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Reseñas

«Literatura infantil», de Alejandro Zambra

Carolina Illino Por Carolina Illino

Una experiencia omnipresente como la paternidad se manifiesta en este libro en muchas de sus formas posibles y desde distintos lugares, transformándola en una lectura tan inclasificable y a la vez tan auténtica como la vida misma. [Imagen portada: Carolina Illino]

«Yo mismo, mientras escribo, siento la tentación del silencio. Y sin embargo sé que incluso si me encerrara a bosquejar una novela acerca de campos magnéticos o improvisara un ensayo sobre la palabra palabra, terminaría hablando de mi hijo». Esta cita aparece en el primero de los textos que componen Literatura infantil (Anagrama, 2023), el último libro de Alejandro Zambra, y describe quizás lo más esperable de la nueva publicación de un autor que justamente desde su propia paternidad venía abordando el tema desde Poeta chileno (Anagrama, 2020), hasta más evidentemente con Mi opinión sobre las ardillas, con ilustraciones de Gabriela Lyon, (Ekaré Sur, 2022) y Camilo, con ilustraciones de Mujer Gallina, (FCE, 2023).

Pero luego, alejándose y a la vez adentrándose más profundamente en esa primera impresión, Literatura infantil sigue abordando distintos puntos de vista de la infancia: parte con el quizás más obvio, ser papá. Pero sigue con ser hijo, con ser niño, la amistad, los primeros amores, la realidad, la imaginación. Cuando ya creías que le habías agarrado la onda, y porque no habías leído la contratapa (sabia decisión) te encuentras sorpresivamente con «Garabatos», un cuento magnífico (es cierto ese adjetivo de la contratapa) que da inicio a la segunda parte del libro y que te transporta con ternura no condescendiente a los doce años con sus (o tus) incomodidades y prioridades, situando una amistad a la altura de la más épicamente sencilla historia de amor.

«Los niños discutieron apasionadamente acerca del helado de chocolate y también hablaron del helado de vainilla y el de frutilla una cantidad de tiempo inverosímil, como si fueran dirigentes sociales decidiendo el futuro del país, aunque de pronto también parecían unos locutores obligados a rellenar la programación», es un extracto que creo que puede describir algo de esa historia.

De alguna forma, Literatura infantil me empieza a remitir a Licorice Pizza (2021) la última película de Paul Thomas Anderson, que de manera más imperceptible juega con ese limbo entre lo que está en la supuesta realidad y aquello que está en la mente o en la fantasía juveniles y, por qué no, en las adultas.

Creo que pocas veces había sido tan evidente en un autor masculino la influencia de la paternidad en su literatura o, por qué no decirlo, en otros ámbitos de la vida o tareas diarias que no sean los que están ineludiblemente ligadas a esa relación. Y eso que quizás alejaría a una persona sin hijos —como yo— en este caso logra todo lo contrario: sumergirte en la belleza de una vivencia que puedes no haber tenido, o haber experimentado o reflexionado de maneras diferentes a las de autor.

«Garabatos» es el nombre del relato que da inicio a la segunda parte del libro. Créditos: Carolina Illino.

Y en eso veo lo que siempre creo que me ha gustado de los libros de Zambra: que se sienten como entrar en una cabeza ajena, donde el relato de los asuntos más mundanos hace parecer como que los detalles mínimos de la propia existencia podrían ser parte de palabras en las que sea bonito adentrarse.

Siempre había escuchado de lejos, con algo de desdén, la expresión que alude a que hay que querer o entender a los niños porque todos lo fuimos alguna vez. Lo que logra Zambra en Literatura infantil es que eso se transforma ya no solo en una expresión, sino algo que se vive.

«Ser padre consiste en dejarse ganar hasta el día en que la derrota sea verdadera». El juego, por ejemplo, es uno de los aspectos presentes en Literatura infantil, uno en el que me siento una espectadora que, si bien puede apreciar la creatividad y chispa, no puede recrearla, tal como la abuela que en «Cogoteros de ojos azules» queda fuera de las llamadas telefónicas larguísimas entre el abuelo y su nieto, que transcurren en una dimensión que podría pensarse infantil, pero en la que un abuelo puede participar sin una infantilización forzada.

Escribiendo esto pienso, también, en la posible intención de establecer una declaración o discusión en torno a lo que es la literatura infantil, a la necesidad histórica de clasificarla y a una inquietud quizás más actual de borrar esos límites que separan a las personas adultas de la infancia (la propia y la ajena). Y en que la relación con la infancia puede ser tanto desde el juego, la imaginación y la ficción, como desde una reflexión más seria y elaborada, como un ensayo. O desde algo que no sea ni lo uno ni lo otro, sino lo que sea que pueda ser la literatura o lo infantil.

La siguiente cita de «Francés para principiantes», me parece ahora, es mucho más una apertura a diferentes posibilidades que el cierre hacia alguna en particular: «Me quedo mirando la repisa caótica y de pronto comprendo que son esos libros cuyos títulos no recuerdo, escritos por gente cuyos nombres desconozco, son exactamente como los libros que, de ahora en adelante, quiero escribir».

Anagrama, 2023
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Carolina Illino

Periodista con experiencia en instituciones culturales y medios de comunicación impresos y digitales. A través de los nuevos formatos, se empeña en revivir maneras analógicas de conectarnos.

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