connotaciones negativas. La vida en el cartel, basada en la tranquilidad y en la contemplación del ambiente, parece ser lo que atrae a Miguel como una salida a su cotidianeidad a en la villa, sin embargo, es también lo que impacta y produce rechazo a las personas que viven en esta:
¿Qué iba a pensar la gente cuando lo viera? ¿Que ahí eran todos unos desadaptados? No, ellos eran gente decente que se bañaba en la mañana, trabajaba durante el día y dormía por la noche. (…) ¿Qué era un trabajo estar ahí, haciendo nada? (…) ¿Las personas honradas dormían en casas o colgadas de árboles?
La vida en el cartel se ha transformado en poco tiempo en una amenaza al status económico y valórico que este grupo vulnerable ha logrado conseguir a través de los años. La transformación del trabajo en ocio por parte del protagonista pone en jaque al motor capitalista de querer siempre aspirar a más en el actuar cotidiano. Esta problemática performativa se exacerba ante la presencia de la toma de Los Sin Casa, un grupo que, producto de una mayor pobreza, ni siquiera tiene la oportunidad de tener condiciones básicas de vivienda.
Las tensiones de clase entre estos dos bandos estallan cuando los niños comienzan a ser involucrados por los adultos como excusa para cometer cualquier acto de violencia en contra del otro: “No lo hacían por ellos, sino por los niños (…) No podían permitir que se contaminara lo que más cuidaban y querían. ¿No habían escuchado eso de que la manzana podrida termina por echar a perder el cajón? Los niños eran la esperanza de la villa y del mundo.”
Pese a que varios de los menores que ahí habitan han hecho propio el discurso de desprecio hacia lo que es distinto, el pensamiento infantil no está expuesto de forma negativa sino como una alternativa al juicio valórico adulto que parece ser el principio de todo mal. En este caso, Miguel, debido a la falta de adoctrinamiento, logra cuestionar el violento rechazo a personajes como Ramón y a Los Sin Casa y finalmente escapar de la villa para buscar una nueva vida junto a Paulina.
El hombre del cartel es un libro que en pocas páginas logra mostrar las abruptas conductas humanas bajo un sistema de competencia que ha penetrado en lo más profundo de las personas. De esta forma, podemos ver cómo lo económico se presenta desde el sentido material hasta llegar a juicios valóricos normativos sobre el comportamiento cotidiano de ciertos grupos humanos. La frase Destapa la felicidad expuesta en el cartel de Coca-Cola, metáfora del sueño capitalista, es en realidad solo una quimera que tras de sí esconde la violencia y el desprecio del hombre contra el hombre. Paradójico a esta publicidad ilusoria, algunos hechos inverosímiles como la aparición de un niño fantasma y el amplio vocabulario de Miguel son signos de una intención narrativa fantástica que podemos interpretar como una herramienta para desafiar el pensamiento racional en el que se basan las sociedades occidentales capitalistas. Lo infantil termina por ser una estética no-racional que se presenta como una alternativa desde donde podemos cuestionar y plantearnos una sociedad más justa.