Entrevistas

Cuando los libros eran una amenaza pública

Germán Gautier Por Germán Gautier

Historia, política, novelas, revistas, enciclopedias o poesía. Obras de distintos género fueron quemadas por militares y por sus propios lectores días después del Golpe del 11 de septiembre de 1973. Muchos se perdieron para siempre, pero una gran cantidad de ellos vuelven a vivir en una estantería junto al relato de sus dueños en una...

Historia, política, novelas, revistas, enciclopedias o poesía. Obras de distintos género fueron quemadas por militares y por sus propios lectores días después del Golpe del 11 de septiembre de 1973. Muchos se perdieron para siempre, pero una gran cantidad de ellos vuelven a vivir en una estantería junto al relato de sus dueños en una exposición organizada por la Biblioteca Nicanor Parra de la UDP.

Imagen de la exposición «Libros quemados, escondidos y recuperados a 40 años del Golpe»

Cerca de dos mil militares y carabineros acordonaron el 23 de septiembre de 1973 el sector de la Remodelación San Borja y uno por uno fueron allanando los departamentos en busca de militantes de la izquierda política. El operativo se prolongó durante toda la jornada y las fotografías y grabaciones registradas quedaron por décadas en manos de la prensa europea.

A falta de dirigentes políticos, la delación se convirtió en moneda corriente; y ante la ausencia de armas, los libros se transformaron de inmediato en chivo expiatorio. Así fue como comenzó el bibliocausto chileno. Desde una ventana de la torre 19, el astrólogo y tarotista, Pedro Engel, observó cómo parte de su biblioteca ardía a un costado de la calle. Cuando los camiones del ejército se replegaron a los cuarteles entrada la tarde, el intelectual bajó y de entre la pira recuperó en muy mal estado, mojado y sin una tarjeta dedicada a su abuela, el libro Las Uvas y el viento, del poeta y Premio Nobel de Literatura, Pablo Neruda.

El ejemplar fue editado en 1954 por Nascimiento y se ubica en las estanterías de la exposición Libros quemados, escondidos y recuperados a 40 años del Golpe, que organiza la Escuela de Artes y la Biblioteca Nicanor Parra de la Universidad Diego Portales. En la exposición hay obras de Marx y el Ché Guevara, libros de educación popular, revistas Cabrochico y la colección “Nosotros los chilenos” de Editorial Quimantú, entre otros. Todos tienen en común ser considerados libros peligrosos para la Junta Militar, libros que pasaron a la clandestinidad.

“Cuando vienen situaciones de barbarie como ésta –relata Ramón Castillo, curador de la exposición- donde se queman y destruyen libros, es porque se está retrocediendo en términos de humanidad”. El director de la Escuela de Artes, para explicar la matriz de la muestra, parafrasea al poeta alemán Heinrich Heine: “Destruir un libro también es destruir un mundo, una idea, personas”.

Leonor Castañeda, museógrafa, y Ramón Castillo, curador de la exposición.

—Una de las primeras acciones represivas de la Junta Militar es cerrar radios, diarios y editoriales. Comunicar, informar y pensar fueron verbos, aparentemente, extirpados de la sociedad.

—La razón es impedir que exista cultura circulando en las calles, porque quienes protagonizan y lideran este movimiento es gente muy ignorante. Es impresionante ver cómo se convirtió el libro en una analogía de las armas. Entonces los militares, cuando allanaban los departamentos, preguntaban si tenían armas o libros. Ese nivel de perversión revela que había mucha ignorancia. Y quien es ignorante siempre tiene temor. Yo creo que había un gran problema de menosprecio a la cultura, por eso yo insisto en el concepto de barbarie, porque es el estado previo a la civilización.

Se convirtió el libro en una analogía de las armas. Entonces los militares, cuando allanaban los departamentos, preguntaban si tenían armas o libros.

—Los allanamientos de las torres San Borja son un caso emblemático por su impacto público. ¿En qué otros lugares y situaciones se quemaron libros?

—En las librerías del Pedagógico, en las distintas bibliotecas de la Universidad de Chile, la biblioteca de la Universidad Técnica del Estado, bibliotecas públicas y bibliotecas de colegios. Lo que pasó con las torres San Borja iba pasando en paralelo en varios lugares del país. Hay un relato de Guido Eytel, poeta de Temuco, quien tenía una librería y, al día siguiente de ser espiada, llegó una patrulla en camión, sacaron los libros, los tiraron a la calle y los quemaron al frente de la librería. En todas partes sucedió. La incredulidad que uno tiene es porque algo que te parece tan terrible, hasta este momento no tenía imagen. Nosotros le damos una imagen.

—La autocensura fue tal vez más impresionante.

—Claro, está el ámbito de lo privado, porque una parte importante de la quema de libros sucedió al interior de las casas. Mucha gente atemorizada quemó libros en la chimenea, en el baño, haciendo una fogata, aprovechando asados. Nos han llegado a través de la página web varios relatos de ese tipo.

—¿Qué elementos notas aún presente en la memoria a partir de este bibliocausto?

—Mis hijos siempre me comentaban ‘papá, mis compañeros no tienen libros en sus casas, ni mi amigos en la habitación’. Con esta exposición he pensado mucho en esa expresión, porque me tiendo a quedar con laidea de que, lamentablemente, otro efecto de la dictadura es que naturalizamos la ausencia de los libros. Si nosotros tuviéramos mucha más lectura en nuestra sociedad lo más probable es que estaríamos pensando otro tipo de situaciones.

Cuadernos de educación popular, de Editorial Quimantú.

—¿Cuál es el gesto, el trasfondo de esta muestra?

—Esta exposición es una metáfora para responder a una tragedia y no quedarnos con esa imagen, si no avanzar. Por eso es que hablan los lectores de esos libros. Para no quedarnos en el trauma, y al igual que las personas que con el tiempo han recuperado las bibliotecas perdidas, lo que nosotros hicimos aquí es un gesto simbólico de reparación.

—¿Qué quedará físicamente de esta exposición?

—En la Biblioteca Nicanor Parra va a existir una sección que se llamará Biblioteca Recuperada, donde van a estar todos aquellos libros que tienen en común haber sido prohibidos y editados antes de 1973. Son las editoriales y autores que se manejaron de manera oculta y que hemos recuperado, muchos de ellos en librerías de viejo. Además, va a quedar la obra de Voluspa Jarpa, artista chilena, que ha desarrollado la biblioteca de la no historia, que son los archivos desclasificados de la CIA. La que está acá es una edición de artista, y es una selección de archivos hecha a partir de fragmentos de documentos y, sobre todo, de visualidad gráfica. Impresiona lo que no se ve, lo tachado, lo negro. Esta estantería, con este trabajo se va a ir completando con la biblioteca recuperada para que exista de forma permanente.

La exposición estará abierta hasta el 30 de noviembre en la Biblioteca Nicanor Parra, ubicada en Vergara 324, Santiago.

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Germán Gautier

Periodista de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Tiene una pasión por las revistas que desaparecen, donde ha escrito sobre viajes, conservación ambiental y cultura.

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